Acoso y derribo al amor romántico
Percibido como un último vestigio de «lo tradicional» algunos sectores del feminismo radical lo consideran una herramienta perversa de opresión; sin embargo, las series y la literatura románticas están en auge
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¿Está herido de muerte el modelo tradicional de amor romántico? ¿Se nos acabó de tanto usarlo? ¿Realmente se está produciendo esa transformación social ante nuestros ojos? Podría parecerlo a simple vista si atendemos únicamente al ruido mediático de determinados productos culturales que abogan por una variación de paradigma. Pero se necesita algo más que una buena campaña de márketing, cientos de likes y ciertas instituciones al servicio de la causa para un cambio tan profundo. Una cosa es vender libros, pasear camisetas y corear consignas, y otra muy distinta transformar todo un imaginario social y alterar nuestras costumbres a nivel global. Sobre todo cuando ni siquiera hay un amplio consenso al respecto. ¿Tan malo es el amor que hay que acabar con él?
Vivir «para alguien»
«Hay, desde luego, muchas personas que ignoran toda su vida el amor, que ni lo huelen», dice Fernando Savater. «También hay otros que prescinden de la lectura o de la música, pero no es sano imitarlos. ¿Evitar el amor para ahorrarse disgustos? Eso es como no salir nunca de casa para evitar pisar un charco». Para Spinoza, el amor era «una alegría acompañada por la idea de una causa exterior». Para Aristóteles «se compone de una sola alma habitando dos cuerpos». A lo largo de la historia, el hombre ha intentado definir con palabras, una y otra vez sin desaliento, un sentimiento universal. Para el filósofo y escritor Fernando Savater, la mejor definición del amor sigue siendo hoy en día el célebre soneto de Lope de Vega: «Desmayarse, atreverse, estar furioso, /áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso; /no hallar fuera del bien centro y reposo, / mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, / enojado, valiente, fugitivo, / satisfecho, ofendido, receloso; /huir el rostro al claro desengaño, / beber veneno por licor suave, / olvidar el provecho, amar el daño; / creer que un cielo en un infierno cabe, /dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe». «Siendo menos poético», añade, «yo diría que enamorarse es dejar de vivir para algo y empezar a vivir para alguien». Ay, el amor.
Surge en la Edad Media el concepto del amor cortés, que comienza como ficción literaria para solaz de la nobleza y acaba influyendo en el comportamiento real de la época. Será ya en el XIX cuando aparezca lo que conocemos hoy como «amor romántico», una forma de amor burgués que hunde sus raíces en la idealización del objeto amado y que genera una ingente cantidad de productos culturales: desde la literatura a la música o, más tarde, el cine. Esta codificación de un tipo de relación amorosa acaba convirtiéndose en predominante en el imaginario social de los últimos siglos: de «Orgullo y Prejuicio» a «El Diario de Bridget Jones», de «Casablanca» a «Nothing Hill», de Espronceda a Alejandro Sanz. «Cumbres Borrascosas», «La Dama de las Camelias», «Crepúsculo» y «Gente que Viene y Bah». «West Side Story», «La Condesa Descalza», «Sabrina», «Titanic», «Ghost», «Pretty Woman». Corin Tellado y E.L. James. Camarón, Julio Iglesias, Sabina, Rocío Jurado, Nino Bravo, Chenoa. Bécquer y Rosalía de Castro. «Everyone says I love You». Mil y una «love stories». Todos, alguna vez, nos hemos puesto muy «Krazy Kat», no lo vamos a negar.
Este amor romántico («amor romántico es un pleonasmo, como agua húmeda» apunta, certero, Savater) es para el feminismo de cuarta ola una herramienta de las sociedades patriarcales para sostener las desigualdades y la dependencia, generando, por supuesto y finalmente, violencia de género. Un amor mal. La patente de corso perversa que concede al hombre el acceso al cuerpo de la mujer ad aeternum, la legitimación vía emocional, por el carril rápido de la autopista del corazón, de un contrato económico. Una conspiración para hacer infelices a las mujeres. A todas.
