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Historia
El general Patton: El soez héroe de la IIGM que escondió la prensa americana
Sus tácticas cambiaron el rumbo de la historia, clave para derrotar al Tercer Reich. Era un líder fuerte y convencido de su valía, pero también un militar grosero y narcisista que no se arrugaba ante nadie que no fuera Dios, el único contra el que no blasfemó

Para Fernando del Castillo Durán, escribir la biografía de George S. Patton Jr. ochenta años después de su muerte y del final de la Segunda Guerra Mundial es como «recorrer un campo de minas». Sin embargo, es la empresa con la que se ha atrevido este catedrático y doctor en Hispánicas: abordar la vida y carrera de un personaje que en las primeras líneas del libro ya define como «contradictorio, paradójico y extravagante». Y es precisamente ahí donde –escribe– «radica su originalidad». «Patton. Soldado en dos guerras mundiales» (Sekotia) presenta de este modo a un hombre «difícilmente asumible por la historia, la crítica o la prensa».
Alan Axelrod, por su parte, lo definió muy cercano a los personajes militares inquietantemente complejos de Shakespeare, a figuras como Julio César, Otelo y Tito Andrónico, «todos capitanes inspirados de quienes la civilización misma depende en tiempos de guerra, pero a quienes la civilización no puede soportar en tiempos de paz», plasmaba el autor americano en «Patton». Lo mismo que ocurrió con los capitanes de Shakespeare, sucedió con el general: «La civilización en paz no podía tolerarlo y él no podía vivir en paz en una civilización pacífica».

Como nos legó el príncipe de Talleyrand: «Los hombres son como las estatuas, hay que verlos en su lugar, esto es, actuando en contexto»; y lo que sucede con esta leyenda estadounidense es que, como señala el profesor Del Castillo, «tiene un expediente extraordinario»: a excepción de algunas cartas a su esposa durante su estancia en la Europa en guerra, la vida del general «renuncia a presentar pormenores particulares porque se centra en actividades estrictamente militares, desdeñando peripecias divergentes».
«Cuando no estoy atacando, me pongo nervioso», confesaba el general por carta a su mujer Beatrice
Hasta en esas misivas a Beatrice Banning Ayer Patton, su mujer, se mostraba obsesionado con la guerra: «Cuando no estoy atacando, me pongo nervioso».
Solo existe en esa trayectoria un asunto «de la más precisa intimidad» que sí llama la atención de Del Castillo: una serie de composiciones versificadas que elaboró durante toda su existencia que revela «una dudosa inspiración, pero que, al mismo tiempo, muestra una inquietud persistente fruto de la experiencia en los campos de batalla», asegura. «El hombre que mandaba ejércitos, que hacía converger en esas horas las vanguardias de sus blindados en puntos muy distantes, que perforaba los flancos del enemigo, que dirigía bombardeos mientras ordenaba avances insospechados hacia diferentes objetivos –continúa–, también dejaba por escrito versos irregulares que, en definitiva, eran legítimos testimonios de una mirada auténtica, profana si se quiere, pero al mismo tiempo cargada de resonancias a la divinidad».
Porque la relación de George Patton –protestante episcopal– con Dios es otro de los muchos altos en el camino que hace Del Castillo Durán en su obra. El general le ruega al Señor cambios de tiempo para poder avanzar en pos del antagonista. «Es un guerrero de un dios que le responde y que actúa, que muda el clima y que lo escucha doliente, entre las ruinas de los templos que el general visita en su vertiginosos avance por Francia».
Su figura recuerda a la de los capitanes de Shakespeare: Julio César, Otelo y Tito Andrónico
Sin Europa, el militar nunca hubiera alcanzado el el escalón en el que se le mantiene hoy en día. «Sin tales circunstancias, su paso por la vida hubiera sido el anodino transcurrir de un oficial norteamericano» cualquiera. Fue este mente uno de sus temores, apunta el libro: «Cuando estalló la guerra [principalmente la de 1939], Patton ya era un “viejo” de 55 años» que estaba muy cerca de pasar a la reserva.
Una única opción: atacar
Pero él llevaba dentro el fuego del combate: «En la guerra, la única defensa posible es la ofensiva, y la eficiencia de esa ofensiva depende de las almas guerreras de aquellos que la dirigen» («La guerra como la conocí», 2016, Salamina).
De sus mediáticos éxitos en México (1916), de su escasa intervención en las batallas de Francia durante la primera contienda y de su estancia en Hawái, «saltó a las portadas de las revistas y periódicos a partir de su llegada a África, Sicilia y, ya más tarde, Francia, a veces en calidad de héroe, otras como villano, presentando siempre perfiles narcisistas y rebeldes dentro de una capacidad y una competencia fuera de cualquier duda», sostiene un historiador que separa al Patton lleno de triunfos militares del «imprudente» en cuestiones políticas. «Fue un soberbio general, el mejor entre los aliados occidentales». Supo adaptarse a la guerra mecanizada y su liderazgo fue clave para hacer caer al Tercer Reich.

