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«Homo criminalis»: El mal no tiene sexo

Paz Velasco de la Fuente, abogada y criminóloga, publica con Ariel una obra donde analiza las nuevas formas del crimen . Llega a la conclusión de que la violencia es el precio de la libertad
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«La agresividad, entendida como un proceso adaptativo y defensivo ante un peligro o una amenaza que es común entre los seres vivos, es un rasgo humano, como la empatía, la bondad o la compasión», señala Paz Velasco de la Fuente, criminóloga y autora del libro «Homo Criminalis», cuando hablamos de homicidas. «Todos somos agresivos, pero no todos somos violentos», puntualiza. Entendemos como «violencia» una agresividad alterada cargada de significados socioculturales, y que no se despliega de manera automática, sino de modo intencionado con la finalidad de hacer daño, siendo esta aprendida culturalmente. «Por eso la gran mayoría de nosotros no somos asesinos, aunque todos tengamos la capacidad de matar».
España tiene una tasa de homicidios de un 0,66%, por debajo de la media europea, lo que significa que nuestro país tiene menos de 400 homicidios al año y es, también, el quinto del mundo con menos agresiones con resultado de muerte a mujeres por parte de su pareja o expareja. Vivimos en uno de los países más seguros del mundo y, pese a ello, los delitos violentos preocupan enormemente a la sociedad. Continuamente somos bombardeados por noticias de homicidios y agresiones, documentales sobre asesinos en serie, crímenes reales, películas y series de asesinatos… La fascinación del «true crime».
«La violencia es el precio de la libertad», explica Paz, «por eso aspirar a la violencia cero es una meta utópica e imposible». Solo despojando al hombre de sus libertades, de sus emociones y sus pasiones, de todo aquello que, precisamente, lo hace humano se podría acabar totalmente con la violencia. «La agresión humana es una respuesta», expone. «Se agrede y violenta por celos, por venganza, por envidia, por avaricia, por deseo, por codicia… Es imposible prevenir y evitar toda violencia». «Los monstruos existen», nos dice.

El riesgo mediático

Desde Jack el destripador o el Asesino del Zodiaco, pasando por el autor del asesinato de la Dalia Negra, que nunca fue atrapado, o Unabomber, capturado precisamente gracias a la publicación de su manifiesto, la relación de los grandes homicidas y asesinos en serie con la Prensa ha sido estrecha: envío de cartas, de pruebas, llamadas, avisos, acertijos. En nuestro país, Ana Julia Quezada, asesina del niño Gabriel, envió cartas a la Prensa justificándose, y Rosa Peral, coautora del asesinato de su novio, intervenía recientemente en un programa de televisión proclamando su inocencia. «Se necesitan», cuenta la autora de «Homo Criminalis». «Unos ven así saciada su ansia de notoriedad, de fama y reconocimiento. Los otros ofrecen al público lo que desea y reclama, espectáculo, y obtienen un lucro con ello». El tratamiento mediático de determinados crímenes acaban convirtiendo a los asesinos en celebridades. Algunos de ellos, con rasgos narcisistas en su perfil psicopático, encuentran satisfacción en la atención desmedida, pero esta puede llegar a despertar en otros un afán por conseguir esa misma notoriedad, produciéndose la aparición de los «copycat», término criminológico con el que se conoce a los asesinos imitadores de otros asesinos.
Hoy en día, con las nuevas tecnologías, el crimen se adapta y hace suyo el nuevo espacio. Así, encontramos nuevos delitos violentos y los viejos encuentran la manera de aprovechar los avances de la tecnología. «La escena física se traslada al ciberespacio donde se multiplican las posibilidades de ser víctima, pero también de ser victimario. La sensación de impunidad que ofrece el anonimato en la red y el hecho de que la interacción no sea física posibilita que algunas personas desarrollen conductas que en su vida real no llevarían a cabo: acosar, chantajear, difamar, estafar». Otros, sin embargo, sí las llevan a cabo y lo que les ofrece internet es la posibilidad de encontrar presas más fácilmente o acceder a material que de otro modo conllevaría mucha más dificultad. Es el caso, por ejemplo, de las parafilias clínicas. «Una parafília no es por sí misma un delito, es una preferencia sexual anómala, entendiendo por “anómala” que se aleja de aquello que estadísticamente es lo más habitual en estas cuestiones». Para que sea una patología debe pasar de ser aquello poco común que provoca la excitación sexual a convertirse en la única manera de alcanzar esa excitación. Y para que se convierta en delito ha de traspasar la línea de la criminalidad y provocar un daño al otro. «La clave es el consentimiento en casos como el sadismo».
Sin embargo hay otras parafilias que sí han encontrado en internet una oportunidad única. Es el caso de la pedofilia. «Nadie elige ser pedófilo, excitarse con menores», explica Velasco. «El problema es cuando se pasa de ser un pedófilo pasivo no infractor –no mantiene contacto sexual con niños ni accede a material ilegal de explotación infantil– a consumir material de explotación, lo que es ilegal en nuestro país, a producir ese material o a ejecutar el abuso. Es decir, se convierte en pederasta». Y estos pederastas pueden ofrecer y encontrar material on line muy fácilmente, gracias a la Dark Web, navegadores como Tor e, incluso, grupos de privados de Facebook, Twiter, WhatsApp…

Ignorancia o diversión

«¿Y el ciberacoso?», le preguntamos a Paz. Sonríe. Lo conoce bien. «Es un fenómeno muy curioso, porque cuando no se trata de acoso sexual explícito, de extorsión o chantaje, sino de atosigamiento en redes que se alarga en el tiempo, con el ánimo de desprestegiar, calumniar o incomodar, por venganza o envidias, quien lo perpetra no es consciente muchas veces de estar cometiendo un delito, sino que está convencido de que la otra persona lo merece y que él está siendo justo». Nos explica que en estos casos el acosador no está solo. Hay una serie de cómplices que divide en dos tipos: aquellos que observan y callan, participando con su silencio en el acoso de manera pasiva, pues son testigos, lo identifican, pero no intervienen; y los que se suman activamente al acoso, aún sin saber si aquello que se cuenta es cierto o no. Por fe ciega, afán de notoriedad o entretenimiento sin más, porque parece divertido. «La única prevención ante esto es limitar quién tiene acceso a nuestras redes, datos y correos, no aceptar a desconocidos, no exponerse demasiado», aconseja. Esa sería la versión más leve, pese a que puede conllevar problemas sociales o laborales si las injurias se extienden, lo que no es baladí, pero pueden darse casos mucho más graves como acosos sexuales, chantajes, suplantación de identidad, extorsiones, robos,…
«¿Es la violencia cosa de hombres?», le preguntamos. Pese a que se repite constantemente, e incluso hay cursos universitarios sostenidos únicamente sobre la premisa de que la violencia es un problema exclusivamente de ellos la criminóloga no duda: «La violencia no tiene sexo».
Nos habla de María Lourdes, la primera mujer pederasta detenida en España, de Rosario Porto, que asesinó junto a su marido a su propia hija, Asunta, de Ana Julia Quezada, de la viuda negra de Patraix, de la parricida de Godella… «Podría estar horas rebatiendo esa falsedad», ríe. La violencia no es cosa de hombres, sin duda. Es cosa de seres humanos. «La gran paradoja del mal», concluye Paz, «es que sabe simular a la perfección el bien más noble y honesto».