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Ramón Tamames: «Aquí se conmemoran las cosas que le convienen al Gobierno de turno»

El Economista y político español considera que de forma paulatina «nos estamos olvidando de nuestra historia» y reivindica la necesidad de estudiar el pasado para «no equivocarse con el futuro»
Ramón Tamames Catedrático de Estructura Económica / Cátedra Jean Monnet
Cristina BejaranoLa Razón

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Acaba de irrumpir en el mercado el nuevo libro del profesor Ramón Tamames, «La mitad del mundo que fue de España. Una historia verdadera, casi increíble». A propósito del mismo y con el objetivo de departir sobre cuestiones significativamente claves de nuestra entidad como territorio, charlamos con él de la finalidad de un título tan sonoro y un trabajo tan interesante como necesario. Sobre todo, en la España de hoy, en la que cada día que pasa se agranda el desconocimiento histórico. Por ello, no es extraño que a muchos les resulte difícil entender el presente, con memoria tan hueca.–
–Pese a las grandes aportaciones a la Historia universal, los mismísimos españoles no tienen una percepción clara de lo que sucedió en este bendito país y en sus salidas al resto del mundo entre los siglos XV y XVIII.
– Sí, Emilio, creo que nos estamos olvidando de nuestra Historia. Primero porque los planes de educación dan cada vez menos contenido a la musa Clio. Y segundo, porque somos un país que conmemora las cosas que le conviene al Gobierno de turno. Por ejemplo, en el caso de Hernán Cortés, no ha habido actos oficiales por los 500 años de la llegada de los españoles a Tenochtitlán. En ese aspecto, está claro que en la entrevista que tuvieron en 2019 Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Pedro Sánchez, en México, hubo un retroceso en nuestras conexiones identitarias. Debieron acordar, sin decirlo después, no hablar para nada del Cortés de hace medio milenio, y del encuentro entre dos pueblos, los españoles y los mexicas, creadores del mestizaje. Verdaderamente lamentable. Y la cosa no mejoró a raíz de la carta que AMLO escribió al rey Felipe VI, de la que no sabemos ni siquiera su contenido completo, ni tampoco cuál fue la respuesta del monarca.
–Cosas veredes, Mío Cid… El caso es que la página en la Historia de España que podemos recordar hoy mismo, 14 de abril, al cumplirse noventa años de la proclamación de la Segunda República, sirve para revivir la confrontación que al final llevaría a la guerra civil. Con exaltaciones incomprensibles de aquella República que se autodestruyó. Deberíamos pensar más en lo que nos une día a día, y no en estar en una permanente confrontación… En ese sentido, a lo largo de las páginas de su nueva obra, se repasan las peripecias técnicas, políticas, económicas, administrativas, y también culturales, científicas, y humanas, de una andadura plurisecular, que permitió a España ser conocida, y envidiada, por doquier.
– Efectivamente, se estaba descubriendo, para los europeos, la mitad del planeta enteramente desconocido hasta entonces. Y en ese recorrido, la primera circunnavegación Magallanes-Elcano constituyó el levantamiento del mapa de lo que iba a ser el Imperio Español: todo el hemisferio occidental, de las Américas y del Océano Pacífico. Fue una descubierta inspirada por un impulso desde lo Alto: más concretamente por las bulas papales de Alejandro VI y el Tratado de Tordesillas, que otorgaron a España la mitad del mundo. Un caso único en la Historia, un continente ignorado y un océano desconocido. En cambio, los portugueses recibieron el hemisferio oriental, de cuyas tierras asiáticas ya se tenía más o menos conocimiento desde Alejandro Magno, la India, etc.
–Los dos hemisferios… muy interesante. Parece como si todo aquello fuera un proceso guiado por inquietudes materiales, pero también hubo razones espirituales. ¿Cómo fueron conjugándose ambos factores?
–Tienes toda la razón, porque siendo verdad que el oro y la plata siempre fueron más que notables atractivos para los conquistadores –y para todos los humanos y por doquier—, el primer impulso lo dio el pontífice Alejandro VI desde Roma, en su primera bula: esas tierras deberían ser de España, con la misión de evangelizarlas. En cualquier caso, fue un regalo como del Cielo, casi increíble. Como dijo Francisco I de Francia: «¿En qué testamento de Adán figura el reparto de mundo sin la mitad para Francia…?».
–En esa línea de conjugar lo espiritual y lo material, tenemos las Leyes de Indias: desde el primer momento del descubrimiento, conquista y colonización, el factor religioso estuvo siempre en el epicentro de la empresa transatlántica española, en las leyes de 1512, 1544, etc. Algo nunca visto en otras aventuras típicamente coloniales. Pero, ¿qué efecto tuvo esa legislación protectora de los indígenas recién hallados?
–Ciertamente, esas Leyes muchas veces no se cumplieron, porque los encomenderos se levantaron contra la autoridad real, por entender que no podrían vivir sin un status férreo de amos y señores por derecho de conquista. Pero en cualquier caso, hubo un intento real, en el doble sentido de la palabra, de hacer que los nativos, y luego los mestizos, fueran personas idénticas en derecho a los peninsulares, tantas veces con respeto de sus tradiciones en combinación con nuevas universidades, hospitales, etc.
–¿Ve algún hecho diferencial más entre España y otras conquistas?
