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Estrenos en el sofá: “Bacurau”, “Director’s Cut” y “Vida privada”

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Crítica de “Bacurau” : La tierra que desapareció del mapa ★★★★✩

Dirección y guión: Juliano Dornelles y Kleber Mendonça. Intérpretes: Bárbara Colen, Udo Kier, Sonia Braga, Antonio Saboia. Brasil-Francia, 2019. Duración: 131 minutos. Acción. Movistar +
Lo que tienen estos tiempos rabiosos es que subrayan la dimensión política de sus crónicas a pie de calle, por mucho realismo mágico que les quieran espolvorear por el camino. A simple vista, “Bacurau” podría ser una versión tropicalista de “El malvado Zaroff” o de “Los juegos del hambre”, o un ‘riff’ amazónico de “Asalto a la comisaría del distrito 13”, o un spaghetti-western post-colonialista, o un homenaje al Cinema Novo convenientemente maquillado de cine de género. Acaso demasiadas cosas para añadirle una denuncia de la llegada al poder de Bolsonaro, en la piel del cacique fascista que deja sin agua a todo un pueblo para venderlo al capital americano. Es inevitable pensar en él viendo el ruido y la furia de “Bacurau”, y en lo que Mendonça Filho y Dornelles pretenden plasmar como un acto de resistencia popular ante esa violencia imperialista que aún considera Latinoamérica como un campo de tiro. En ese sentido, el filme, que nunca se avergüenza de sus arritmias, que exhibe sus bruscos cambios de tono como medallas bélicas, y que está rodado con sentido del contraste épico, es perfecto como evento post-pandémico: no por casualidad se sitúa en un futuro próximo e indeterminado, que podría ser hoy mismo.
Así las cosas, Bacurau es como un Macondo lisérgico, un pueblo imaginario del Brasil profundo que, de repente, deja de estar en los mapas digitales, no es codificable, no es ni un grano de arena en el desierto. Esa metafórica desterritorialización es la de un país ignorado e ignoto, que conserva las esencias de su folklore con una ‘joie de vivre’ caliente y sudorosa. Antes de convertirse en una violenta fábula sobre el colonialismo -bastante bruta, antipática e hilarante, con un excesivo y magnético Udo Kier como cabeza visible de un grupo de adictos a la caza humana, y la aparición de un OVNI que no tarda en revelar su dimensión tecnológica más prosaica-, “Bacurau” es un estudio antropológico que incurre en algunos exotismos pero que sirve para que la polarización moral que se produce en el posterior asedio al pueblo -es una película que no conoce matices: todo es blanco y negro, bueno y malvado- fomente nuestra identificación con los oprimidos. En cierto modo, “Bacurau” es un filme sobre la necesidad de la revolución, y, a pesar de su natural dispersión y sobrecarga, hay que aplaudir la ambición de sus ideas.
Lo mejor: Es una película arriesgada, sorprendente e intensa, toda una imprevisible experiencia
Lo peor: A veces parece perderse en sus propios desvíos, y el descarrilamiento no siempre es productivo

Crítica de “Director’s Cut” : Una broma ligera de serie B ★★★✩✩

Director: Adam Rifkin. Guión: Penn Jilette. Intérpretes: Missi Pyle, Penn Jilette, Harry Hamlin. Estados Unidos, 2016. Duración: 90 minutos. Comedia. Movistar +
Imaginen un filme que es, a la vez, un making of y uno de esos extras con comentarios del director que ofrecen un correlato -otra película en fuera de campo, una deconstrucción del sentido que se convierte en cacofónico exorcismo creativo- de su primera capa de significado. A ello se suman las recurrentes apariciones como extras de los mecenas que han hecho posible el proyecto gracias al ‘crowdfunding’, lo que da pie a que Adam Rifkin se parta el pecho visibilizando los cambios en los modelos de financiación de la serie B a la que, sin duda, pertenece su película. En su simpático ánimo metalingüístico, “Director’s Cut”, parodia del thriller policial y prueba testimonial de esta era que viola intimidades y confunde realidad y ficción, aprovecha su espíritu lúdico para lanzar pullas contra la industria desde las trincheras del cine de guerrilla. A veces da la impresión de que sus ideas son algo redundantes y acaban por saturar la atención del espectador, pero, en general, el resultado es lo suficientemente insólito para llamar la atención entre tanta grisura confinada.
Lo mejor: Que aún haya películas de serie B que se pregunten sobre el lenguaje del cine
Lo peor: No siempre logra estar a la altura de su sofisticado juego metalingüístico

Crítica de “Vida privada”: El hijo tanto tiempo deseado

Dirección y guion: Tamara Jenkins. Intérpretes: Kathryn Hahn, Paul Giamatti, Kaily Carter, Molly Shannon. USA, 2018, 123 min. Comedia dramática. Netflix
El amor es sentarse en el lado correcto de la mesa. Este aforismo de todo a cien, que podría aparecer oculto en una galletita de la fortuna, resume la simplicidad del bello plano final de “Vida privada”, una película que podría haber dirigido Alexander Payne si hubiera nacido en uno de los barrios más bohemios de Nueva York y no en Omaha (Nebraska). Jenkins, no obstante, aporta una verdad que, probablemente, Payne solo habría logrado de oídas: la que saquea, maltrata y hace temblar a una relación de pareja a través de los oscuros, angostos pasillos de la adopción y la reproducción asistida, experiencia que Jenkins vivió en propia carne. Para estos yonquis de una paternidad eternamente postergada (espléndidos Hahn y Giamatti), tener un hijo se convierte en una manera de ganarle la partida al tiempo, y la película, suspicaz y observadora, no les da tregua, les golpea para acariciarles después, sobre todo con la aparición de una sobrina no consanguínea que, dispuesta a devolverles todo el amor que ha recibido de ellos, sacará a la luz la fragilidad de su sueño.
Lo mejor: Visibilizar un tema extrañamente tabú en el cine como el de la reproducción asistida
Lo peor: Que, después de “La familia Savage”, Jenkins haya tardado diez años en rodar una película