Icíar Bollaín agita San Sebastián: el encuentro entre la viuda de Jáuregui y uno de los etarras que asesinó al político socialista
La directora presenta “Maixabel”, su nueva y emocionante película protagonizada por Blanca Portillo y Luis Tosar en donde Maixabel Lasa abraza el perdón y la reconciliación
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Cuando en la mañana del 29 de julio del año 2000 un matrimonio que se encontraba en la localidad vasca de Tolosa bajó al garaje para meterse en el coche, uno de los dos tuvo un presentimiento negro, espeso y lo suficientemente alarmante como para sentir la necesidad de pronunciarlo en voz alta: “He soñado que me matan”. Lo dijo el político socialista Juan María Jáuregui y apenas un par de horas más tarde del vaticinio dos balas impactaban violentamente contra su nuca mientras tomaba una cerveza con Jaime Otamendi, jefe de informativos de Euskal Telebista, en un bar de la zona.
Once años más tarde, con el dolor todavía vivo en las manos pero atemperado en la memoria de su viuda Maixabel Lasa, se produjo un encuentro solicitado por uno de los terroristas que perpetró el asesinato en el marco contextual del proyecto de reinserción conocido como la Vía Nanclares. Presos arrepentidos, asesinos penitentes, atribulados victimarios que manifestaron públicamente su renuncia a la organización y desecharon la violencia después de haberla practicado con execrable devoción.
Es en ese episodio de reparación y reflexión oscilante, compleja y tristísima entre los comportamientos y capacidades del ser humano para ejecutar la muerte y practicar el perdón en donde ha decidido Icíar Bollaín enfocar su cámara y apuntalar su objetivo precedida por la estela de trabajos recientemente exitosos como “Patria” o “La línea invisible”. “Maixabel”, el último trabajo de la cineasta presentado ayer en San Sebastián durante el transcurso de una segunda jornada cargada de sensaciones y protagonizado por una excelsa Blanca Portillo y un Luis Tosar rotundo y deslumbrante, compite por alzarse con la Concha de Oro de esta edición.
Sirviéndose de la sobriedad y la sencillez de un relato que no necesita artificios dramáticos ni pirotecnias técnicas para transmitir el duelo de lo que está narrando, la directora de “También la lluvia”, recrea el tiempo transcurrido desde la muerte de Jáuregui hasta el momento en el que Maixabel acepta ese encuentro y su posterior homenaje en el monolito del monte Burdinkurutzeta, espera paciente en una silla arbitrada por una psicóloga que actúa como intermediaria y mira finalmente a los ojos de la persona que le arrebató la vida a su compañero Juan Mari.
Prescindibles y dañinos
Asegura Portillo en entrevista con este diario que Maixabel, con quien se ha reunido para preparar el papel y gracias a la cual no ha dejado de incorporar aprendizajes, no suele utilizar nunca el término perdón. “Es curioso. Ella habla de segundas oportunidades y cree, para empezar, en la reinserción una vez has cumplido condena. En el caso particular de lo que ocurrió en su vida, que es algo inconcebible a la hora de perdonar ni aceptar nunca, lo realmente increíble es que cree en la reincorporación de la gente una vez que ha construido su proceso de arrepentimiento, de asumir el daño causado y de decidir no volver a repetir algo así. Cree en eso”, señala.
“Estar con Maixabel me ha me ha cambiado el punto de vista sobre las segundas oportunidades. Yo hay veces que le he negado una segunda oportunidad a mucha gente por una nimiedad y sin embargo ella es capaz de hacerlo con alguien que le ha causado el mayor daño, el más grande que se le puede hacer a alguien. Esto lo dice Luis muchas veces, si hubiera 20 o 30 personas como Maixabel el mundo funcionaría mucho mejor”, añade.
Por su parte Luis Tosar, que se mete de una forma sobrecogedora en la piel del criminal, pone en valor la actuación de Lasa: “Seguramente en muchas ocasiones los partidos políticos hayan utilizado torticeramente el sufrimiento de las víctimas de ETA porque el conflicto y el terrorismo son algo muy rentable a nivel político y muy delicado. En este caso, Maixabel es un ejemplo de cómo yo creo que las cosas se deben hacer”. Y aprovecha para subrayar asimismo lo prescindibles y dañinos que resultan homenajes a etarras como Parot, previsto para el día de ayer, en el proceso de reconciliación: “A mí no me hace mucha gracia lo de los ongi etorri y sobre todo en el momento en el que estamos. Ahora presentamos una película que habla de un proceso de regeneración, reparación y diálogo y no sé si los ongi etorris sinceramente hacen un favor a esto”, apostilla. Pero mientras, en las calles, continúa el ruido.
