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Un hombre devuelve una reliquia por miedo al Apocalipsis

El ladrón de una antigüedad hace 15 años la devuelve al pensar que el Coronavirus es una señal del fin del mundo
Moshe Manies

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Moshe Manies contaba lo sucedido en Facebook. Un conocido suyo del trabajo le contó que un día tuvo un «sentimiento apocalíptico». Las noticias sobre la expansión del Coronavirus, cual plaga bíblica, le atenazaban. Dijo que pensaba que el fin del mundo estaba aquí y que necesitaba enmendarse. Quería devolver una reliquia que él había robado y conservado durante 15 años, sintiendo que ambos hechos, el de la emergencia sanitaria y el de su robo, estaban relacionados.
El ladrón, judío ultraortodoxo «con una infancia difícil» (según su conocido), pretendía, claro, permanecer anónimo y que fuera Manies quien devolviera la pieza, de 2.000 años de antigüedad. El hombre en cuestión había estado limpiando su casa para la festividad de Pésaj y le confesó que la piedra le «pesaba en el corazón». Como obliga la ley israelí, Manies decidió publicar en Facebook que estaba en posesión de la reliquia y mencionó en la misma a un inspector de la policía, Uzi Rotstein. Este corroboró que el gesto tenía como propósito «evitar que Dios se lo tuviera en cuenta al ladrón y que pudiera acceder al Jardín del Edén», en caso, claro, de que la pandemia se lo llevara por delante.
A ver, la reliquia tampoco es como para volverse locos. Es un pedrusco, un proyectil. Tendrá dos mil años pero no deja de ser una piedra más pequeña que un melón que se usaba para abrir cabezas. Que conste que con esto no estamos animando al personal a que robe ningún resto arqueológico como hizo el sujeto en una excursión escolar al Parque Nacional de las Murallas de Jerusalén. Era joven y estúpido, valga la redundancia, y preferimos no especular cómo ni para qué se llevó el adoquín, que, como seguramente descubrió después, llevaba impreso un mensaje mudo que ensanchaba el sentimiento de culpa.
Esa roca fue lanzada en algún momento del año 70 de nuestra era por las tropas romanas contra la ciudad de Jerusalén. Fue, de hecho, ariete del sitio romano que acabó con su destrucción. Y nuestro protagonista hebreo la tenía, vaya usted a saber si en el trastero, de pisapapeles, o cada vez más vergonzosamente escondida. Francamente, no parece un objeto del que fardar mucho. Pero ¿le mandaría esa piedra el recuerdo de una derrota milenaria de su pueblo cada vez que nuestro enigmático ladrón abriese el armario de las herramientas?
Estamos fantaseando, pero sería bonito que siguiéramos ese ejemplo. Pidamos perdón por nuestra antología de meteduras de pata, tachando de la lista, como en «Me llamo Earl». Creyentes o no, devolvamos esas cosillas que cuando nos prestaron ya sabíamos que serían nuestras para siempre. Esto va en serio y estoy pensando en esos que yo me sé que no devuelven los libros. Arrepentíos, pecadores. ¿Quién os dice, ladrones de bibliotecas, que el Coronavirus no es el dedo índice gigante del karma agitándose delante de vuestras narices? Más en serio: Rotstein confirmó que Manies no reveló la identidad del ladrón y que, a los pocos días, una señora entregó 30 monedas antiguas «de su padre fallecido». Aparentemente, había empezado a escuchar unas trompetas que...