Pero del mismo modo, señala el volumen, «fue un general controvertido, capaz de atraer sobre él tanto el elogio como la voracidad de la prensa, tanto el aplauso del público como la reprobación, y donde la presencia de amigos y conocidos en los estamentos políticos y militares supuso en muchos casos simplemente su continuidad»; en especial, su cercanía a Henry L. Stimson –secretario de Guerra– y a los generales George Marshall y Dwight Eisenhower.
De este modo se forjó el carácter de un militar cuyos actos y palabras «no dejaban impasible a nadie», señala el profesor: «Se trataba de un sujeto que en todo momento buscaba ser visto y ser notado, aspecto que compatibilizaba con un narcisismo que le trajo frecuentes problemas personales (...) Careció en muchas ocasiones de empatía, y como consecuencia, la arrogancia era una de las peculiaridades de su comportamiento, ya que necesitaba imperiosamente ser admirado y sentirse necesario (...) Siempre buscaba destacar, decir la palabra definitiva o sorprender».
El general tuvo clara su valía desde el primer momento y, entre otros, no dudó en mostrárselo al que iba a ser su suegro cuando apenas era un simple teniente recién graduado en West Point.
Supo adaptarse a la guerra mecanizada y su liderazgo fue clave para hacer caer al Tercer Reich
Es este Patton cercano a la soberbia el personaje que se ha ido destapado con el tiempo, con investigaciones, como la que nos ocupa en esta publicación, que llegaron tras su muerte, pues –apunta Del Castillo– el general que enseñó la prensa de entonces era un tipo sereno, prudente y templadamente ponderado. «En absoluto», afirma el volumen de Sekotia, «ese no fue su comportamiento ni esas fueron sus expresiones. No censurado, pero sí filtrado, y es cierto, salvo en las alocuciones oídas en directo, que lógicamente recogen las palabras exactas, Patton fue “refinado” por los medios e incluso por los historiadores». Incluso el cine contribuyó a la causa y «presentó a un militar brusco, pero no grosero, adulterando al personaje y convirtiéndolo en un tipo duro, aunque escrupuloso».
Lo cierto es que blasfemó contra quien hiciera falta. No dudo en mostrar al caudillo soez del que habla el profesor, pero hubo un nombre contra el que jamás cruzó la línea: «Nunca agravió a Dios».
- 'Patton' (Sekotia), de Fernando del Castillo Durán, 464 páginas, 25,95 euros.
¿Qué hay de cierto del «affaire» con su sobrina?
►La relación de Patton con su sobrina Jane Gordon (hija de la hermana de Beatrice, su esposa) ha sonado con más o menos fuerza a lo largo de las biografías del general; y Fernando del Castillo Durán no obvia el asunto. ¿Fue solo un rumor o de verdad pasó algo?, se pregunta antes de esbozar las teorías. Según el historiador Carlo D’Este, en Hawái en 1936, el militar y la muchacha tuvieron un devaneo que alertó a su mujer y que puso en jaque al matrimonio. ¿Pero qué pasó cuando Jane visitó Europa en 1945 como enfermera? Con esa duda por resolver, D’Este sí señala el rapapolvo de Beatrice a la sobrina una vez falleció el general. Meses después, ella se quitaría la vida, dicen, rodeada de fotos de su tío...
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