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Historia

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Simone de Beauvoir, colaboradora del nazismo e inspiradora de Irene Montero

La nueva ministra de Igualdad hizo alusión a sus referentes ideológicos durante la toma de posesión. ¿Quiénes son esas pensadoras y guías de la lucha de la mujer?

Montaje de Irene Montero con los rostros de Rosa Luxemburgo y Simone de Beauvoir
Montaje de Irene Montero con los rostros de Rosa Luxemburgo y Simone de BeauvoirlarazonLa Razón

► Simone de Beauvoir: Colaboradora del nazismo y de Mao Zdong

De la obra de la escritora salieron ideas como que la maternidad es explotación femenina o que la mujer debía empoderarse

Irene Montero ha decidido que todos sus altos cargos sean mujeres para simbolizar la igualdad de su prescindible ministerio. Ese organismo está concebido como un comisariado político; es decir, que velará por el cumplimiento de las leyes y normas que pretenden la paridad –no confundir con el principio de igualdad– y la adopción de la «perspectiva de género». Además, impulsará otras que desmonten lo que llaman «patriarcado».

La ministra ha fijado en Simone de Beauvoir a uno de sus referentes intelectuales. Es un clásico de los socialistas cuando tienen que citar algún nombre de autoridad. En esa mención abusan del desconocimiento que existe en España sobre esa mujer que colaboró con los nazis en la ocupación de París, que se sentó con El Che, carcelero y exterminador de homosexuales, y que bendijo la Revolución cultural de Mao Zedong, esa que liquidó a 45 millones de personas. Quizá estas sean pequeñas cosas en comparación con el mito del personaje y la fuerza de su obra.

Beauvoir nació en París el 9 de enero de 1908. Fue una burguesa de convicción marxista. Su familia se arruinó, pero ella encontró en Sartre el pasaporte a una vida que de otra manera no hubiera conseguido. Fue su marido quien le abrió las puertas a los círculos intelectuales, y al igual que él, Simone colaboró con los nacionalsocialistas. No fue algo excepcional: los comunistas de obediencia soviética acataron el pacto de Stalin con Hitler, y fueron colaboracionistas hasta 1941.

Eso hicieron Sartre y Beauvoir en la Francia invadida por los nazis, al igual que muchos otros que ocuparon los puestos de los judíos deportados. Simone fue profesora de filosofía hasta que la echaron por un escándalo sexual: seducir a una alumna. Hoy, con el cambio del Código Penal que quiere Irene Montero ese abuso hubiera sido considerado violación. Aquello le ocurrió en la Francia ocupada por los nazis, en 1943, donde Beauvoir se movía con toda tranquilidad. Luego todos se blanquearon con el mito de la resistencia.

Tras la guerra, Beauvoir colaboró en la revista de su marido, «Les temps modernes», viajó por Cuba, Rusia, China y Vietnam defendiendo el «paraíso» comunista. Eran la pareja progresista de moda. Sartre y ella mantuvieron una relación abierta: Jean-Paul con todo lo que podía, y Simone con el escritor Nelson Algren. Beauvoir murió en 1986. Fue enterrada en la misma tumba de Sartre pero con el anillo que Algren le regaló.

La influencia del marido fue imprescindible para la gran obra de Beauvoir titulada «El segundo sexo» (1949), que es tenida como el inicio intelectual de la segunda ola feminista, la de los sesenta. Basada en el existencialismo de Sartre, Simone sostenía que «no se nace mujer, se llega a serlo». La subordinación de la mujer respecto del hombre, decía, es algo cultural, social, existencial, marcado por estructuras patriarcales propias del capitalismo.

La familia, el matrimonio y la maternidad son ataduras, escribió, que determinan la existencia secundaria, esclava, de la mujer, impidiendo su ascenso social y político, como el hombre. Ese es el género que subordina al sexo femenino. Por tanto, había que romper el modelo cultural politizando todo; es decir, cambiar la sociedad a través de una legislación moral y anticapitalista que se metiera en la vida privada de la gente. Ya no habría distinción entre lo público y lo íntimo, y los espacios de libertad, de decisión individual, consciente y abierta, debían ser de corrección política. Beauvoir, así, colectivizaba a las mujeres, víctimas naturales del patriarcado, y culpaba al capitalismo.

De esta manera, distinguía el sexo como hecho biológico, del género como construcción cultural. ¿Solución? Tomar el Gobierno y legislar, prohibir, controlar y penar al infractor, reeducar a las nuevas generaciones, como señaló el austromarxista Max Adler, para conformar al Hombre (y mujer) Nuevo de la Sociedad Nueva. Es el feminismo socialista y estatista, controlador e impositivo, donde el orwelliano Gran Hermano tenía que convertirse en la Gran Hermana.

De la obra de Beauvoir salieron las ideas de que la maternidad es explotación femenina o que la mujer debe «empoderarse», como señalaba Kate Millet, en una lucha de sexos que sustituya a la lucha de clases.

