Sección patrocinada por sección patrocinada
Historia

Historia

Infiltrados nazis en El Cairo

El espionaje de la Alemania nazi mostró gran interés en el norte de África, donde reclutó una serie de expertos entre los que se encontraba el célebre explorador del desierto Láslzló Almásy

Dos de los Ford del comando de Almásy en la Operación Salam
Dos de los Ford del comando de Almásy en la Operación SalamLa RazónLa Razón

La Segunda Guerra Mundial en el norte de África es conocida por figuras tan rutilantes como Rommel, Patton o Montgomery, pero más allá de los campos de batalla, los servicios de inteligencia de ambos bandos libraron una particular batalla. Desde 1940, la inteligencia militar alemana (Abwehr) había tratado, sin éxito, de infiltrar agentes en el Egipto británico, sin saber que sus pasos estaban siendo monitorizados: los británicos habían logrado descifrar sus códigos, y tenían una estampa muy precisa de sus actividades en el norte de África, incluyendo la presencia de Almásy y su significado.

La Abwehr no se dio por vencida en sus planes de infiltrar agentes secretos en Egipto, y la necesidad se hizo más acuciante conforme avanzaban los preparativos para una gran ofensiva. Hans-Willi Eppler, criado en El Cairo, y Hans-Gerd Sandstede, que había vivido una década en África, fueron seleccionados como los candidatos más indicados. Tras los fracasos anteriores, Almásy fue puesto al mando de la Operación Salam, con la misión de transportar por tierra a los dos agentes al valle del Nilo de forma inadvertida.

En noviembre de 1941 los británicos lanzaron la Operación Crusader y en diciembre habían socorrido Tobruk y empujado a las sorprendidas unidades italo-germanas hasta los límites de Tripolitania, demasiado lejos de Egipto. El contraataque de Rommel, que rechazó a los aliados hasta la línea de Gazala, dio a Almásy la oportunidad que llevaba tres meses esperando.

La Operación Salam arrancó definitivamente desde Trípoli el 29 de abril, con seis vehículos Ford capturados, hacia el oasis de Gialo, último punto de repostaje de la operación, antes de adentrarse en el desierto. Nadie en el grupo, excepto Almásy, tenía experiencia en conducir por arena. Los vehículos iban sobrecargados y se hundían una y otra vez. Hacia el final del día los hombres ya estaban completamente exhaustos de empujar los vehículos y palear arena. El consumo de agua era excesivo, la moral caía en picado y muchos integrantes del equipo cayeron gravemente enfermos por el agotamiento. Al día siguiente, el vehículo de mando de Almásy sufrió una avería en el eje trasero y tuvo que ser remolcado. Parecía claro que el grupo jamás sería capaz de alcanzar su objetivo y Almásy ordenó volver a Gialo.

La expedición partió de nuevo el 12 de mayo y entró por segunda vez en las dunas, con igual fortuna. La operación parecía tocar a su fin, pero Almásy no estaba dispuesto a tirar la toalla. Durante la noche reformuló todo para eludir las dunas más al sur, pasando cerca del oasis de Kufra, en manos del enemigo, hacia la meseta de Gilf Kebir, lo que lograron con seis hombres y cuatro vehículos, dos de los cuales tuvieron que ser abandonados.

De aquí en adelante la fortuna de la operación mejoró notablemente. Evitaron con éxito el ser detectados cerca de Kufra y en solo tres días alcanzaron Gilf Kebir, dejando un camión Ford y una reserva de agua y combustible escondida. La tarde del 22 de mayo, Salam acampaba cerca del oasis de Kharga, que cruzaron al amanecer ante dos somnolientos centinelas egipcios. A mediodía alcanzaron los escarpes sobre Assiut y tras una rápida despedida, Eppler y Standstede se pusieron ropas civiles, ocultaron sus uniformes alemanes y desaparecieron valle abajo.

Las transmisiones de Salam fueron interceptadas desde el principio por los británicos, pero cada día había que descifrar un enorme número de mensajes y la prioridad era Rommel. Cuando entendieron el peligro e intentaron reaccionar, Almásy estaba sano y salvo en Gialo.

Todo el esfuerzo en vano

El 26 de mayo Rommel lanzó un ataque total contra la línea de Gazala, en el curso del cual el radiotransmisor de Salam cayó en manos enemigas, lo que imposibilitaba contactar con Eppler y Sandstede. Un frustrado Almásy, ascendido a comandante y condecorado con la Cruz de Hierro, volvió a Europa el 7 de julio.

Mientras, en Egipto, Eppler y Sandstede, tomaron un tren en Assiut sin llamar la atención y alcanzaron El Cairo por la tarde. Primero recalaron en uno de los burdeles más infames de la ciudad y luego se trasladaron a una casa flotante de alquiler en el Nilo. Lo cierto es que ninguno de los dos llegó a recabar ninguna información relevante. Conscientes de que cualquier día podían ser capturados, dilapidaron las considerables sumas de dinero suministradas por la Abwehr en un ritmo de vida desenfrenado y, en caso de que los alemanes llegaran a El Cairo, prepararon diarios ficticios con informes de inteligencia falsificados para justificar sus actividades. Fueron finalmente detenidos el 25 de julio.

La Operación Salam resultó un rotundo éxito, pero absolutamente inútil. La larga ruta de Almásy a lo largo de un desierto controlado por el enemigo fue un logro increíble que hizo estremecerse a las autoridades británicas en El Cairo. Sin embargo, los acontecimientos posteriores y la incompetencia de Eppler y Sandstede frustraron todos los planes y esfuerzos. Salam fue, sobre todo, un éxito personal del propio Almásy.

Para saber más...

“El oasis perdido”, de Saul Kelly (Desperta Ferro Ediciones): 384 páginas, 24,95 euros.

El paciente inglés

Laszlo Almásy había empezado a mediados de los veinte como representante en Egipto de la firma de automóviles austríaca Steyr. Era un consumado aviador y mecánico y mostró un gran interés por dos de los misterios del desierto de la época: el oasis perdido de Zerzura y el ejército perdido de Cambises. Entre 1932 y 1935 organizó seis expediciones a las zonas desconocidas del desierto Líbico y completó muchas de las extensas áreas en blanco de los mapas de la época. Siempre escaso de fondos, Almásy estaba dispuesto a acompañar a cualquiera que financiara una expedición al desierto y la elección de sus compañías siempre le hacía sospechoso tanto ante las autoridades británicas como ante las italianas. En 1935 era considerado persona non grata en territorio italiano y los británicos le tenían atado en corto en Egipto. Retomó su otra pasión, la aviación, y no realizó más aventuras en los confines del desierto hasta el estallido de la guerra. Almásy retornó a Hungría y escribió un libro con sus experiencias en el norte de África, descrito por un censor militar como un “un folleto de viajes anglófilo”. Los censores, en otras ocasiones implacables, pasaron por alto una sentencia que resume los sentimientos de Almásy: “Puedo comprender hasta cierto punto el combate en la estepa rusa, pero aquí, bajo el cielo africano, en el mundo de los oasis –el símbolo genuino de la paz y el misterio–, ¿cómo se pueden matarse los hombres los unos a los otros?”.