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¿Se adelantó España a la primera burbuja especulativa (la de los tulipanes)?

La fiebre neerlandesa por las flores de mediados del XVII pudo tener un precedente en Castilla con la compra de oficios, que se adquirieron a precios desorbitados
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Todavía con el susto en el cuerpo de los grandes inversores, hay que decir que es probable que los movimientos de los chicos de Reddit nunca se hubieran producido de no ser por esa mítica “picaresca” española. Con el Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache como ejemplos en la literatura, se ha especulado con que a principios del siglo XVII España podría haber vivido la primera gran burbuja financiera unos años antes de la que hasta ahora se ha considerado la pionera: la de los tulipanes holandeses.
La tesis la firmó hace dos años el investigador español Víctor Gómez y en ella aseguraba que en aquella Castilla de 1617 se llegó a pagar por un puesto de concejal (entonces regidor) hasta 382.352 reales. Un precio desorbitado teniendo en cuenta que el salario anual de ese cargo estaría en torno a los 450. Lo que, traducido a cifras que todos entendamos, sería algo así como que el buen hombre necesitaría 850 años con ese sueldo para rentabilizar la compra.
Pero, según investigó Gómez, la fiebre de acumular títulos fue para “aumentar las posibilidades de obtener grandes plusvalías a través de la especulación”. Así se cifran en 27 oficios los que logró juntar una sola persona con el fin de conseguir una mayor influencia sobre sus semejantes. Sin embargo, esta investigación ha quedado en entredicho ante la falta de pruebas de mayor peso.
De la burbuja especulativa de la que no faltan detalles es de esa otra que ocurrió a finales de la década de los 30 del siglo XVII en los Países Bajos, la tulipomanía o crisis de los tulipanes, que se ha llamado. El objeto de deseo fue, en este caso, el bulbo de dichas flores. Igual que los chavales de Reddit elevaron las acciones de GameStop o Blockbuster hasta límites insospechados, en esta región los tulipanes también tocaron precios de récord.
El éxito de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales y la prosperidad comercial del país hicieron que las flores se convirtieran en símbolo del lujo y cuanto más exóticas fueran las piezas, mejor. Así que el tulipán parecía una auténtica rareza que bien valía para ser la envidia del vecindario. Pero lo que no sabían los paisanos de Bartholomeus van der Helst es que las flores que plantaban en sus tierras sufrían variaciones por culpa de un pulgón (Tulip Breaking Potyviru). Por lo que, en parte, la exuberancia de colores se debió a una causa externa e incontrolable.
Los tulipanes habían llegado a Holanda desde el Imperio otomano, donde se utilizaban para engalanar los trajes de los sultanes y donde tenían un estatus semisagrado, y llegaron a esta parte de Europa a mediados del XVI. Aunque es a finales de siglo cuando se produce el inicio del “boom” floral. Se atribuye al flamenco Carolus Clusius, que, se dice, dejó su trabajo en los jardines imperiales para dar clases de botánica en Leiden (Países Bajos). Hasta allí se llevó una colección de bulbos de tulipanes que pronto despertaron un gran interés.
Comenzó a cultivar tulipanes de variedades exóticas, pero sin abrirlos al público. Solo para el disfrute personal. Sin embargo, alguien entró en su jardín y robo unos bulbos que crecían como pocas cosas en el arenoso suelo neerlandés y no tardaron en extenderse. A pesar de ello, no era una flor “cómoda”. No tenía olor ni una posible aplicación en la botica y, además, apenas florecía una o dos semanas al año, pero su belleza cautivó a jardineros y artistas.
Ya en la década de 1620 su precio subió como la espuma y un solo bulbo podía alcanzar casi diez veces el sueldo anual de un trabajador medio. No paró de subir su cotización y, en 1635, 40 bulbos alcanzaron los 100.000 florines. Un precio que con la distancia del tiempo hay que compararlo con otras ventas de entonces: por una tonelada de mantequilla se pagaban 100 florines y por ocho cerdos 240. El bulbo de tulipán valía lo mismo que 24 toneladas de trigo...
La peste de 1636 no hizo más que el tulipán continuara cotizando al alza y se fundó un mercado de futuros en el que se comerciaba con bulbos aún no recolectados (“windhandel” o “negocio de aire”). Los compradores se hipotecaban hasta las cejas para adquirir unas pocas flores. Y ya ni siquiera hacía falta el intercambio de flores, bastaba con notas de crédito que desataron la especulación financiera. Los tulipanes entraron en la bolsa de valores y nadie se libró de una moda en la que el color rojo fue el más preciado.
Al final, como toda buena burbuja, el tulipán hizo “pop” y el mercado se fue con otra. Pero el precedente ya estaba ahí para la posteridad: el precio de las cosas no es su valor real, sino el dinero que la gente esté dispuesto a pagar por ellas.