► Rosa Luxemburgo: El águila de la revolución

Sus ataques al capitalismo, al militarismo, a la monarquía y al colonialismo le valieron varias condenas carcelarias

El pasado miércoles se cumplió el 101 aniversario del asesinato, el 15 de enero de 1919, de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Ambos pertenecían al grupo fundador del Partido Comunista de Alemania (KPD), creado el 30 de diciembre de 1918. Los comunistas intentaron asaltar el poder y declararon la huelga general el 6 de enero, pese a la oposición de Rosa Luxemburgo, partidaria de integrarse en la Asamblea Constituyente, que debería abrirse el 19 de enero de 1920, porque, por un lado, siempre había sido pacifista y, por otro, era consciente de que el presidente del Gobierno Provisional, Friedrich Ebert, emplearía contra ellos las armas antes de permitirles que proclamasen una República bolchevique en Alemania, a semejanza de la que Lenin había creado en Rusia.

La brillante Rosa Luxemburgo no se equivocaba. Mientras los comunistas controlaban la calle, Ebert resolvió el problema con la ayuda de su ministro de defensa Gustav Noske: los Freikorps terminarían con el caos; el dinero lo aportó Walther Rathenau, los oficiales y soldados, el capitán de navío Wilhelm Canaris.

En apenas cinco días, los Freikorps aplastaron la insurrección, causando decenas de muertos en las calles. Entre las víctimas estaban Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Detenidos el 15 de enero, fueron llevados al hotel Edem. Un culatazo de fusil dejó inconsciente a Liebknecht, que recibió, a continuación, un tiro en la nuca. Su cuerpo terminó en la fosa común de las víctimas de los disturbios; Rosa Luxemburgo fue igualmente maltratada; el soldado Otto Runge la derribó de un culatazo, pero se levantó y, dando tumbos, alcanzó la calle; la metieron en un automóvil, donde el teniente Kurt Vogel le disparó a la cabeza. Después, la arrojaron al canal Landwehr, donde semanas después apareció un cuerpo de mujer que por su estatura y ropa se supuso que era ella. Allí existe un monumento que la recuerda.

El almirante Erich Raeder declaró en 1946 que fue Canaris quien ordenó el asesinato «y se las arregló para ser nombrado juez en el proceso. Así pudo dirigir la investigación y conseguir que el autor, que había obrado según sus órdenes, saliera bien librado» (Baldur von Schirach, «Yo creí en Hitler», Luis de Caralt. Barcelona, 1968). El pasado domingo,12 de enero, una manifestación de centenares de personas, en la que figuraban relevantes dirigentes de la izquierda alemana, salió de la Puerta de Fráncfort y se dirigió al cementerio de Friedrichsfelde, donde depositaron flores en las tumbas de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht, recordando el 101 aniversario de su asesinato. Marcus Boës, portavoz de La Izquierda (poscomunistas y socialdemócratas disidentes) recordó que siguen vigentes las preocupaciones vitales de ambos ideólogos marxistas: «La justicia social, los derechos humanos, la lucha contra el racismo y una política de paz activa, son hoy más actuales que nunca».

Rosa Luxemburgo (Zamosc, Polonia, a la sazón, Rusia, 1871-Berlín, 1919), era de familia judía. Su cojera permanente causada por una enfermedad infantil no fue óbice para que se convirtiera en una estudiante sobresaliente y en una activista de izquierdas que hubo de huir a Suiza para eludir a la policía del Zar. Estudió Filosofía, Matemáticas, Economía, Historia y Ciencia Política en la Universidad de Zúrich, formándose a la par como activista política, polemista, ensayista, fundadora de periódicos y del Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituania.

En 1898, se casó con el alemán Gustav Lübeck para lograr la nacionalidad –realmente era lesbiana–. En Berlín se afilió al SPD, convirtiéndose en la portavoz de su ala más izquierdista y en una polemista capaz de enfrentarse a los más conspicuos líderes de la izquierda europea. Lenin, con el que sostuvo múltiples diferencias, estimaba su energía y brillante dialéctica y la calificaba como «el Águila de la revolución». Por sus ataques al capitalismo, al militarismo, al colonialismo y a la monarquía sufrió varias condenas carcelarias y, una vez iniciada la Gran Guerra, acentuó sus ataques al militarismo y a la contienda, sin que sus periódicas condenas carcelarias lograran impedirle la fundación de la «Liga espartaquista» a partir de la que se fundaría el Partido comunista alemán.

Escribió centenares de artículos y media docena de libros que aún tienen interés alguno de los cuales muestran una visión premonitoria de la atrocidad en que se convertiría el comunismo soviético. Véase esta perla: «Sin elecciones generales, sin libertad de prensa, de expresión y reunión, sin la lucha libre de opiniones, la vida en todas las instituciones públicas se extingue, se convierte en una caricatura de sí misma en la que solo queda la burocracia como elemento activo».