“Realidad”, un proyecto que llegó de rebote
Con los comentarios de Natalia Menéndez, su directora, recordamos cómo se levantó esta aplaudida producción, protagonizada por Javier Cámara, que hoy puede verse en casa a través de la Teatroteca
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Prestigioso autor teatral, exitoso guionista de cine y leyenda viva, en definitiva, de la literatura dramática del siglo XX, Tom Stoppard goza en nuestro país de un reconocimiento unánime que se remonta, prácticamente, a sus inicios como escritor.
No obstante, hasta hace relativamente poco, ese reconocimiento descansaba en gran medida en un título: “Rosencrantz y Guildenstern han muerto”. Los numerosos montajes en España que se hicieron en el último tercio del pasado siglo de esta conocida obra, una de las primeras que escribió, estrenada con gran éxito en 1967, opacaban aquí de algún modo, entre el gran público, otros textos suyos que, especialmente en Cataluña, también se llevaban a escena, y a veces en importantes producciones. Fue mucho tiempo después, ya en la primera década de este siglo, cuando el nombre de Stoppard empezó a calar en ese ‘gran público’. Dos circunstancias tuvieron mucho que ver en ello. Por un lado, la popularidad del autor en el todopoderoso mundo del cine seguía creciendo: en 1998 había ganado por fin el Oscar con el guion de “Shakespeare in love” después de haber firmado, años atrás, el de otras películas tan conocidas como “Brazil”, también nominada en su momento; “El imperio del sol” o “La casa Rusia”. Por otro lado, dos estupendas y lujosas producciones teatrales se sucedieron en aquellos años en nuestro país con un éxito abrumador: “Rock and Roll” (2008), con dirección de Àlex Rigola para el Teatre Lliure, y “Realidad” (2010), dirigida por Natalia Menéndez en el Centro Dramático Nacional.
Hoy Menéndez recuerda, entre risas, cómo entró a formar parte de aquel proyecto: “Yo llegué más bien de rebote; creo que se les debió de caer un director y me llamaron a mí como sustituta. Así fue como me topé con ‘Realidad’ y como descubrí a Stoppard, porque mi conocimiento sobre él era hasta entonces, sobre todo, como guionista”.
Gerardo Vera, que dirigía en aquel tiempo el CDN, estaba empeñado en difundir la obra de Stoppard y programó además de “Realidad” varios montajes del escritor checo-británico en esa temporada y en la siguiente. “Yo me daba cuenta de que, para Gerardo (Vera), aquel autor y aquel texto tenían una importancia que para mí entonces, sinceramente, no tenían. Yo agarré el texto como hubiera agarrado el de cualquier absoluto desconocido. Y quizá eso influyera en la manera de llevarlo a escena: lo trabajé con la sencillez y con la imaginación que el propio texto me pedía”.
La directora, eso sí, tuvo enseguida claras las virtudes y las posibilidades del texto: “Al leerlo, me encontré con un autor, en primer lugar, que tenía un ritmo increíble. Y a mí eso me encanta. Además, tenía un estilo muy particular: por un lado, realista; por otro, absurdo, cínico, cómico… y poético sin aparentarlo. Es un texto que cuenta muchas cosas y muy bien”.
Ciertamente, no puede ser más vibrante, ameno, rico, crítico y profundo el análisis que hace Stoppard en esta obra, en la que se cree que hay mucho de autobiográfico, acerca de dos temas fundamentales: el de las relaciones de pareja –con infidelidades, desprecios y exhibiciones de egos incluidos– y el de la propia actividad creadora o literaria –en la que el ego vuelvo a jugar una baza importante–. Para estar a la altura del autor, Natalia Menéndez contó con un elenco de lujo: Javier Cámara, en el papel protagonista; María Pujalte; Juan Codina, Álex García, Arantxa Aranguren, Jorge Páez y Patricia Delgado. Algunos de estos actores estaban precisamente entonces ascendiendo a toda prisa a la cima de su popularidad, si no se encontraban ya asentados en ella. Sin embargo, no hubo razones comerciales, según Menéndez, en la elección de ninguno: “Es verdad que algunos eran conocidos en ese momento por el cine y la televisión, pero casi todos habían hecho mucho teatro. Yo, además, no pongo etiquetas: si son conocidos, pues mejor. La única verdad es que, cuando leí ‘Realidad’, pensé inmediatamente en Cámara y Pujalte para los papeles protagonistas. Creo que en ese reparto había de todo; se hizo buscando ese equilibrio, que siempre es necesario”. En cuanto al resto del equipo artístico, Luis Luque, hoy adjunto de Menéndez en la dirección del Teatro Español, ejerció de ayudante; Alfonso Barajas diseño la escenografía; María Araújo hizo el vestuario; Luis Miguel Cobo compuso la música; Mariona Omedes y Carles Mora se ocuparon de la videocreación, e Iván Marín, de la iluminación. “Son gente con la que me siento muy a gusto. Nos conocemos bien y vamos todos a una”, señala la directora, recordando estos días de manera especial y sentida a Araújo, tristemente fallecida hace poco más de un mes por coronavirus.
Todo parecía favorable, por tanto, a que el recibimiento fuese bueno el 28 de enero, fecha prevista para el estreno de “Realidad”. Pero en el CDN no se fiaban del todo, reconoce Menéndez: “Había ciertos temores con el resultado porque Stoppard iba a venir al estreno. Me advertían de cómo podía reaccionar, ya que tenía fama de tener un humor y un carácter… particulares. ‘Si no le gusta, se levantará a la mitad y se irá’, me decían. Y yo contestaba: ‘Pues muy bien, que se vaya’ –explica riendo hoy la directora–. Yo estaba satisfecha con el trabajo que habíamos hecho, así que no podía decir otra cosa. Por otra parte, yo tampoco soy muy mitómana; sí me producía curiosidad que viniera a verlo, claro; pero nada más”.
Por fin llegó la esperada noche y con ella llegó el temido Stoppard, quien, una vez finalizada la función, quedaría para sorpresa de algunos tan prendado con el espectáculo como lo estuvimos el resto de espectadores. “Él éxito fue total. Al acabar la función me dijeron que Stoppard nos estaba buscando a todo el equipo; quería vernos y felicitarnos. Me dijo que era el montaje de ‘Realidad’ que más le había gustado de cuantos se habían hecho en el mundo. Nos fuimos todos juntos a la Taberna del Gijón, y estuvimos allí tomando vino y jamón hasta que nos cerraron a las dos de la mañana. ¡Y lo pagó todo él! –ríe Menéndez–. Él es un tipo muy curioso; un hombre que hace lo que le da la gana, y que no se calla nada. Aquel día se lo pasó genial con la compañía. La verdad es que ahí se inició una amistad entre nosotros; nos hemos estado escribiendo durante mucho tiempo.”