La nueva “anormalidad” musical
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Llegan las imágenes de los primeros conciertos en Alemania, concretamente en el teatro de Wiesbaden el lunes pasado. Son realmente deprimentes. Se ven menos de cincuenta espectadores en el patio de butacas, separados por tres butacas vacías a izquierda y derecha, aunque quienes viven en el mismo domicilio se juntan, como era previsible y así lo escribí aquí en semanas pasadas. En el escenario un cantante, el bajo Günther Gröissböck, y un pianista. El público, con mascarillas. Son las nuevas normas para la celebración de espectáculos: “debe cubrirse la boca y la nariz dentro del teatro; los guardarropas permanecerán cerrados; cada comprador de la entrada deberá dejar su nombre, dirección y número de teléfono al comprarla; habrá de guardarse una distancia mínima de 1,5 m de otros visitantes y del personal del teatro; las instalaciones sanitarias solo podrán ser utilizadas por una persona a la vez; el lugar respectivo solo se asignará una vez dentro del teatro; se deberá mantener una distancia de tres asientos entre los vecinos de asiento respectivos que no pertenezcan al mismo hogar; se bloqueará una fila de asientos entre dos filas de asientos; el vestíbulo permanecerá cerrado”.
En toda Europa hay reglas más o menos similares. Habrá espectáculos con un mayor número de músicos en el escenario, pero resulta difícil pensar en una orquesta sinfónica de más de cien atriles. El Festival de Granada va a levantar el telón a toda costa. Lo hará con un “Requiem” de Mozart en la catedral, una idea inteligente ya que el espacio es muy amplio para el público, una orquesta y unos coros de tamaño asequible. También inteligente en el destino de la recaudación. La programación se dará a conocer la semana próxima y asombrará, porque tiene la suerte única de haberse podido reformar cuando los artistas están en paro. Una ocasión excepcional para internacionalizar este festival, con los extraordinarios marcos con los que cuenta, en un periodo en que casi todo está cancelado en Europa.
Ante esta situación nos rebelamos muchos, entre nosotros bastantes artistas. La más popular es Anna Netrebko, quien ha tachado de “estúpidas” las reglamentaciones promulgadas. Es más, incluso en sus redes sociales, mientras estudia su próximo nuevo papel de Abigail, aboga porque desaparezcan no sólo tales normas, sino también quienes las dictaron. Otra soprano, Sonya Yoncheva, ha publicado en sus redes dos fotos: la del vacío citado teatro de Wiesbaden junto a la de un avión repleto de pasajeros. A ellas añade “¿En qué quedamos? Que todos nuestros presidentes y ministros nos lo expliquen. En mi próximo vuelo voy a levantarme y cantar delante de los pasajeros. Si no hay riesgo de contaminación, la cultura es alta necesidad existencial. ¡Devuélvansela a la gente!”. Dos caceroladas en toda regla.
Y es que vamos de absurdo en absurdo y de mentira en mentira, sin que nadie aplique el sentido común. En un avión, en el metro, etc. no se aplica la distancia de dos metros pero sí en un patio de butacas o un escenario. Que me lo expliquen. Con lo fácil que sería que una orquesta, como se ha hecho en el futbol, hiciese un test semanal a sus miembros. Los que lo pasaran podrían trabajar con normalidad, sin tanta medida restrictiva. Eso sirve perfectamente para agrupaciones como la OCNE, RTVE, OSM, etc. pero se está muy bien cobrando, sin conciertos y sin ensayos. Ya escucharemos cómo tocan después de meses sin dar un palo al agua.
Repito: vamos de absurdo en absurdo y de mentira en mentira. Los alemanes podrán volar enseguida a Mallorca, pero no los madrileños; las mascarillas no eran recomendables y ahora son obligatorias, pero no se recomendaban porque no las había y ahora así se reconoce sin vergüenza alguna; se firma un documento entre tres partidos con ciertos compromisos y seguidamente uno de los firmantes desmienten su punto primero mientras otro lo reafirma… Esto no es. No quiero esta “anormalidad”.