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Historia

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40 años sin Tito, el comunista “raro” de la Europa del Este

Hoy, 4 de mayo, se cumplen cuatro décadas del hombre, Josip Broz, que llevó el timón de Yugoslavia desde el final de la II Guerra Mundial hasta su muerte en 1980

Seguidores de Tito visitando su tumba en el 40 aniversario de su fallecimiento
Seguidores de Tito visitando su tumba en el 40 aniversario de su fallecimientoDarko VojinovicAP

Reconocía Svetlana Broz (nieta de Josip Broz Tito) a este periódico que todavía existen “millones de personas ‘yugonostálgicas’”. Era 2015 y hacía más de una década que las Guerras yugoslavas se habían apagado, pero todavía quedaba en el paladar de algunos la añoranza de tiempos pasados. Concretamente, en los que el mariscal estuvo al frente de la República Socialista Federativa de Yugoslavia, de 1945 hasta su muerte en 1980. Personas que todavía hoy le veneran en el vistoso invernadero de la Casa de las Flores de Belgrado. Pero ¿qué hizo de Tito un ser recordado con cariño hoy por algunos y, más allá, cómo es posible que sus maneras comunistas chocaran con las de Stalin?

Tito estuvo en la revolución rusa de 1917 del lado de los bolcheviques, donde permaneció hasta el final de la guerra civil. Ya era tiempo de regresar a su casa (nació en el Reino de Croacia-Eslavonia, del Imperio austrohúngaro), a ese nuevo país que se había formado tras la Gran Guerra: Yugoslavia. Como convencido comunista que era, luchó por sus ideales, pero no se iba a conformar con las guías que le marcase Stalin. Quería forjar su propio camino y, tras la invasión nazi de su tierra, no esperó órdenes de arriba. Optó por una resistencia que permitió escapar a los judíos.

Fue elevado a la categoría de “héroe partisano” y ganó sobradamente las elecciones de finales del 45. Empezaba así una nueva vida dentro de Yugoslavia que no iba a conformarse con ser otro territorio más de la Unión Soviética. “Se distanció radicalmente de Stalin, que envió varios sicarios para asesinarlo”, escribía César Vidal; y, en 1953, Tito se convirtió en presidente “de un sistema que pretendía la construcción del socialismo que sería denominado 'autogestionario’ y en el que los obreros, efectivamente, gestionarían las empresas”.

Ese distanciamiento de Moscú le permitió recibir ayudas de Estados Unidos y colgarse el cartel de ser un régimen especial de la Europa del Este: tolerante con la religión y dejando espacio para la iniciativa privada. Y “por si fuera poco, reprimió con mano de hierro el separatismo empeñado en crear una nación basada en la hermandad entre los distintos territorios -continuaba Vidal-. Su éxito fue innegable. Durante los años sesenta y setenta, Yugoslavia experimentó un 'boom’ económico envidiable, al igual que una extraordinaria pujanza en el plano internacional”.