El actor logra dotar a Ibon Etxezarreta de una quebradiza oscuridad que busca de manera desesperada encontrar resquicios de luz en la redención y cuando les preguntamos a ambos por su recuerdo generacional de esos años de plomo en los que la banda terrorista no concedió apenas un minuto de tregua, el poder de la imagen, como reflejo fiable del tiempo y de todo lo que existe porque puede verse, cobra protagonismo. “En buena parte recuerdo la época más dura de ETA con una infancia plagada de imágenes. No había filtro para los niños. Mis hijos por ejemplo ahora no ven nada que se acerque mínimamente a las cosas que nosotros hemos visto por televisión cuando éramos pequeños. Crecimos con imágenes aterradoras como el atentado de Hipercor o las secuencias de Irene Villa sin piernas que construyeron el imaginario de nuestra vida desde bien pequeños. Recuerdo muy especialmente el asesinato de Miguel Ángel Blanco que supuso un antes y un después. De hecho le pregunté a Ibon por ello y me decía que lo recuerda como el detonante de un cambio radical e incluso mucha gente dentro de la organización empezó a disentir y a preguntarse qué estaban haciendo”, apunta Tosar.
Mientras, Blanca indica haber sentido un pánico nada comparable al del Pueblo Vasco. “Te levantabas cada día con una noticia nueva de otra víctima más, de otra persona asesinada, abrías el periódico procurando no mirar con demasiado detalle y anticipándote al horror de las fotografías que ibas a ver dentro. Pero al venir aquí a Euskadi me doy cuenta de que en el fondo desde Madrid las cosas se vivían de diferente manera, más allá de que hubiera un atentado allí. Me doy cuenta de lo que supuso cada uno de los muertos, cada uno de ellos. Creo que aquí se vivió de una forma distinta, mucho más duramente, porque estaba en el aire, en el vecino de abajo, en tu familia, en todas partes”.
El áspero y agudo guion de Isa Campo sustenta la potencia narrativa de una historia por la que Icíar Bollaín reconoce haber sentido fascinación desde el momento en el que el impacto de estas reuniones la interpeló indirectamente: “Cuando surgieron los encuentros y leí sobre ello me parecieron un ejercicio muy desestabilizador emocionalmente. Que una víctima sea capaz de sentarse delante de la persona que más daño le ha hecho y que por otra parte esa persona haya hecho un camino desde estar en un comando y asesinar a unas personas, a sentarse delante de sus víctimas a decirle lo que hice estuvo mal, es una atrocidad y lo siento… Ese recorrido de cómo es posible que dos personas tan lejanas sean capaces de sentarse, de hablarse, de escucharse y de ponerse en el lugar del otro me pareció que contenía lo peor del ser humano, que es la capacidad de arrebatarle la vida al otro y al mismo tiempo lo mejor, como es la capacidad ya no tanto de perdonar sino de dar una segunda oportunidad y de escuchar a una persona que te ha hecho ese daño”, explica reflexiva la cineasta en una de las habitaciones del Maria Cristina. Y agrega: “Maixabel hizo eso, pero también quiero añadir que nadie es mejor ni peor por llevarlo a cabo ni mucho menos. Ella actuó así porque ella concibe que espacio para las segundas oportunidades, pero fue una cosa voluntaria, individual y personal que nadie estaba ni está obligado a hacerlo. La idea de no querer hacerlo de hecho me parece lo más lógico”.
Otra de las motivaciones que empujaron a la cineasta a la puesta en marcha de este trabajo de reparación y reivindicación de la escucha que constituye “Maixabel”, fue el desconocimiento actual que de forma sorprendente manifiestan las generaciones más jóvenes. “Hay personas de 20 años que no saben ni lo que es ni lo que significó ETA y eso me parece terrorífico. Entiendo que también es una distancia inevitablemente generacional porque ETA dejó de matar hace 10 años y cuando ETA estaba viva, muchos de ellos tenían 7 u 8 años, en ese momento tú no enteras de la política nacional ni de lo que está ocurriendo a no ser que, por desgracia, lo vivas en casa. En los colegios debería saberse y darse a conocer, sobre todo porque lo que no conoces puede repetirse de muchas formas distintas. Por eso resulta importante pararse en el mensaje que intenta mostrar la película: la violencia es devastadora. No es un camino, no lleva a ningún lado, solo genera dolor. Si existe cualquier mitificación de la violencia debe desaparecer. Hay maneras democráticas de reivindicar lo que sea, el independentismo o cualquier otro planteamiento, pero la vía de la violencia no lleva a ningún lado y hay que recordarlo”, remata Bollaín.