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Antonio Lucas: «Saber decir “no” es uno de los gestos más liberadores y rebeldes que existen»

Publica “Los desnudos”, un poemario que proviene de la pequeña memoria que dejan los días, pero que también convoca rebeldías y descontentos, y que ha merecido el XXII Premio de Poesía Generación del 27

El periodista y escritor, Antonio Lucas.
El periodista y escritor, Antonio Lucas.Jesús G. FeriaLa Razon

Un poemario es reflejo de los terremotos interiores que calan en el ánimo y la voluntad, pero, también, es la crónica de las zozobras, avatares y sucesos que inciden en un autor. Antonio Lucas nos trae en “Los desnudos”, XXII Premio de Poesía Generación del 27, un libro candente en experiencias propias, lastrado por la huella viva de los días, y provisto simultáneamente de un arsenal de insumisiones y descontentos que prueban que un poema es un territorio salvaje, fértil de inconformismos, capaz de acelerar ánimos y pulsos.

¿De dónde viene o llega este libro?

El libro viene de la necesidad de contar algunos cambios que había en mi vida y que se infiltran en la poesía; de contar, también, cómo el mundo va pasando por mí y lo voy metabolizando y cómo eso me cambia. Lo que uno hace como ciudadano es vivir, cambiar y ser cambiado. Pero este poemario también procede de un cambio de panorama vital, que es una mudanza, una casa nueva, una relación estable. En estas páginas hay menos desafecto hacia el mundo que en el libro anterior, «Los desengaños», que es más arañado. Éste es más vital, tiene un impulso hacia arriba.

Su poema «Casa Nueva» es un punto y aparte.

Yo solo había hecho una mudanza: la que hice al salir de casa de mis padres. No soy un hombre que las acumula. Cuando eso no te ha ocurrido tanto, el cambio de escenario, de territorio, es un acontecimiento excepcional y se desatan un montón de recuerdos y de memorias que estaban inactivas y que, de pronto, se activan. Hay una manera de mirarte y recapacitar: ¿Qué ha sido de ti durante este tiempo? Esta mecánica del cambio, que nunca había vivido, es una manera de autoexploración. Te desconoces en todo lo nuevo que vas habitando, en todo lo nuevo que hay y que invoca una casa nueva.

¿Qué debemos leer en su poema «Autorretrato»?

En casi todos mis libros hay un autorretrato. Me peleó mucho conmigo mismo. Quizá este es el retrato más indulgente, y no es nada suave. Hay momentos que son muy duros. Es cierto que es más plácido que otros porque tengo una edad y te perdonas ciertas cosas, sobre todo porque algunas son irremediables (risas). A veces mas que un perdón es una derrota que aceptas de cosas tuyas que no te gustan, que podías hacer mejor y que te podías haber evitado. Este «Autorretrato» tiene esa condición más suave, de aceptar que la carcasa y lo que va dentro ya es lo que es.

¿Qué descubre sobre sí mismo si piensa en sus «autorretratos»?

Una cierta paciencia que no sabía que tenía. Estas cosas se aprenden. No tenía sentido de ser un hombre paciente. Al revés creía que era acelerado, muy deseante de la inmediatez. He descubierto esta paciencia, esta necesidad de reposo. Antes no podía vivir sin sentir la ciudad, la gente... pero me di cuenta, al cambiar de casa, que me encontraba muy a gusto en ella sin necesidad de salir a abrazar el mundo. Uno va descubriendo estas cosas.

¿La poesía es conocerse?

Es como el fonendoscopio de los médicos. Suenan muchas cosas por dentro en la poesía. Cuando lees un poema, muchas veces sabes de las vibraciones de un autor en el momento de escribirlo: confusión, entusiasmo, gozo, desafecto. La poesía no tiene por qué ser verdad o mentira; tiene que ser auténtica, me da igual que hable del invierno en un poema que se ha escrito en pleno verano. Lo que quiero es sentir el invierno aunque esté escrito a 46 grados. En un poema uno se reconoce y autoexplora.

¿Ha cambiado mucho la imagen de sí mismo...?

Ha cambiado desde el chaval que a los 18 años escribe un libro pirotécnico («Antes del mundo») y obtiene un accésit del Premio Adonáis hasta hoy. Se ha modulado. He escrito cuatro o cinco autorretratos. Me pongo en la tesitura ahora de tener que leerlos... (risas). No sé cómo han cambiado, pero sé como me gustaría que hubieran cambiado. Me gustaría que aquel muchacho que tenía tanto apetito por la literatura y la poesía, lo mantenga en el adulto; que ese chico tan desafiante, tan insolente y tan incordiante en algunas cosas se hubiera templado y que fuera más maduro, y que mirara el mundo con menos sospecha. Yo miraba el mundo con mucha sospecha. Me parecía que el mundo ocultaba algo feo, tramposo, pero ahora lo prefiero observar con cierta capacidad de entenderlo. Incluso en esos aspectos feos que conlleva. Me gustaría que ese autorretrato contorneara a un tipo que ha perdido todos los lastres innecesarios y se quedara en la parte más esencial, en la más humana.

