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Joan Margarit, último verso

El poeta, Premio Cervantes 2019, fallece de cáncer a los 82 años y deja un poemario inédito que verá la luz dentro de quince días
Alejandro GarciaEFE
  • Javier Ors

  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Decía el poeta que «el tiempo pasará, se borrará el deseo y los sensuales rostros, bellos e inteligentes se ocultarán en ti, al fondo de un espejo». Palabras trémulas, contagiadas por el «tempus fugit» latino, la huida del tiempo que se predicaba en la cultura grecorromana. Y, ahora, esa última hora fatal le ha alcanzado a Joan Margarit, un hombre que se había propuesto una poética cercana, alejada de oscurantismos y juegos retóricos. Sobre esas raíces levantó una obra que fue reconocida con el Premio Cervantes en 2019, el mismo año que recibió el Premio Reina Sofía. El escritor, que desde hacía tiempo sufría cáncer, ha fallecido en su casa de San Just Desvern, a los 82 años. «Escribió una poesía clara, que entiende todo el mundo, muy sentida –comentó a este diario Chus Visor, su amigo y su editor–. Él trabajaba mucho la palabra, buscaba la que consideraba más apropiada y exacta. Se le puede relacionar con otros poetas, pero lo cierto es que era único. Fue individual y conocía bien la poesía española». El mismo Chus Visor, que en quince días va a publicar su nuevo poemario, reconoció que «era un hombre amable. Arquitecto. Especializado en cálculo de estructuras. Cuando se jubiló se dedicó exclusivamente a la poesía. Estaba muy preocupado por lo que sucedía en la literatura. Atendía a la poesía inglesa y estaba al tanto de todo. Pero, por encima de estas consideraciones, era una gran persona. Esto siempre se dice de los que se marchan, pero en esta ocasión es que es verdad. Fue un hombre bueno de verdad. Había muchos escritores jóvenes que se dirigían a él. Joan leía sus poemas, los respondía e, incluso, escribía prólogos para ellos a pesar de no haberse reunido nunca con ellos».
EL POETA DE LA ESCRITURA INVERNAL
Escribía Joan Margarit que «por más bello que sea, un buen poema/ ha de ser siempre cruel./ No hay nada más. La poesía es hoy/ la última casa de misericordia». Quizás, pocos versos contengan de una manera más intensa el «ontos» del enorme universo poético del autor catalán que éstos ahora citados, pertenecientes a su libro «Casa de misericordia», que recibió el Premio Nacional de Poesía 2008. De un lado, la crueldad; de otro, la misericordia. En ambas orillas, la poesía.
El «espíritu cruel» de la poesía de Margarit viene dado por la constatación de la pérdida: la de la infancia, la de la juventud, la del amor. Nacido en 1938, su niñez transcurre en la posguerra –la cual ya se vive como una realidad faltante. Y de esos primeros años de posguerra se salta elípticamente en el tiempo a los últimos años de posguerra: «Ser viejo es una especie de posguerra./ Sentados a la mesa en la cocina,/ limpiando las lentejas/ en los anocheceres de brasero,/ veo a los que me amaron». El grueso de la poesía de Margarit es un intento de cercar la ausencia, de tentar su perímetro, de degustar su sabor, de oler su remoto aroma: «Es triste poner Ger-shwin sin/ poder abrazarte./ Somos el blanco y negro de una / vieja película». El duelo por la pérdida adopta un tenor mensurado que decanta su expresión del lado de lo apolíneo. En Margarit, el dolor causado por la pérdida es un sonido de fondo que desgarra ordenadamente la realidad, sin excesos ni hipérboles dramáticas. La rememoración provoca frío. De hecho, su escritura es invernal. No posee esa típica y luminosa sensualidad del Mediterráneo, sino otra–no menos corporal– que nace de la inmersión en la segunda vez de las cosas. La poesía es el resto de lo vivido, la monumentalidad de lo poco que queda. A veces, incluso, las palabras solo sirven para registrar la desaparición de lo ya desaparecido: «Hoy que la soledad/ es la última forma del amor,/ esta triste ciudad ha hecho que pierda/ lo que había perdido, ya, de ti».
Ahora bien, de la misma manera que la poesía se nutre de restos, que lo poético es un arte que refleja la cruel sensualidad de los fantasmas, se puede afirmar –regresando a los primeros versos–, que la poesía es «la última casa de misericordia». Precisamente porque reconoce el hueco de lo ausente, la poesía es el único refugio contra el olvido. Lo que no se recuerda no se ha vivido. Y Margarit convierte su corpus poético en una impresionante constatación de «haber vivido». A fin de cuentas –y como confiesa en uno de sus poemas más célebres–, lo que queda de la vida son unas cuantas cartas de amor que nunca nos abandonarán; unas cuantas palabras que retienen los fantasmas de lo que una vez fue real.
Pedro ALBERTO CRUZ
Joan Margarit nació en Sanaüja, en la comarca de Segarra, en 1938, cuando los disparos de la Guerra Civil española todavía no habían dejado de escucharse en los valles. Tuvo una vida asendereada de domicilios y estancias, pero también una vocación definida desde temprano por la arquitectura y la palabra. Se dio a conocer como poeta en 1963 con «Cantos para la coral de un hombre solo», pero después tomó aliento y se demoró en escribir de nuevo. Un retraso de diez años que rompió con «Crónica», un libro que vio la luz gracias a Joaquín Marco, un estrecho amigo y director también de la colección «Ocnos», una publicación crucial para la difusión de la poesía en aquellos años. Aquí se editaron a Jorge Guillén, Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero y Francisco Brines, entre otros. En 1975, Margarit se instaló en su casa definitiva. Ya era catedrático en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. A lo largo de su trayectoria profesional pudo trabajar en las obras de la Sagrada Familia.

