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¿Deben los museos desprenderse de sus obras más valiosas para sobrevivir?

Si las pinacotecas se desprenden de sus colecciones será pan para hoy y pérdida de marca para mañana, además de perjuicio a los ciudadanos.
FACUNDO ARRIZABALAGAEFE
La Razón

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La cultura está viviendo la crisis del Covid-19 de una manera especialmente dramática. Museos y centros culturales han visto paralizados bruscamente sus planes de expansión, y –lo que es peor– se encuentran en serias dificultades para mantener sus programaciones y estructuras habituales. Aquellas instituciones que dependían de la afluencia de turistas para cuadrar sus presupuestos anuales se ven ahora al borde del abismo, sin una parte importante de sus previsiones presupuestarias y abocadas a tomar decisiones drásticas que afectan a su supervivencia. Ante la incapacidad de las administraciones para responder a esta mengua de ingresos, algunos centros han optado por una medida tan desesperada como polémica: vender parte de su patrimonio. La Royal Opera House Covent Garden de Londres decidió subastar el retrato de Sir David Webster, de David Hockney, para paliar la escasez de fondos resultante de permanecer durante varios meses cerrada. La mismísima Royal Academy de Londres –una de las instituciones artísticas más emblemáticas ya no del Reino Unido, sino de todo el mundo– baraja la posibilidad de vender el célebre «Todo Taddei», de Miguel Ángel –valorado en 110 millones de euros– para evitar despedir al 40% de su plantilla. El no menos referencial Brooklyn Museum, de Nueva York, ha subastado en Sotheby’s obras de su colección que incluyen un Monet, un Matisse y un Dubuffet. Y, en esta idéntica línea, el Palm Springs Art Museum, se ha deshecho –también por subasta– de una pieza de Helen Frankenthaler.
La gota que ha colmado el vaso de esta polémica, y que ha mantenido en vilo al sector del arte de EE UU y de todo el mundo, ha sido la decisión del Baltimore Museum of Art (BMA) de subastar a través de Sotheby’s tres importantes obras de sus fondos: «The Last Supper» (1986), de Andy Warhol, y dos pinturas firmadas por Brice Marden y Clyfford Still, fechadas respectivamente en 1987-88 y en 1957. El órgano de dirección del BMA tomó esta determinación de desprenderse de parte de su patrimonio, amparado por una resolución de abril de la Asociación de Directores de Museos de Arte de los Estados Unidos (AAMD) que flexibilizaba sus reglas para vender arte, a fin de financiar el cuidado de sus colecciones permanentes. Sin embargo, el súbito anuncio del Baltimore Museum puso en alerta a la AAMD, que emitió hace unos días un comunicado instando a esta institución a paralizar la venta. La intención del Baltimore Museum era vender para financiar un proyecto de ampliación que incluía un ambicioso proyecto sobre diversidad. Sin embargo, como especifica la entidad, ningún objetivo de mejora de los museos debe financiarse mediante la venta de obras. Finalmente, la dirección del Museo ha decidido «in extremis» posponer las ventas y someter esta estrategia a una reflexión más pausada.
Los museos no son galerías
Los museos e instituciones artísticas están para comprar y ofrecer al público el disfrute de obras que, de otra manera, permanecerían fuera de su alcance. No son galerías de arte. Su misión no es esa –por más que la coyuntura económica sea la más acuciante de su historia. En primer lugar, poner en circulación obras históricas que, hasta ese momento, formaban parte de su colección permanente puede terminar por desvirtuar y reventar el mercado, causando daños irreparables a terceros –en este caso, los pequeños y medianos establecimientos que se dedican a la venta de arte. En este sentido, las casas de subastas –prestándose a este expolio encubierto– no se están comportando de la manera más ética posible, al aprovechar la depauperada economía de las instituciones artísticas para incentivar una práctica que amenaza con destruir el «sistema arte» tal y como lo conocemos. Hace años que las casas de subastas pretenden comerse el trozo de pastel correspondiente a las galerías. Pero, con este nuevo giro, están confirmando una imagen de carroñeras que, a la postre, se volverá contra ellas.
En segundo lugar, la decisión de vender obras de los propios fondos supone pan para hoy hambre para mañana. El cortoplacismo de esta política salta a la vista, ya que implica restarle a las instituciones artísticas algunos de sus principales atractivos y elementos de prestigio. Si vendes hoy parte de tus reclamos, mañana tu marca se devaluará y la afluencia de visitantes será menor, por lo que los problemas económicos ya no serán coyunturales, sino estructurales. Pero es que, además, el servicio público y de divulgación de la historia del arte desempeñado por estas instituciones se vería drásticamente alterado. Si la Royal Academy vende a un particular el «Tondo Taddei», esa obra ya no estará expuesta para ser contemplada por cualquier ciudadano. La sociedad perderá la posibilidad de disfrutar de una obra maestra, y el arte quedará invisibilizado entre los muros de las colecciones particulares. La sociedad post-Covid necesitará más que nunca del arte para reconstruirse. Y donde mejor se encuentra éste es expuesto en los museos.