“Lo que hacemos en las sombras”: la serie con la que te reirás de los vampiros
Cada episodio es un «tour de force» humorístico, una incesante sucesión de gags
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Vuelven las aventuras de Nandor, Nadja, Lazslo y, cómo no, también Colin Robinson. La «troupe» vampiresca afincada por los siglos de los siglos en Staten Island ha convencido de nuevo a un equipo de documentalistas para que plasme sus sobrenaturales e hilarantes rutinas hogareñas.
Risa gamberra e indolora
A pesar de que en esta temporada han dado un paso a un lado, en ella sigue notándose la influencia de Taika Waititi y Jemaine Clement, creadores de la fabulosa película homónima en la que la serie se inspira. Ahora como entonces, la fórmula es la misma: una incesante sucesión de gags. Cada episodio es un «tour de force» humorístico en el que cada minuto de metraje incluye por lo menos cinco bromas visuales, conceptuales o referenciales. En casa de estas alocadas criaturas de la noche el drama, el terror e incluso algunos amargos apuntes sociales se convierten en el pretexto ideal para inspirarnos la risa gamberra, pero indolora. Es tal la velocidad con la que se van encadenando los chistes que el espectador dispone de apenas unas décimas de segundo para procesar segundas lecturas. Muy poco tiempo considerando que a la vez debemos ocuparnos de evitar que se nos desencaje la mandíbula.
Otro tipo de «sitcom»
«Lo que hacemos en las sombras» pertenece a ese género televisivo no especialmente reputado que conocemos como «sitcom» y eso la emparenta con títulos míticos como «Friends», «Cómo conocí a vuestra madre» o «The Big Bang Theory». Pese a ello, esta propuesta muestra una saludable voluntad por distanciarse de lo habitual en este tipo de ficciones, por ejemplo prescindiendo del recurso de las risas enlatadas; en ese sentido se halla más cerca de otras como «The Office» o «Modern Family», que para conseguir la reacción del espectador no lo increpan de manera tan directa. Aquí la complicidad se establece a base de zooms, miradas furtivas a cámara y alusiones al lenguaje de la telerrealidad, durante las que los protagonistas comparten con nosotros sus más íntimas impresiones respecto a la acción que acabamos de ver.
Complejidad temática
La gracia de «Lo que hacemos en las sombras», tanto en esta segunda temporada como en la primera y en la película original, reside principalmente en la exploración del universo vampiresco a través de los mecanismos del falso documental. Y es gracias a esta aproximación, que aúna lo fantástico y lo supuestamente real, que sus episodios logran su insólita complejidad temática. Los zombies, los demonios, los trolls, las brujas y los espectros invocados sirven no solo como afinada síntesis paródica del cine de terror de los últimos años sino también como reflejos de la precariedad laboral, la toxicidad de Internet o las maneras que tenemos de enfrentamos a nuestros propios fantasmas.
Caos
Cuanto más absurdo y desmadrado, mejor; el caos es el territorio en el que esta serie rinde a pleno potencial. Analizada en frío, eso sí, evidencia un control absoluto de todos los frentes narrativos que va abriendo. De hecho, esta segunda temporada explora a la perfección lo que se oculta tras las puertas argumentales que quedaron abiertas al final de la primera, y es por eso que, en líneas generales, es una colección de episodios mucho más equilibrada y en la que todos los personajes tienen sus momentos de gloria. Entre ellos, por ejemplo, destacan el regreso de la maldición del sombrero de Laszlo, el ahondamiento en las crisis de identidad de Guillermo, el sufrido «familiar» de Nandor y la delirante subtrama de un tal Jackie Daytona, camarero pendenciero y entrenador de voleibol femenino a tiempo parcial.
Colin Robinson, un hito
Pero el personaje más memorable de todo el elenco es Colin Robinson, sin lugar a dudas uno de los grandes hitos cómicos de la televisión moderna en buena medida gracias a lo perfectamente fusionado que se muestra con Mark Proksch, el actor que lo encarna. Sin que se sepa muy bien cómo, este peculiar vampiro que tolera la luz del sol y se alimenta drenando la energía vital de quienes lo rodean –y qué mejor forma de hacerlo que someterlos al más absoluto aburrimiento– va escalando posiciones en su gris oficina y consiguiendo conquistar el pico de la pirámide laboral. Y su periplo culmina con un maravilloso montaje al ritmo del «Réquiem» de Mozart que, sin duda, representa la cúspide humorística de la serie en esta segunda temporada.