Entre dos lenguas

Margarit siempre se consideró un poeta «bilingüe», un hombre de cultura, que amaba las lenguas y rechazaba a los que se agazapan detrás de los idiomas para hacer trinchera. Traía el catalán de casa y el castellano de la calle, y los dos se entrelazarían en su obra. Incluso alternaría los dos dentro de los mismos poemas, aunque después tomaría peso el catalán, por ser, como él mismo explicó, el de la intimidad.
La escritora Elvira Sastre, autora de «Días sin ti», Premio Biblioteca Breve, recuerda su figura: «Fue una influencia enorme para mí. Cada vez que se muere un poeta, se muere un poquito el futuro. Ha sido un shock. Descubrí su poesía cuando era joven y enseguida quedé prendida de ella. Me ayudó a que se encendiera en mí la luz de la poesía».
Elvira Sastre, que inició su carrera literaria como poeta, cuenta cómo Margarit «prologó mi primer libro. Este gesto, en un poeta como él, hacia una poeta como yo, resulta muy significativo. Y dice mucho de cómo era. Supone una gran pérdida. Se van poemas que ya no se escribirán». Para Sastre, «él tenía una manera de escribir mágica. Daba siempre con la frase perfecta, con ese verso de cierre del poema, que no ves llegar y que te deja clavado». Sastre se queda con una enseñanza de él: «Tenía un diálogo muy particular con la palabra, tanto en castellano como en catalán. Tenía una manera increíble de extraer poesía de situaciones cotidianas. Como lectora, su obra me apasiona. Su talento está al alcance de muy pocos. Que siguiera a ese nivel, con esa lucidez, a su edad, era inusual». Margarit ha dejado una obra extensa, con dos poemarios referenciales que tuvieron una enorme acogida: «Cantos para la coral de un hombre solo» (1963), «Casa de misericordia» (2007), por el que recibió el Premio Nacional de Poesía, y «Joana» (2002), un libro muy especial para él. Está dedicado a su hija, que falleció como consecuencia de una enfermedad. Estas páginas dan cuenta de la herida que deja el sentimiento de pérdida. También sobresale su autobiografía: «Para tener casa hay que ganar la guerra: infancia, adolescencia y primera juventud», que salió en 2018. Al año siguiente recibió el Premio Cervantes de Literatura. Un galardón que se convertía en el remate a su legado.
«ANIMAL DEL BOSQUE», EL POEMARIO INÉDITO
Joan Margarit no claudicó con la edad ni con los golpes de la vida. Siguió escribiendo de manera interrumpida a pesar de la enfermedad que arrastraba y los reveses. Nadie le apartaba del folio en blanco ni de la poesía. Desaparece cuando ya había entregado su último libro a la editorial Visor y se preparaba su lanzamiento para dentro de quince días. El título de este poemario es «Animal de bosque». Uno de sus poemas es «Mujer callada», que reproducimos a continuación:

Mujer callada

Me ha sido muy difícil entenderte:
imagino tus penas, grandes, hondas,
y tan pocas palabras. ¡Cuánto hace
que tu silencio es parte de mí mismo!
Tú callas y yo hablo. Nos amamos así.
También es diferente la forma en que añoramos
los dos a nuestra hija. A veces no sabemos quién de los dos está en el lugar más frío.
Hablo desde una extraña mañana, la de hoy.
Salías de la ducha y yo he entrado,
como siempre cogiéndome a las barras
que por seguridad pusimos a la chica.
Bajo el agua he llorado y tú, secándote,
me has dicho con tristeza:
No debes llorar más,
tan viejos no podríamos cuidarla.
Llega la hora de este canto afable
y de encender una pequeña hoguera
en un campo cubierto por la escarcha.
¿Cómo llamar ahora a todo esto?
Bien está así: amor. ¿Cómo si no?
Tú y yo estamos más juntos cada vez,
y así, juntos, nos vamos alejando.
Como este tiritar de las estrellas.