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Cannes resucita a Ana Frank, una superheroína juvenil

Ari Folman presenta fuera de concurso «Where is Anne Frank?», cinta que recupera a la joven como un símbolo de la resistencia
Purple Whale FilmsLa Razón
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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En 2009, la Anne Frank Fonds Basel le encargó al israelí Ari Folman una película que reactivara la popularidad de la joven heroína para las generaciones venideras, y que funcionara como un recordatorio de esa persecución nazi que podía tener ecos amenazadores en la tragedia de los refugiados. Deber cumplido: «Where is Anne Frank?», que se presentó en Cannes fuera de concurso, articula las relaciones entre las heridas del pasado y las enfermedades del presente a través del personaje de Kitty, la amiga imaginaria a la que Frank dedicó su diario, escrito en un confinamiento que tuvo final infeliz. El resultado es puramente didáctico, y su mensaje, obvio y directo, puede calar en el público infantil.
Por lo tanto, no estamos en el terreno de la terapéutica, violenta autoficción de «Vals con Bashir». Tampoco, ni mucho menos, en el de la experimentación psicodigital de «El congreso». Esta es una película de encargo, la animación –y no es peyorativo– recuerda a las ilustraciones ingenuas de los cuadernos Toray o de los libros de texto escolares con un punto «vintage», con la excepción del ejército nazi, tan deudor del arte de Art Spiegelman. Kitty funciona como el nexo entre dos tiempos históricos en los que la desaparición del diario de Ana Frank del museo que lleva su nombre se convierte en macguffin para poner en marcha las rimas entre la Holanda ocupada y la de los refugiados que el gobierno quiere deportar.
Así las cosas, la película se propone resucitar la memoria de Frank, denunciando que, por mucho que se haya utilizado su nombre en vano (para bautizar hospitales, museos, calles), los europeos parecen haberse olvidado de que fue una figura simbólica de resistencia para niños y adolescentes de todo el mundo. La decisión de hacer de Kitty la auténtica protagonista del relato es interesante, en cuanto que permite acceder a la imaginación de su alter ego, la auténtica coraza que la mantuvo a salvo durante dos años en el ático de la oficina de su padre, y le otorga, de algún modo, una segunda vida en la actualidad, una manera de continuar sus aventuras en el exterior, y de hacerse amiga de un joven carterista que hace que su dimensión fantasmática tome cuerpo en la realidad del presente. Es cierto que en «Where is Anne Frank» pesa el tono pedagógico, y los adultos la podemos encontrar demasiado facilona, pero su propuesta es honesta.
«Es más fácil entender el presente estudiando el pasado». Esta frase, que podría pertenecer al filme de Ari Folman, se repite dos veces en «Compartimento nº6», del finlandés Juho Kuosmanen. Curiosa sentencia para lo que vendría a ser una peculiar historia de amor acunándose en el traqueteo de un tren que viaja desde Moscú al puerto de Murmansk, en el Ártico. Una estudiante de arqueología finesa que quiere observar los petroglifos (figuras talladas en la zona en la era prehistórica) de la zona y un minero ruso coinciden en el compartimento del título. El vínculo que establecerán no está exento de obstáculos: ella ha dejado a Irina, su amante, en Moscú, sin saber aún que la relación ha terminado, y él es un hombre de las cavernas, o al menos lo parece, un patriota y un adicto al vodka.
Como ocurría en «El día más feliz de la vida de Olli Mäki», premio Una Cierta Mirada en Cannes 2016, Kuosmanen es un cineasta de historias pequeñas que buscan la conexión emocional con el espectador en sutiles detalles. La película –que podría ser la versión estólida, ártica, de «Antes de amanecer», solo que sin su verborrea intelectual– tarda un poco en estabilizarse, tanto como lo hacen sus personajes en descubrir que se atraen y se comprenden.
Así las cosas, los petroglifos, que nunca veremos, servirán como metáfora de una inscripción arcana, indefinible, que ilustra pero no explica por qué dos seres tan antagónicos parecen haber nacido para estar juntos y para estar separados. Un enigma, el de las relaciones humanas. La escena en que Laura le enseña a Ljoha (Seidi Haarla y Yuriy Borisov, ambos excelentes) el dibujo que ha hecho de su rostro es muy conmovedora: es la representación de un vínculo que incluso una bestia parda sabe entender. «Love is the Drug», de Roxy Music, suena en los créditos iniciales. Es la droga que corre por las venas de «Compartimento nº6».

URGENCIAS EN UNA FRANCIA ROTA

El principal problema de «La fracture», el regreso de Catherine Corsini a la sección oficial tras veinte años de ausencia (concursó en 2001, con «La répétition»), es que las hipótesis que plantea la metáfora sustantiva del título son las mismas que sus conclusiones. Es decir, la película, rodada durante la pandemia, se cuenta a sí misma en diez minutos: una pareja de lesbianas se separa (una fractura), una de ellas resbala y se rompe el brazo (dos fracturas), los chalecos amarillos se manifiestan y los antidisturbios cargan contra ellos (tres fracturas), el sistema sanitario colapsa (cuatro fracturas). Vaya, que Francia está rota, dividida, desmoronada, fracturada. El desarrollo de estas hipótesis se sitúa en la sala de urgencias de un hospital público, donde todo el mundo grita sin parar y la cámara, nerviosamente documental, intenta atender a los enfermos. Surge el debate entre una ilustradora (Valeria Bruni-Tedeschi, a ratos muy graciosa) y un camionero herido en la manifestación, que se pelean a muerte y acaban empatizando, porque todos los franceses, sin distinción de clase, están en el mismo barco. Corsini ha transformado un episodio de “Urgencias” en una torpe película social, olvidándose de limar la cohesión narrativa y con una significativa falta de sentido del espacio fílmico.