Raphael: con él llegó de nuevo el “Escándalo”
Charlie Arnaiz y Alberto Ortega presentan en San Sebastián y de la mano del legendario artista el segundo capítulo de “Raphaelismo”, la serie documental más completa y exacta hasta la fecha sobre su trayectoria
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Homérico en logros y virtudes como artista y experto en eludir los envites del tiempo y la efervescencia de las modas con la pasión por su trabajo como único escudo y secreto, Raphael sigue funcionando como fenómeno musical irrepetible pero también como un emblema dignificador de la profesión. Su actividad incesante y su capacidad para seguir aprendiendo, generando y haciendo, siempre con el nervio del joven y la organización meticulosa del veterano, le empujaron esta vez hasta las inmediaciones del Kursaal para presentar en San Sebastián, enfundado en una chupa de cuero negra, un cinturón de tachuelas y un jersey de cuello largo color rojo que le conferían un aspecto a medio camino entre la estrella de rock y el cantante melódico, el segundo capítulo de una producción original de Movistar + dirigida por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega. “Raphaelismo” conjuga con atinada precisión la dualidad entre Raphael (el artista) y Rafael Martos (la persona) y nosotros hablamos con ambos sobre su crisis en Las Vegas, la atemporalidad de las letras de Manuel Alejandro y el día en el que su padre le vio triunfar en el Olympia de París, para descubrir con cuál nos quedamos.
–Si en marzo del 66, cuando se produjo su bautismo eurovisivo en Luxemburgo, su peor enemigo eran los nervios, ¿cuál diría que es el mayor de todos en septiembre de 2021?
–Pues te diría que tengo los mismos nervios que en el 66, solo que aumentados. Sinceramente también esos nervios son los que me hacen sacar las cosas hacia delante, con más brío, con mayor fuerza.
–¿El tiempo se percibe distinto cuando uno lleva más de 60 años subido a un escenario?
–Yo sé que no me vas a creer, pero ¿sabes que estos 60 años en el escenario se me han pasado volando? Vamos, yo estoy dispuesto a empezar de nuevo y de hecho es lo que hago. Yo me levanto cada mañana y empiezo de nuevo. Tengo la inmensa suerte de tener una profesión que me apasiona.
–Tras un segundo paso por el Festival de Eurovisión en Viena, echa a rodar por todo el mundo de una forma vertiginosa y afronta su primera gira internacional. Pero al llegar a Las Vegas algo cambia. ¿En aquel momento era habitual que un artista reconociese que sufría de estrés?
–En realidad cuando llego a mi límite en la década de los sesenta durante mi estancia en Las Vegas, mi crisis no la relaciono con nada que tenga que ver con el estrés o con la salud mental. Yo creo que cometí un grave error familiar y esto lo digo con todo el dolor de mi corazón, de verdad, porque de la persona que te voy a hablar es de mi madre. Hice muy mal en llevarme de gira a una señora que no estaba acostumbrada a esas cosas, a vivir la noche, a estar en otro país, a moverse a ese ritmo. Piensa que yo me acostaba todos los días a las 3 de la mañana porque en Las Vegas eran tres shows diarios lo que hacíamos y el último terminaba a esa hora. Ella me esperaba hasta entonces, vivía conmigo, en el mismo hotel… todo el día estábamos juntos. Y eso para una madre es demasiado y para un hijo de 21 años que lo que quiere es volar, también. Ese fue mi gran error realmente y no otro. Ni estaba afónico ni me puse malo como se dijo, estaba destrozado por dentro por el error que había cometido.
–¿Es difícil fallar con una letra de Manuel Alejandro?
–Todas las canciones de Manuel Alejandro son tan buenas y envejecen tan bien... la mejor prueba de ello es que si coges cualquier canción de mi repertorio escrita por él y parece hecha hoy.
–¿Cómo recibe alguien con un ego tan discreto la propuesta de hacer un documental sobre su vida?
