Pero, ¿por qué Rudolf Hess voló a Escocia?
Se cumplen ochenta años del misterioso viaje del jerarca alemán a Reino Unido y las interrogantes que lo impulsaron a esa aventura todavía permanecen sin esclarecer del todo
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El campesino escocés David McLean debió quedar sorprendido cuando, aquella madrugada, antes de que su familia se levantara de la cama, vio estrellarse un avión a doscientos metros de su casa y cómo un paracaidista caía en los límites de sus propiedades. Más sorprendido debió quedarse todavía al descubrir que el piloto era alemán. Y su estado de expectación debió crecer ya a cotas inimaginables cuando aquel hombre, con uniforme del Tercer Reich, le hablaba en un correctísimo inglés y, con una educación digna del Buckingham Palace, le tendía la mano y le agradecía la ayuda. Como la amabilidad obliga, a David McLean no le quedó más remedio que invitarlo a pasar a su casa y ofrecerle un té, sobre todo a esas horas tan destempladas del día. El alemán declinó la bebida alegando que era demasiado temprano y que se conformaba con un poco de agua. Mientras David McLean telefoneaba a las autoridades cercanas, suponemos que, con el beneplácito y la aquiescencia de su prisionero, aquel soldado conversó amistosamente con su familia, se mostró agradable en cada instantes y se rebeló como un excelente invitado ocasional. La última sorpresa para el anfitrión provino de la revelación de su nombre, Rudolf Hess, y el descubrimiento de quién era: el lugarteniente de Hitler. La pregunta que tuvo que hacerse es la que muchos aún se hacen: ¿Pero qué demonios hacía ese hombre en Escocia?
El día anterior, Rudolf Hess subió a un Messerchmidt Bf 110, un caza bimotor de largo alcance que después se demostró que era un arma nocturna muy eficiente. Emprendió viaje a Reino Unido después de confirmar los partes meteorológicos y, faltaría, consultar con sus astrólogos favoritos, no fuera a ser que tuviera a los planetas en mala conjunción para tan maña empresa. Todo muy científico. Su trayectoria fue todo un ejemplo de dedicación al Führer desde que lo encontró en un mitin en Múnich en el transcurso del año 1920. Inmediatamente, decidió que aquel singular hombre de voz abrumadora y gestualidad tan didáctica era digno de su devoción y lealtad. Desde ese momento se convertiría en un hombre cuya fidelidad estaba por encima de cualquier consideración. Apoyaría a Adolf Hitler a lo largo de su ascenso, expondría su físico para defenderlo, se entregó y fue condenado por el llamado “Putsch de la cervecería” para que lo encerraran junto a su líder en la cárcel de Landsberg y, ya que estaban ahí juntos, no dudó en ayudar a su jefe a sacar adelante “Mi lucha”, todo un “best seller” en la época. Los dos trabaron una intensa amistad y Hess se mostró como un hombre de una confianza máxima hasta que, por supuesto, las cosas se torcieron.
Pactar con Londres
A pesar de haber sido elevado a las alturas de la jerarquía nazi, Hess empezó a dar apuntes de un comportamiento errático y extraño. Algunos comenzaron a verlo como un tipo raro, extraño, a pesar de que Hitler lo mantenía en su círculo. Las malas lenguas, siempre predispuestas a los rumores, hablaban de que era la consecuencia de un botellazo que había recibido. Pero esa actitud tenía una explicación: había perdido la confianza del Führer y no sabía cómo recuperarla. En un gesto de audacia que lindaba con la más creativas de las locuras, decidió, él solo, llevar hacia adelante una tregua entre Inglaterra y Alemania. Era un anhelo del dictador alemán: pactar con Londres para entregarse a su aventura rusa sin pensar en más frentes. La idea, incluso desde nuestro horizonte, era un disparate a todas luces, pero Hess entrevió una posibilidad para ganar unos cuantos galones y ponerse unas medallas.
Con estas fantasías asentadas en la testa, Hess despegó del aeropuerto de Aubsburgo. Es curioso como un hipocondríaco sin límites, un tipo que antepuso su salud a la bebida y el tabaco, que llegaba a prepararse la comida en su casa (o sea, el táper) cuando sabía que le tocaba almorzar fuera para evitar contagiarse con miasmas y otras nauseabundas bacterias, decidió, con una resolución digna del general Custer, precipitarse por la pendiente de esa aventura. Lo que sucedió al llegar a Escocia es conocido. Después de despedirse de David McLean, que lo ayudó incluso a andar porque se hizo daño al caer en paracaídas, fue arrestado por los servicios de inteligencia británicos. Mientras esto sucedía, Hitler, dicen que iracundo y echando pestes y víboras por la boca, lo desposeyó de todos los títulos, cargos y honores, difundió que estaba trastornado, pero, eso sí, consintió que en el imaginario popular siguiera viviendo la idea de que era un excelente piloto: algo que ni siquiera él podía negar después de aquella travesía.
Una trampa
La interrogante que aún queda en el aire es: ¿a qué fue realmente Hess allí? Para la mayoría solo fue un intento vano de conseguir un punto de encuentro entre ingleses y alemanes para cerrar una paz, y, de paso, volver a encontrar el favor de Hitler. Es la versión más extendida y la que prevalece hasta ahora. Lo cierto es que parece que todo fue una estrategia de los servicios británicos. Desarrollaron un plan, al mismo tiempo que ideaban otros para eliminar a Hitler, para convencer al entorno más alto del Tercer Reich de que en su país existía una facción activa a favor de la paz (pero eso sí, con tintes antisemitas, lo que suponía para un alma como la de Hess todo un aliciente). Inventaron un partido que abogaría por cerrar el capítulo belicoso que se había abierto entre las dos naciones y entablar de nuevo buenas relaciones. Difundieron que esta agrupación política contaba con un enorme respaldo popular y trataron de convencer a varios oficiales superiores de las SS. Se ve que lo de inventar bulos y echarlos a andar, no es de ahora. Los Servicios Secretos británicos filtraron también el rumor que el Gobierno inglés se mostraría receptivo a unas negociaciones si Hitler se aviniera a un encuentro y que el contacto para que saliera hacia adelante esta carta diplomática era el duque de Hamilton, que se mostró alineado con Berlín y que residía en Dungavel House, Escocia, que es hacia donde se dirigía Hess antes de saltar de su avión.
Lo que nadie podía prever es que semejante delirio se lo acabara creyendo alguien y que, además, fuera el lugarteniente de Hitler, que, casi sin dudarlo, se embarcó en esa odisea náutica digna de un Charles Lindbergh. Aquel engaño desembocó en uno de los capítulos más esperpénticos de la Segunda Guerra Mundial y, también, con los huesos de Hess a manos de la inteligencia inglesa. La conclusión fue, primero, que los ingleses constataron con pesar de que no podían sacar apenas información de su prisionero; segundo, que Hess no murió en Berlín cuando fue tomado por el ejército soviético, y, tercero, debido a este viaje, Hess fue el último líder nazi en morir: en 1987, a los 93 años de edad, en la cárcel de Spandau, donde cumplía cadena perpetua (no lo ejecutaron por crímenes de guerra porque en 1941 ya estaba detenido por los aliados). De su paso por Inglaterra queda un bonito recuerdo: un ala de su Bf 110 en una de las salas del Museo Imperial de la Guerra en Londres. Todo un homenaje a lo que son capaces de hacer las Fake News.