Las cartas en las que Simone de Beauvoir renunció a sus pasiones sáficas
Las 297 cartas entre Beauvoir y Leduc han alcanzado un valor en subasta de 56.700 euros
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La historia es bien conocida para aquellos que se hayan acercado con anterioridad a la biografía de la filósofa feminista Simone de Beauvoir: su amiga íntima, la novelista Violette Leduc, suspiró por ella casi desde que la conoció antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Leduc llegó a confesar que su primer libro, «La asfixia» (que publicó Camus en Gallimard), no era más que la materialización de un sueño que Beauvoir la empujó a cumplir. De lo que no teníamos constancia hasta ahora, más allá de las habladurías y las reflexiones propias de cada una, era de los aspectos íntimos de la relación entre pensadora y escritora.
Esta semana, la casa de subastas británica Sotheby’s sacó a la luz un lote de correspondencia entre Beauvouir y Leduc y lo vendió por valor de 56.700 euros. En las 297 cartas, fechadas entre 1945 y 1972, año de fallecimiento de la novelista, se atestigua una «relación complicada y ambigua en la que se mezclan ternura, admiración mutua, desconfianza y un amor no correspondido», según explica la institución en la nota informativa que acompañó la subasta. En efecto, después de que Leduc le enviara su diario a modo de confesión amorosa, Beauvoir le responde: «Me ha emocionado mucho. Es extraño darse cuenta de que alguien te aprecia tanto, porque ni siquiera yo misma lo hago, pero no soy más que un espejismo en el que te proyectas y que se desvanecerá pronto».
Aunque los avances y las pasiones sáficas de Leduc fueran rápidamente apagadas por la filósofa, ello no rompió su relación y mucho del análisis del lesbianismo que escribiría en 1949 en «El segundo sexo» bebe directamente de la finalista del Goncourt.
La sorpresa relativa por las revelaciones de las cartas reabre un debate tan viejo como la propia gestación de los iconos: ¿Se debe «sacar del armario» a figuras históricas cuando ya no pueden tomar esa decisión en vida? En casos como el de Beauvoir, que enmascaró conscientemente una bisexualidad contrastada parece haber menos dudas, ¿pero qué pasa con figuras como Goya, que firmaba sus cartas a Martín Zapater con dibujos de penes y corazones ardiendo? Las posiciones se tornan agrias: ya no es una cuestión de mera representación matemática o ecuánime, se trata de verter nuevos referentes sobre una cultura que se ha cimentado hegemónicamente sobre lo heterosexual. Quizá lo importante sea la cicatriz y no la herida, porque a su propia elucubración queda la reacción mediática si las cartas de Pérez Galdós a Pardo Bazán se las hubiera escrito Cervantes a un coetáneo. Con o. Es para darle una vuelta.