– Sí que los hay. Por ejemplo, Bernardino de Sahagún, el primer antropólogo de las Américas, hizo muy serios estudios etnográficos. Y las culturas originarias se conocen perfectamente, así como lo que escribieron los propios vencidos, un hecho insólito. Sin olvidar a Bartolomé de las Casas, que atacó duramente la conquista. Ni, por el contrario, al Tata Vasco de Quiroga, que intentó llevar a las comunidades indígenas de Michoacán a la posibilidad de organizarse tal como proponía Tomás Moro en su libro Utopía…
–Hablando de libros, el suyo, lo he visto en mi larga lectura del último fin de semana, va acompañado de múltiples materiales muy expresivos: mapas, figuras, imágenes, etc. ¿Qué sentido le da a toda esa parafernalia?
–Cualquier libro de viajes tiene que llevar los itinerarios y la referencia de los espacios que se recorren, y de ese modo, «los santos» hacen revivir a los personajes, y nos muestran cómo eran los navíos, la forma de vida de los indígenas, el talante de los grandes personajes, etc. No es lo mismo un patagón que un futuro filipino, no es igual un rey portugués que un papa español. Lo he dicho muchas veces, y algunos lectores lo reconocerán, porque es una especie de adicción: en el formato del libro, me guío de palabras de Lewis Carroll en «Alicia en el país de las maravillas», cuando pone en boca de su heroína: «¿De qué sirve un libro sin estampas ni diálogos?». Yo he puesto las estampas, y al mismo tiempo he construido los diálogos en los colofones, uno por capítulo.
–A eso iba. Porque precisamente al final de los quince capítulos, hay un colofón. Donde se plantean y responden preguntas, formuladas seguramente en nombre del lector. Me parece una aportación metodológica bastante original. ¿Cómo ideó ese recurso que puede ser dialéctico y pedagógico?
–Lo que en cualquier caso queda claro es que esos colofones son la síntesis de lo que se ha escrito. Pero también son las opiniones últimas que surgen de un conversante imaginario y a veces implacable conmigo. Creo que todo planteamiento no tiene una sola verdad explicativa, y en esas conversaciones, entre un imaginario interlocutor mío y yo mismo, hay puntos de vista diferentes. Por ejemplo, yo le doy una gran importancia a Elcano, porque fue quien verdaderamente decidió dar la vuelta al mundo. Y mi interlocutor se inclina, por el contrario, en Stefan Zweig y Antonio Pigafetta como sin nunca hubiera existido Elcano. Yo me inclino por el navegante de Guetaria en su papel de piloto de una auténtica Odisea, de retorno a la patria, por la ruta más rápida, y con más peligro de encontrarse a los hermanos portugueses, que no eran tan fraternales. Eso se pone de relieve con la carta que el propio Elcano escribió a Carlos V, en la misma nao Victoria el día de su vuelta a Sanlúcar de Barrameda. Elcano le dijo al rey emperador que estuvieron navegando tres años, siempre hacia al Oeste, rodeando el mundo por primera vez. Esa fue la gran hazaña, mucho mayor que las toneladas de especias a bordo de la nao, siempre sin salir del hemisferio español, como Magallanes había prometido en sus capitulaciones con el rey emperador.
–A modo de colofón personal de la propia conversación, quisiera resaltar su inquietud como autor por la propia Historia, como reflejo de pensamientos y acciones, de una lucha permanente…
–En efecto, Emilio, tú que eres historiador –casi desde tu nacimiento, yo diría–, sabes que muy poca gente ve cabalmente la importancia de la Historia. No sólo se trata de que, como decía Arnold Toynbee que estudiando el pasado se equivoca uno mucho menos de cara al futuro. También es parte de nuestra configuración, del ADN de los españoles. Sobre todo, hay que subrayarlo, en una época de tantos populismos y secesionismos, fuera de una inteligencia racional.
–Y una última cuestión: señalar la extensa bibliografía y el muy útil índice onomástico que cierran el libro.
–La bibliografía es obligada. Siempre digo que, como la claridad, es la cortesía del filósofo (Ortega y Gasset dixit)… y de cualquier científico, que ha de comunicar sus fuentes a los lectores. En cuanto a la onomástica, yo no comprendo un libro de Historia sin ella. Porque en ese índice aparecen los protagonistas y los propios responsables de la bibliografía, una mezcla prodigiosa. Yo, muchas veces, cuando compro un libro miro antes la onomástica, no solamente para saber si estoy en ella –¡es lo más común entre autores!–, sino fundamentalmente para apreciar la propia formación del escribidor: si hay tantas citas de Marx o de Kant, de Américo Castro o de Sánchez Albornoz, por referirme sólo a algunas firmas más o menos próximas. Luego también se ve en la onomástica la interacción de los personajes, como en una especie de registro antes escenificado en el texto.
–Simplemente, para cerrar, querría poner de relieve la importancia de este libro para aquellos que ven la Historia como algo sustancial, para el mejor conocimiento de nosotros mismos. Yo creo que su libro es lectura obligada.
– Gracias por esa precisión. Sobre todo porque en tiempos pasados, los de «La mitad del mundo…», España estuvo a la cabeza de los países más importantes en exploración y conquista. También, en avances de navegación, cosmología, botánica, medicina, etc. Muchos españoles no lo saben y otros lo han olvidado. Hacer el intento de integrar todo eso en el momento histórico actual, me parece algo propio de personas que creo vamos madurando, como tal vez tú y yo. Superando aspiraciones personales, queremos abrir el paso al pensamiento sobre los trabajos de todo un pueblo, las cosmovisiones de otras épocas, y la propia configuración de lo que llamamos el conocimiento de la Historia.

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