“Las leyes de la frontera”: Daniel Monzón se pone quinqui en la España de la Transición
El director de “Celda 211″ y “El niño” vuelve con “Las leyes de la frontera”, basada en el libro homónimo de Javier Cercas y que se acerca a la España quinqui de la Transición
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Cuenta Daniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968) que aunque su ambiente fuera el de la clase media desarrollista, no vivía lejos de los descampados en los que familias de cabezas desempleadas y adolescentes perdidos daban vueltas en busca de un «pico» de heroína que les hiciera olvidar su realidad. «No es solo que a mí me apasionara el cine de Eloy de la Iglesia o el de José Antonio de la Loma, que también, es que yo me cruzaba día a día con esos quinquis y alguna vez me atracaron», confiesa entre risas el director sobre la inspiración artística para su nueva película. «Las leyes de la frontera», que se estrena hoy después de pasar por la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, es la adaptación que el responsable de «Celda 211» o «El niño» ha hecho de la novela homónima de Javier Cercas sobre una banda de macarras, “tolais” y “chatis” en plena España de 1978, la de la Transición.
«En cierto sentido, yo soy un poco como el Gafitas de mi película», explica el cineasta sobre su protagonista, interpretado por Marcos Ruiz, un joven ajeno al ambiente pandillero que por amor acaba cruzando esa frontera, metafórica y geográfica, que explora la película: «Ese cine de los setenta y los ochenta era uno de los grandes atractivos, pero en mi acercamiento no tenía sentido irme hacia lo mimético o lo manierista porque una de las mayores fuerzas de aquellas películas es que estaban interpretadas por los propios quinquis. El acercamiento tenía que ser desde el punto de vista de los protagonistas en la época más pasional de su vida y agarrarme a esa experiencia y viveza y hacer una especie de estilización de dicho universo. Un “me acuerdo de”. Es decir, Gafitas se acuerda de ello y yo también como cineasta y como director. Y eso me permitía una estilización formal», añade con vehemencia.
Determinismo cañí
En el filme de Monzón, donde completan el trío –a veces erótico y a veces delictivo– Begoña Vargas y un sobresaliente Chechu Salgado, hay también un acercamiento a la España de la época desde la nostalgia, pero no desde la idealización: «No nos engañemos. Del mismo modo que toda la ropa y el arte de la película son de una época, la verdad de ese tiempo también lo es. Y no la puedes traicionar. Los quinquis eran chavales sin esperanzas. En el 78, ellos veían la fiesta de la democracia y la esperanza desde la barrera. La cara A del LP de la democracia era ‘’Libertad, libertad, sin ira, libertad’' y ellos estaban en la cara oculta, quizá preguntándose: ¿y por qué nosotros nos morimos de asco? Respondían a una sensación de injusticia. Vivían deprisa y morían deprisa. Y cuando tú estás contando una historia de esa época has de reflejarlo», se sincera antes de rematar: «De hecho, el nombre, el de “Las leyes de la frontera”, no deja de apelar también a que esas películas de macarras son nuestro “western” ibérico. Hay un aroma que habla de esa injusticia que determina tu destino según tu cuna. El lado de la frontera en el que has nacido determina tu suerte en ese juego. Si has nacido en un lado o en otro, sabes tu destino. El determinismo social era fuerte en la España de entonces y creo que sigue siendo fuerte ahora».
La frontera del virus
La misma pandemia que, ahora ya definitivamente, parece haberse olvidado en unos cines con aforo completo, estuvo a punto de dar al traste con el rodaje de “Las leyes de la frontera”: Estábamos en preproducción y dispuestos a rodar en mayo de 2020. Por supuesto, no pudo ser. Yo quería esa luz de verano y así estaba planteado. Nos fuimos a casa con el trabajo muy avanzado, fue una pena pero no había otra”, explica Monzón, que se convirtió casi en un entrenador y “coach” de su equipo durante el confinamiento: “Lo que siempre he tenido claro es que hay que hacer es de la necesidad, virtud. Como director, tienes que tener el espíritu de los colaboradores bien en alto. ¿Cómo se le puede sacar partido, por así decirlo, a algo que es tan angustioso, tan incierto? Era inviable rodar con los protocolos que iban llegando. Más en una película como la nuestra, que iba sobre gente encerrada en coches, pasándose cigarros y demás. Tuve miedo que de que no se pudiera hacer la película, pero lo oculté al resto del equipo”, confiesa.
Y sigue, sobre ese limbo en el que entró el filme con toda la industria paralizada: “De lo que tuve más miedo era de no poder contar con el suficiente tiempo para sumergir a los actores en la España del 78, pero luego vi una gran oportunidad. Primero para emocionarles y luego para ponerles deberes. Hacíamos reuniones de Zoom para que la banda se fuera conociendo y pudieran encontrar esa sensación de camaradería, finalmente, en la pantalla. Y al final se fue generando. Y les dije que se dejaran el pelo largo, claro. Tenían que ver en cada espejo a su personaje. E irse haciendo con él, por ejemplo, con glosario quinqui como “peluco”, “chorba”, “tolai” y unas 200 o 300 palabras que reuní para que se fueran mentalizando”, añade. Dispuesto a batirse en «duelo» con todo un Almodóvar y la Palma de Oro, Daniel Monzón se despide diciendo que, para él, eso es «motivo de orgullo» y, armado con una banda sonora que recorre el camino mítico entre Los Chunguitos y C. Tangana, parece que no tiene nada que temer a los gigantes en una semana de cartelera, irónicamente, como las de antes.