Achero Mañas: “El cine se ha devaluado en los últimos diez años”
Tras una década apartado de las pantallas, el director vuelve con una "road movie" familiar sobre la singularidad
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Diez años después de “Todo lo que tú quieras” vuelve Achero Mañas. Lo hace en Málaga, en el Festival que le dio la bendición allá por 1998, en su primera edición. Luego vendrían “El Bola” (2000) y “Noviembre” (2003), otro parón “para pasar más tiempo con la familia” y, después, “Todo lo que tú quieras” (2010). Desde entonces, el director y actor refugió en su mundo hasta ahora, que regresa con una “road movie”, “Un mundo normal”, familiar protagonizada por Ernesto Alterio y en la que da la alternativa a su propia hija, Gala Amyach, a la que no pierde de vista. Primera hora de la mañana y Mañas pregunta por ella: “¿Quién la entrevista primero? Es solo para decirle que esto es una gilipollez y que se relaje”. Nunca viene mal el consejo de un padre.
-¿Dónde ha estado estos últimos diez años?
-Viviendo, como todo el mundo. He viajado con mi familia, estudiado, leído y escrito. Hasta que ahora ha salido una película, que ya tenía necesidad.
-Ha dicho en alguna ocasión que está “condenado” a amar el cine, por lo que la reconciliación era de esperar.
-Sí, pero no sé cuánto va a durar. A lo mejor solo hago siete o diez películas en setenta años. Las circunstancias dirán.
-Vaya momento para volver...
-Curioso... (ríe).
-Iba a estrenar en marzo y todo se paró. ¿Cómo lo ha llevado?
-Con resignación, pero muy tranquilo. Aunque sea tremendo decirlo, me ha sentado muy bien no tener responsabilidades, saber que no puedes hacer nada para cambiar las cosas. He podido estar a mi bola porque no dependía de mí. Y hasta, prácticamente, he dejado de fumar.
-Prácticamente...
-Sí, porque un cigarro al mes... Ahora duermo mucho más y estoy equilibrado
-¿Y por la película?
-Hubiera preferido que no estuviéramos así, pero no deja de ser curioso que la cinta y la pandemia tengan conexión. Yo hablo de la integridad, de no traicionarse a uno mismo, de la supervivencia de la singularidad y ahora la pandemia nos ha universalizado de una manera salvaje. Ha sido una experiencia colectiva, por un lado, y, a la vez, ha sido muy personal porque estábamos completamente recluidos.
-¿Se parece al director de hace diez años?
-La dinámica es la misma. He cambiado como persona porque si no estaría preocupado. La gente evoluciona, creo en el progreso espiritual. No he cambiado en mi relación con el cine más allá de tomarme las cosas con más paciencia porque los procesos son cada vez más largos. Lo que se ha transformado ha sido la cinematografía, que se ha devaluado: todo cuesta más, hay más problemas para financiar, la ley complica a los productores independientes, las grandes cadenas deciden, los actores no abren la boca y parecen contentos con la situación, el Ministerio de Cultura parece el de Fomento o Industria porque se priman parámetros de cantidad y no de calidad... Deberíamos convocar una mesa para el diálogo e intentar ver qué salida le vamos a dar viendo cómo está cambiando el panorama.
-Mandan las plataformas.
-Estamos en un continuo cambio en el que nadie puede decir qué va a pasar a corto plazo. Aun así, las plataformas no son el problema, sino un añadido siempre que no se pierda la libertad. Se han convertido en grandes estudios y las miradas de los autores sufren más de lo que sufrían las miradas de los directores con los productores. La clase media no está representada porque el cine se ha centrado en el espectáculo y en el género y se condiciona por la visión generalista, poco atrevida, condescendiente y, a veces, errónea de las plataformas.
-Estas también apuestan por la cantidad.
-Es curioso que la cuota de pantalla del cine ha subido en todo el mundo menos en España. Si la apuesta comercial era esa...
-Respecto a la película, la culpable es su madre, que es la que da pie a la anécdota.
-Sí, cuando, de repente, me pidió que por favor la tire al mar el día que muera y, entonces, comienzo una investigación sabiendo que no voy a ser capaz de enfrentarme a las masas y a la tradición. No voy a luchar contra la dictadura de la mayoría que decía Stuart Mill, así que hago una reflexión de cómo las singularidades pueden hacerse hueco en la sociedad. La muerte me viene bien para ello porque si hay algún lugar en el que las tradiciones son tan variadas como estrictas es en los duelos. Quería desacralizar todo eso, de ahí el tono de la película para meterme a fondo y hablar de la familia.
-Así la cinta sirve, en parte, para cumplir la petición de su madre.
-Sí, he hecho un “alter ego” del futuro porque sigue viva para ver qué pasa.
-Esta mal visto eso de tirar a un familiar al mar, pero ¿cuál es la pena?
-Investigué para ver en qué lio me podía meter. Pero no hay pena más allá de un delito contra la salud pública si el cuerpo tiene alguna enfermedad. Con la de gente que muere cada día intentando cruzar los mares, sería ridículo. Aun así, pese a coger a mi familia, no es una película del todo autobiográfica pese a que sí tiene ese ámbito en el que he vivido con el mundo del arte y el teatro. Pero me apetecía hablar de las singularidades familiares.
-Su madre también ha inspirado la escena de la televisión.
-Sí. Lo hizo en silencio. Estábamos viendo la tele, se levantó, la apagó, le dijimos “qué haces”, se fue al ventanal y la tiró. Estuvimos diez años sin televisor y ahora no tengo.
-¿Vivís desconectados del mundo plataforma?
-Sí, nosotros leemos y, de vez en cuando, vemos una película en un proyector.