Este poemario es también una celebración de la vida sencilla.

Con el tiempo he aprendido que cuando se celebra algo de verdad es algo pequeño. Todas las vidas, incluso las más eufóricas, se concretan en lo pequeño, en los espacios en que estás solo y piensas, o, por el contrario, cuando alguien va contigo. Cada vez me fijo más en eso. Tenemos una profesión de ruido, de maracas, de balacera permanente, que nos entusiasma, pero que también fatiga. Y fatiga porque todo en el periodismo es a granel. Los escándalos son granel, las fiestas son a granel... prefiero las gotas pequeñas, la esencia. Me desenvuelvo mejor en las guerras pequeñas, en el cuerpo a cuerpo, que en esas otras abundantes, de artillería inmensa.

Periodismo y poesía. ¿Cómo se articulan?

La poesía tiene algo de pabellón de reposo, aunque la poesía es también convulsa. No es un espacio de placidez. Está llena de cicatrices, zarandeos. Pero es cierto que dedicarme al periodismo, la poesía para mí es un sanatorio de emociones, de dudas. La poesía como sanatorio de dudas es maravilloso. Es un espacio al que va a preguntarse uno. A la poesía no le pido muchas respuestas. La poesía concreta muy bien el lenguaje, el idioma. Cuando digo que lo concreta no es que lo achique. Una palabra siempre dice más de lo que dice, y en la poesía lo ves muy bien. Uno ha aprendido en los poemas ese peso de las palabras, porque los buenos poemas nombran muy bien, detallan muy bien y confunden muy bien. Y para el periodismo, que necesita, nombrar, detallar y, a veces por desgracia, también confundir, la poesía es muy enriquecedora. La poesía me ha sido más útil para el periodismo como lector que como autor de poemas. Mucho más. Lo que sé hacer mejor que escribir es leer. Para el periodismo he leído mucha poesía. Me ha ayudado para entender, enfocar, pillar la óptica a una columna, para los temas de batalla. Pero lo que intento es no meter poemas en los textos al igual que no meto noticias en los poemas. Un poema no necesita dar noticia de nada; el poema es lo que tiene que quedar después de la noticia.

La poesía, ¿cierra las heridas o las abre?

Abre heridas cerradas y cauteriza heridas abiertas. Sucede las dos cosas. Y lo hacen en momentos muy alejados de esas heridas y esas sanaciones. El poema te lleva a ciertas heridas que pensabas que estaban curadas y que de repente se agitan. Y no creo que sea malo, porque si en la poesía hay un verso o un poema o un libro que te provoca, eso quiere decir que probablemente la herida estuviera aún en carne viva, al aire. La poesía es muy lenitiva, más que balsámica. Tengo esa idea casi como si fuera una superchería. Creo que la poesía no puede curar una enfermedad, como aseguran algunos, pero sí un ánimo y que lo hace de verdad. Lo cura porque te ayuda a comprender en un momento de ruptura emocional o desconcierto vital. Hay poemas que te consuelan, y eso es bonito; y poemas que te llevan a vibrar, a levantarte, a ponerte en pie y caminar. La poesía no es alivio únicamente, también es impulsiva y aprieta los pulsos.

Antonio Lucas en una de las calles del centro de Madrid
Antonio Lucas en una de las calles del centro de MadridJesús G. FeriaLa Razon

Hay mucha infancia en este poemario.

Tuve una infancia muy normal. La infancia feliz es la infancia normal. Para mí la infancia es un territorio de exploración; un niño es un proyecto de mañana y cuando uno se piensa niño sabe que ese proyecto ha cumplido o no ha cumplido; cuando uno es adulto y ve un niño, uno proyecta y, probablemente, celebra cosas que no ocurrieron. Pensar en la infancia es muy tramposo. La mía fue estupenda, pero me gusta tener presente aquello que pudo ser y no fue; y aquello que no fue y, sin embargo, ha ocurrido. Eso te lo permite la infancia por la proyección ficticia que tú haces de ella. La infancia de la que soy consciente no es la mía. Veo hijos de amigos, niños que van por la calle. La memoria de la infancia replica en la realidad de ellos. La memoria de mi infancia es una estupenda ficción en la que uno se considera que podría vivir porque considera que los sueños aún eran ciertos, porque aún no existía su herida. Me gusta pensar en ese territorio.