–Al principio me dio más que pudor la verdad, me dio vergüenza. He de reconocer que estos dos ladrones maravillosos llegaron a mi vida y la descolocaron. La han sabido hacer estupendamente bien y sobre todo con muchísimo respeto, pero sin faltar a la verdad en ningún momento. Son unos productores de los que me va a costar mucho trabajo desprenderme. Y ellos de mí.
–Su compañera de vida Natalia Figueroa, siempre proyectada desde un reservado segundo plano, participa en este proyecto tan íntimo.
–Mi mujer es un ser maravilloso, siempre lo ha sido y siempre lo va a ser. Cuando ha habido que arrimar el hombro lo ha arrimado como nadie y ella no podía dejarme solo ante el peligro, como diría la película, en esta ocasión. Como siempre, ella brilla por su saber hacer, su saber responder y por estar al lado de su marido, como tiene que estar.
–Recordar el pasado, tanto profesional como personal, ¿diría que genera más nostalgia que vértigo? ¿Se reconoce en todas sus etapas?
–Me reconozco en todas y cada una de mis etapas sin duda. Al fin y al cabo, no han variado tanto las cosas. Sigo siendo el mismo artista con una profunda vocación, sigo jugándomelo todo a cara o cruz, sigo saliendo a comerme el mundo todos los días y eso, cuando ya se tienen unos años, es motivador. Los años te enseñan, te calman, de manera que si te sobraba algo de ímpetu, el tiempo te frena y se encarga de equilibrarlo. Y así te quedas perfecto. Yo antes durante los días de estreno me ponía muy nervioso y lo contagiaba, pero desde que me hicieron el trasplante me he vuelto una persona mucho más tranquila. Salgo a disfrutar con el público, igual que el público lo hace conmigo. Salgo, como digo yo, pisando huevos…y me lo paso muy bien así.
–¿Qué me dice de su padre y de esa casa que le construye finalmente en Málaga? Consiguió retirarle de la construcción ¡pero hizo trampa!
–(Risas). Nos encontramos con la siguiente escena: un chico con 17-18 años popular no, lo siguiente, que se convierte en el chico mimado del país que tiene un padre que trabaja en la construcción que se tiene que subir todos los días a un andamio. ¿Cómo arreglas tú eso? Y encima, cuando se lo haces ver; «papá no puedes hacer eso» él te contesta; «¿y yo qué culpa tengo de que tú quieras ser artista? Yo trabajo en lo que sé trabajar y no hay más». Pero yo sabía que tenía que arreglar aquello. Fui a hacer un concierto en Málaga y la empresa que me había contratado me ofreció la posibilidad de construirme una casa regalándome el terreno. Entonces decidí irme al sitio más alto, volví a Madrid enloquecido y a mi padre le dije «tu ya no te subes más a un andamio, tú vas a traerte a tu cuadrilla, te vas a Málaga y me haces una casa». Trabajó para su hijo. A partir de ese momento yo me llevé con mi padre como con nadie. Todos los días me llamaba y me decía que me fuese para Málaga: «vente aquí que se está muy bien y déjate de Madrid y de sus líos».
–Hay dos palabras le bastaron a su padre para resumir ese afecto que a veces tanto le costaba mostrar.
–”Hijo mío”, eso fue lo que me dijo agarrándome la cara. Mi padre aceptó ir en avión, sin ser él amigo de los aviones y se fue a París a ver a su hijo triunfar en el Olympia. Ese día sé, aunque no me lo haya dicho, que fue el más feliz de su vida. Solo había que mirarle a los ojos para saberlo”
–En «Hablemos del amor», canción con la que fue a Viena y de la que reconoce en el documental sentirse especialmente orgulloso, se puede escuchar: «Paremos un momento, las horas y los días y hablemos del amor una vez más…» ¿De qué hablaría Raphael una vez más y con quién si el tiempo se parase?
–Yo seguiría hablando con mi mujer. Tenemos muchas cosas de las que hablar todavía. Va hacer 50 años casi desde que empezamos a hablar y lo mejor de todo es que aún no se nos ha acabado la conversación.