¿Somos todos asquerosos?
David Serrano dirige la adaptación, firmada por Jordi Galceran y Jaume Buixó, de la novela de Santiago Lorenzo que triunfó en 2018, una historia con un particular lenguaje sobre la búsqueda de la felicidad
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Si desde su trascendentalismo Ingmar Bergman dijo verdades como puños, no menos cierto fue lo que, entre risas, puso delante de nuestros ojos Billy Wilder. Porque «el humor es el camino más corto». De hecho, para Miguel Rellán, el segundo ha mostrado «cosas más serias del ser humano» que el maravilloso sueco. Sirva esta sentencia como verdad absoluta para levantar la adaptación al teatro de «Los asquerosos» (Blackie Books), de Santiago Lorenzo. Si en 2018 esta novela triunfaba y se convertía en uno de los títulos del momento, la función, que se sube este fin de semana al escenario del Arriaga bilbaíno, pretende hacer lo propio durante las Navidades y más allá en la sala principal del madrileño Español (del 17 de diciembre al 24 de enero).
David Serrano se pone a los mandos de una versión firmada por Jordi Galceran y Jaume Buixó que contará con el citado Rellán y Secun de la Rosa sobre las tablas. ¿El objetivo? «La búsqueda de la felicidad a través de la precariedad», define en una sola frase Natalia Menéndez –responsable del Teatro Español– una pieza que, para su director, Serrano, trata de entrar en el universo de Lorenzo.
Porque «Los asquerosos» es un libro «muy autobiográfico», puntualiza, del escritor, «aunque nunca pegó una cuchillada a un policía y salió corriendo», pero sí se fue a vivir a un pequeño pueblo de Segovia para aislarse de la «mochufa» madrileña que vivía en el día a día. Por ello, la adaptación respeta el argumento con el añadido de convertir el monólogo de Manuel, su protagonista, en una conversación de dos: el personaje principal (De la Rosa) asegura que, sin querer, ha cometido un asesinato y se lo cuenta a su tío (Rellán), tan raro como él.
Es el comienzo de la peripecia argumental que continúa con la incitación del tío a huir. «Como no es seguro que nadie te haya visto, desaparece», le insinúa. Así que busca cobijo en esa España vaciada e incomunicada del bullicio capitalino. Solo el móvil les mantiene en contacto. Deshabitado, parece el lugar perfecto para que Manuel encuentre la felicidad perdida... hasta que desembarcan en Zarzahuriel, el escenario del conflicto, los «mochufas», unas familias que no se pueden desligar de la escandalera.
«Y ahí empieza el conflicto», presenta Rellán de una obra impregnada del particular lenguaje «lorenzesco» que aquí envuelve a ese antihéroe que hace de protagonista, un perdedor, un hombre solitario y en crisis al que le cuesta horrores hacer amigos, encontrar trabajo y echarse novia, pero al que la vida termina sonriendo al situarle, por azares del destino, en un pueblo abandonado. En un mundo en el que cada vez se grita más no hay mayor tesoro que el silencio y la soledad. Manuel encuentra una paz y una libertad que nunca había tenido: «Todas las deudas son con la gente. No hay gente, no hay deudas», simplifica el texto.
Respecto al vocabulario, Serrano comenta que «casi nos ha vuelto locos porque no es fácil de memorizar. Leído es atractivo, pero nos daba miedo que al público le generase distancia: afortunadamente, no ha sido así [estrenaron en Las Palmas] y da gusto encontrar una forma de hablar distinta». En esas se acoge la expresión «mochufa», que viene a ser algo así como una parte de la clase media ostentosa, vulgar, uniforme, consumista, orgullosa de su incultura, acomodada en la estupidez y en el tópico y que se comunica hablando muy alto y con frases hechas; y que es entendida por el actor como el conjunto de la mediocridad: «Estamos invadidos por lo “mochufa”. Desde Trump hasta la música, y mira que yo soy un loco de la clásica y el jazz. Pero me paso la vida pidiendo que quiten la música, que se encuentra por todas partes, no sabemos estar en silencio. Estamos invadidos por la banalidad y el mundo va directo a la “mochufada” absoluta».
Mientras, para De la Rosa, este término engloba desde «lo más leve, como son los turistas que se hacen la típica foto sujetando la torre Pisa o tiran la moneda a la Fontana di Trevi, hasta algo peor, alguien cada vez más intolerante. Lo primero puede ser casi hasta gracioso, algo de desahogo, pero lo segundo es malo, juzgar todo o la ofensa continua por cualquier cosa». Ese ambiente lo aprovechó Lorenzo para hablar «de personajes que sufren mucho en la sociedad por el materialismo o las relaciones distantes. Pero no dice que en el campo se viva mejor que en la ciudad», añade Serrano.
La idea de «Los asquerosos» no es la de «hacer un elogio de la vida del campo, sino indagar en la soledad como camino a la felicidad». «¿Podemos estar solos?», se pregunta Rellán antes de contestarse a sí mismo: «No. Necesitamos a los demás para sobrevivir». De la Rosa prefiere hablar de una «mirada muy profunda» sobre la actual sociedad: «¿Qué ganamos cuando no están los otros? El proceso es una catarsis, aunque todo esto se recubre de comedia y a mí me encanta como cómico», reconoce un actor que se reencuentra con Santiago Lorenzo años después de su primer contacto, cuando ambos, recién llegados a Madrid, subsistían trabajando en uno de los extintos 7-Eleven para pagarse sus estudios actorales y de dirección.