Tres palabras que coinciden en un verso: Libertad, rebeldía y gratitud.

Son tres palabras en las que me quedaría a vivir: libertad, por todo lo que significa, no por esas que salen a las calles para gritar «libertad»; rebeldía, porque a su manera, cada uno debe mantener alta esa condición de rebeldía: nadie debería aceptar lo irremediable por irremediable, siempre hay que intentar algo más; Gratitud, porque me gusta, porque es síntoma de generosidad. La amistad en un gran estadio de la vida. Son tres palabras con las que me siento reflejado.

Un poema: «España». Hay descontento.

Yo quiero este país, lo que significa, pero muchas veces no logro que me guste. Y es por cosas como las que estamos viviendo: por la trapacería política, por la inmadurez política, por la berrea que también alienta la política y que muchos ciudadanos aceptamos y convertimos en trinchera por la incapacidad de dialogar que tiene esta sociedad en este momento, por la animadversión que existe ahora... Ha llegado un momento en que hay una enorme procesión de goteras anímicas por la gestión de la pandemia, tan dudosa, tan terrible, del Gobierno y la oposición; pero también por esa política bumerán que consiste en lanzar hachas esperando que vuelvan y corten las cabezas de los que estén en medio; por la tentación de coger a los ciudadanos como rehenes para unos propósitos muy dudosos y en los que los propios ciudadanos no se sienten reflejados. Además, está toda esta avalancha de información que se dispara permanentemente. Cada hora hay una polémica, una revancha, una batalla en las redes sociales, una cosa suplanta a la otra y a la otra... Parece que estamos muy informados, pero en realidad estamos muy poco enterados. Esto es lo que no me gusta de este país ahora. Y sí hay un desafecto. Me considero un ciudadano agraviado muchas veces por la gestión y la sinrazón política; agraviado y avergonzado... esos son dos motivos de malestar.

¿Quiénes son esos «nosotros» que hay en «Los desnudos»?

Son aquella gente que se siente ninguneada, la ciudadanía exigente que pide más porque ellos también dan más: los ciudadanos honestos. Los que son decentes y ven que esa decencia no tiene paralelo en quienes deberían asumirla como conducta profesional, vital y política, y que cada vez están más en el margen de las cosas. No estamos a gusto en el carril al que nos han convocado. Llámalos a esas personas descreídas, o sin templo. Yo soy uno de estas personas sin templo. Tenía más claro lo que tenía mi país hace cinco años. La pandemia ha iluminado grietas que me parecen enormes y que esta sociedad no se merecía tener, porque se suponía que debían estar más que tapadas. Esos «nosotros» son todos los disconformes de un lado y de otro.

Esta poesía es para estar aquí, en el ahora.

La poesía también es una herramienta política. Lo ha sido siempre. La poesía es una actitud política ante las cosas, una toma de postura; la poesía no es inventar mundos paralelos ni desarrollar territorios incógnitos; la poesía es una manera de estar aquí, de pisar tierra, enclavijarte a tu tiempo y a tu presente. Se puede hacer de muchas maneras: hay una poesía irracionalista, otra más clara y, también, otra más realista, pero toda poesía es una toma de postura ante el mundo. Y en eso tiene, por supuesto, una veta y una condición política. La poesía de panfleto es muy voluble, pero hay una poesía que viene a decir lo que le sucede a un hombre y lo que le ocurre a un hombre también tiene un calibre de condición política.

Apela a la rebeldía.

La rebeldía no es salir con banderas, tocar el claxon, volcar papeleras o quemar contenedores... la rebeldía debe tener un gramaje intelectual. Es un ciudadano que viene bien leído, bien informado y enterado, bien avisado del tiempo en el que está, de la gente con la que convive y donde desarrolla la vida. La rebeldía no es el gesto físico de demostrar fuerza, sino el gesto intelectual y cívico de demostrar firmeza. Esa es la rebeldía que me gusta. Y proviene de la educación, de los coles, las casas, de generar ciudadanos con conciencia de ciudadanos, de sus derechos, obligaciones, de lo que son. El «sí» suma, pero el «no» multiplica. Saber decir «no» es uno de los gestos más liberadores y certeros y rebeldes que existen; más que pegar una pedrada al escaparate, porque al día siguiente hay un cristal que se repone. Pero hay gente que nunca se repone de un «no» cuando ese «no» está bien dicho y lo dice alguien que sabe darle la explicación que requiere. La rebeldía debe ser intelectual, porque es la que nos mejora.