Teóricas del final
No es de extrañar, partiendo de esta nueva definición, que en los últimos años una avalancha de libros de toda una generación de voces proclame y celebre desde la militancia que el amor romántico agoniza, herido de muerte, y que su final es inminente. La filósofa y escritora argentina Tamara Tenembaum es una de estas voces. Analiza en su libro «El Fin del Amor: amar y follar en el S.XXI» la concepción tradicional de la pareja como constructo patriarcal que daña a la mujer, que la oprime y la subordina. No es la única. La periodista Carla Castelo, con su «Manifiesto contra el amor romántico», o la escritora Coral Herrera, con «Dueña de mi amor: mujeres contra la gran estafa romántica», son solo algunos ejemplos de este fenómeno editorial. También series como la británica «Wanderlust» o «Tú, yo y ella» exploran otros tipos de relación alejados de los estándares habituales, como también lo hacen «Nola Darling» o «Trigonometry». Películas como «Historia de un matrimonio», que disecciona el fin del amor, o «Leto», «El profesor Marston y la Mujer Maravilla» o «Una relación abierta», que indagan en nuevos modelos de enlaces amorosos, vienen a apuntalar la teoría del fin del amor tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Hasta Maluma pone banda sonora con su «Felices los cuatro» y se nos van los pies incluso al colectivo de afectados por amusia. El postamor era esto.
Curiosamente, todos estos productos culturales conviven con un nuevo esplendor de la novela romántica. En 2019, las ventas de este tipo de literatura aumentaron en un 30%, siendo el tercer género de ficción más vendido, por detrás de policíaca y clásica y seguido de erótica. Las españolas Elisabet Benavent y Megan Maxwell triunfan inapelablemente en el sector. Asistimos también a un auge de las telenovelas, de los «realities» para encontrar el amor en televisión, de las series románticas («Los Bridgerton» triunfan en Netflix). Continúan rodándose y proyectándose películas románticas con finales felices, incluso las películas enmarcadas en otros géneros incluyen, la mayoría de las veces, una subtrama amorosa –sí, funcionan– y cada vez que se emite «Pretty Woman» es líder de audiencia. En 2019 se celebraron 161.000 bodas en nuestro país y en el primer semestre de 2020, con pandemia y confinamiento duro por medio, lo hicieron 28.327 parejas. Un 34% de los usuarios de aplicaciones de citas busca pareja estable (un 31% busca sexo sin compromiso y un 36% quiere únicamente hacer amigos), habiendo mantenido una relación de larga duración gracias a ellas un 26%. Casi un 10% de la población utiliza este tipo de aplicaciones. No es necesario que hablemos de canciones de amor, pues todas hablan de nosotros.
Lo tradicional y los clásicos
Cabe entonces preguntarse si realmente se está produciendo esa transformación cultural y social o si simplemente estamos asistiendo a la aclamación por parte de ciertos movimientos identitarios, jaleados por un sector de la prensa y ciertas instituciones, de una serie de alternativas, tan respetables y admirables como cualquiera, pero minoritarias. «Yo hago poco caso de los sociólogos» dice Fernando Savater «sobre todo cuando se ponen estupendos: fin del amor romántico, ahora pasamos a otra cosa, lean mi próximo libro. Lo que yo sé es que no debe haber cambiado tanto la cosa cuando entendemos a Safo, a Catulo o a John Donne como si fueran contemporáneos».
¿Qué pasa entonces con el amor? ¿Estamos ante el nacimiento de un nuevo paradigma o simplemente se trata de una minoría tratando de distanciarse como sea de cualquier cosa que remita a tradición? Porque huyendo de eso, a fuerza de alejarse de «lo tradicional» como única motivación y fin, a lo máximo que se puede aspirar es a ni remotamente llegar a ser tan contracultural en esto del amor como ya lo fueron en la mitología clásica: poliamor, sexo libre, infidelidad, libertinaje, incesto, zoofilia. Escapar del regazo de las tradiciones para acabar abrazando a los clásicos. Si eso no es amor…