Carlos Saura: “Me da miedo que pueda volver a repetirse la Guerra Civil”
El gran cineasta inaugura esta edición del certamen con un poético y artístico cortometraje sobre los horrores del conflicto
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Intentar acotar en apenas unos párrafos la policromía artística de Carlos Saura resulta prácticamente imposible. Pese a que ha dedicado gran parte de su obra y de su tiempo al cultivo del cine y la fotografía, el ganador de trece premios Goya en los noventa por “¡Ay, Carmela!” y tres veces nominado al Oscar, no parece tener limitaciones en el campo de la creación ni en el desagradecido escenario del tiempo. No metió los pies en terreno musical por expreso deseo de su madre, que quería que sus hijos disfrutaran de la vida todo lo que ella, pianista, no había podido por sacrificios consecutivos en aras de la profesión, pero si por él fuese metería el cuerpo entero en todas las disciplinas creativas del mundo. Tras décadas de trabajo y a punto de cumplir 90 años, cifra que merece pronunciarse con entonación casi reverencial, el cineasta de renombre internacional tiene ya poco que demostrar pero todavía mucho que ofrecer.
Mientras se prepara para el estreno de un nuevo largometraje con el que refuerza un idilio aún vigente con los musicales y que cuenta de nuevo en la dirección de fotografía con Vittorio Storaro (recordemos las cuatro décadas que han pasado desde “Bodas de sangre” junto a Antonio Gades a partir del cual el director ha seguido transitado, por el flamenco, las sevillanas, el tango o los fados), desciende momentáneamente de su atril de inventor de los lenguajes audiovisuales hasta el suelo donostiarra para inaugurar San Sebastián con un corto fuera de concurso plagado de metáforas visuales y fotos intervenidas y manipuladas sobre los miedos atávicos, las muertes y la sangre derramada durante de la Guerra Civil.
Dulcemente educados
En “Rosa Rosae. La Guerra Civil”, proyecto producido por su hija Anna y orquestado conjuntamente gracias a una estrecha dinámica de trabajo, el director de “Cría cuervos” propone un efímero viaje por las imágenes del conflicto fratricida que se muestran en esta ocasión amplificado por la poderosa letra de la canción de Labordeta que da nombre al filme y tamizado por la inocente mirada de un niño. “Dulcemente educados” -como reza la canción del aragonés- y en armoniosa sintonía familiar, Saura y su hija reciben a la Prensa en una de las habitaciones del Hotel María Cristina durante una tarde de celebraciones arropada por un inusitado calor para hablar de las memorias colectivas, las propias y las ajenas y de la importancia de reconciliarnos con la justicia democrática evitando repeticiones de episodios violentos nada deseables.
“La educación que recibí durante y después de la guerra fue la misma que la narrada en la canción, en esos colegios de curas con los pupitres en fila. Todo eso lo he vivido y por eso no me ha costado mucho trabajo hacer la reconstrucción. Es una canción muy expresiva, una preciosidad, sin ella no existiría este corto. Siempre me ha gustado Labordeta, siempre”, ensalza el director antes de referirse a su infancia: “Recuerdo fatal mi niñez. Es una especie de dualidad. Por un lado evoco aquella época como una cosa tremenda llena de bombardeos angustiosos. Te podían explotar encima los cristales pese a que estaban protegidos con cintas de colores y en muchas de mis películas he recurrido a ese recuerdo nubloso, como cuando estalló un colegio en Barcelona en el que yo estaba y los niños estaban medio muertos, con los cristales clavados. Por otra parte, era una especie de espectáculo terrible de muerte y destrucción del que tú pensabas que no ibas a salir perjudicado”, confiesa.
Todas las imágenes seleccionadas para el montaje encuentran en la ausencia de color su denominador común. Tal y como explica Anna, el proceso parte de imágenes en blanco y negro: “La base creativa de este corto nace de una técnica que él utiliza. Mi padre es fotógrafo y tiene un archivo realmente inmenso. Trabaja mucho con canciones que le gustan y hace montajes con fotos tanto para sus proyectos para cine como para los del teatro. Al principio vi lo que estaba haciendo en casa y me pareció súper potente. Todo era con fotos de la posguerra, porque en la década de los 60 recorrió toda España -había imágenes de Sanabria, Andalucía, Aragón...-. A partir de ahí empezamos a trabajar sobre la idea de incluir fotografías pintadas con ceras, con acuarelas, con acrílicos porque vimos que funcionaba muy bien. Tanto es así que muchas de las que aparecen están hechas ad hoc. Algunas de las piezas son directamente dibujos cuya inspiración procede de sus vivencias, de su memoria”.
La cruenta historia del enfrentamiento revive ya no solo en las fotografías intervenidas con tinta que componen el corto y bailan al compás de esas “tardes de pavor, conteniendo la risa, el grito y el amor”, sino también dentro de la memoria en perpetua lucidez de Saura, que aprovecha para recalcar el componente de actualidad que todavía hoy siguen impregnando los debates, reflexiones y señalamientos sobre el conflicto y describe -para pesar de Camuñas- la realidad de lo que ocurrió: “Parece que la Guerra Civil se quiere olvidar pero no se puede hacer tan fácilmente, porque todavía quedan rescoldos. Continuamente están hablando en el Congreso sobre ella y eso significa que desgraciadamente sigue presente. Lo que me da más miedo es que eso se pueda volver a repetir. Que vuelva a haber un enfrentamiento entre grupos que no se pueden entender como lo que pasó en el año 36, que hubo un levantamiento militar contra el Gobierno de la República. Y puede volver a suceder porque todavía quedan heridas, pero espero que no”.
“La conclusión -prosigue- es que el hombre nunca aprende y la violencia sigue vigente. Desde los tiempos prehistóricos hasta el momento actual. Parece mentira que no aprendamos. Además generalmente los que han perdido la guerra, son los que han ganado en muchos casos y en la española concretamente esto está clarísimo. Los intelectuales que volvieron lo hicieron porque se tuvieron que marchar: Buñuel, José Bergamín, Machado o Falla por ejemplo, aunque fuese un católico recalcitrante. Las guerras civiles son horrorosas porque se producen entre hermanos. Si yo pienso de una manera y tú piensas de otra te mato. Es un disparate. El hombre dicen que es un animal racional y sin embargo no hay nada más irracional que una guerra. Nos comportamos como animales”, aduce.
Advierte asimismo el maestro que sin su hija, cuya mirada cómplice y explicaciones protectoras planean durante gran parte de la conversación, la realización el corto no hubiera sido posible. “Empecé haciéndolo como una cosa personal y nunca pensé que pudiera tener otra trayectoria hasta que Ana fue capaz de ver una proyección diferente”, admite. Antes de que le avisen irónicamente de que es la hora de la siesta comenta que su única frustración es que no sabe solfeo y que ya no lucha, que simplemente espera a que le contraten. Y entonces remite a un tiempo en el que productores como Elías Querejeta, Emiliano Piedra o Andrés Vicente Gómez eran “jugadores de póker fuertes que se arriesgaban” y una se lamenta infinitamente de tener que levantarse de la silla y despedirse.