Ángela Vallvey: «El progreso llegará cuando se vaya el lastre ideológico»
En «Ateísmo ideológico», apuesta por recuperar la política de los afanes totalitarios y evangelizadores y denuncia hasta qué punto las ideologías se convierten en objetos de culto
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Vallvey, novelista, ensayista y poeta, publica «Ateísmo ideológico» (Arzalia), donde apuesta por recuperar la política de los afanes totalitarios y evangelizadores y denuncia hasta qué punto las ideologías operan como objetos de culto. Cuando las certezas aniquilan el escepticismo y las dudas el debate empírico resulta impracticable. Vallvey sigue las huellas de George Orwell y planta cara a unas ideologías que ocuparon los espacios de la fe. Como Matt Ridley o Richard Dawkins, plantea la hipótesis de gobernar a partir de decisiones basadas en el conocimiento científico y la indagación desprejuiciada.
¿Podría definirme el ateísmo ideológico?
Es una propuesta rupturista. Cuando dejas de ser un creyente, políticamente hablando, cuando tus creencias no guían tu comportamiento, te liberas. No te puedes liberar de tu situación como ciudadano con obligaciones ante el Estado, pero sí puedes romper las cadenas que te atan ideológicamente a un partido político. Mucha gente hoy vendería a su primogénito antes de cambiar su voto. Vamos detrás del ideal. Votamos según el ideal con la fe y entregamos nuestras vidas. Entramos en la cárcel de la ideología. Por eso reivindico el ateísmo ideológico a la hora de depositar el voto. La ideología es algo íntimo, que no se puede desarraigar. Yo no pretendo que la gente de desideologice, pero sí dejar esas creencias ideológicas para el ámbito privado.
Al igual que las viejas religiones, los nuevos sacerdotes también quieren convertirnos.
El proselitismo daña a los ciudadanos. Te conduce a la discordia, al odio, a pelearte con tus amigos, con tus familiares, a estar siempre en tensión, radicalizado contra los que no opinan como tú, cuando debería de ser normal que los otros no piensen igual que tú, pero ahora hay dos grandes facciones, dos bandos, y tienes que elegir. Ambos te llevan al frente, a luchar. Al frente incluso íntimo, de la vida personal, algo que yo conceptúo como un atraso. No tolero que mi vida se rija por esos principios. Por eso me declaro ideológicamente atea.
Hoy las trincheras recorren todos los frentes y con rupturas de grupos de amigos...
Estas cosas tampoco salen gratis en lo profesional y económico. El proceso catalán, por ejemplo, ha conducido a rupturas y quiebras profesionales. No solo a la salida de empresas, sino al empobrecimiento de los ciudadanos, pérdidas de clientes, de relaciones profesionales y también emocionales. Y uno se pregunta qué gana el creyente en todo esto. Gana la casta sacerdotal, bien, igual que ganaba con la religión, ¿pero los ciudadanos?
En el libro habla de teocracias ideológicas.
Aunque siempre han existido las facciones, incluso en el Antiguo Régimen, la Revolución Francesa crea un nuevo orden. Sustituye a la religión por la ideología. Pero las semejanzas son grandes y los sacerdotes, ahora políticos, siguen marcando el rumbo de la vida.
También aborda la necesidad de fomentar el pensamiento aideológico, que no es lo mismo que apolítico.
Los asuntos del Estado no pueden afrontarse con sectarismo ideológico. A mí me da igual que gobierne un partido u otro mientras no aproveche la ideología como un elemento sustancial de discriminación, llevando mi cuerpo y mi vida por caminos por los que no quiero transitar. Los partidos políticos deberían de ser equipos, diseñados para propiciar una mejor gestión y para que la sociedad sea más justa e igualitaria, pero sin clientelismos, sin sectarismos. No puede ser que votemos por la fachada ideológica, pura coartada para los desmanes y arbitrariedades del poder. Cuando la Iglesia dejó de gobernar lo terrenal, Europa dió un salto increíble, soltó lastre, y estoy convencida de que cuando seamos capaces de liberarnos del lastre ideológico también progresaremos. Dejaremos de estar constreñidos por las etiquetas de «facha» o «progre».
¿La ideología fomenta la ineficacia administrativa?
Por ideología eliges a tus afines, e incluso los colocas en el poder, das dinero a tus amigos y formas una clientela. Un clientelismo, por cierto, que no es distinto del que hubo en España en el siglo XIX. Finalmente pones trabas al progreso y generas una cadena de ruina sin fin. A pesar de lo que sostienen muchos ensayistas, lejos de tomar la senda de la desideologización, los ciudadanos de las democracias occidentales somos más creyentes que nunca.
En 2016, la psicóloga cognitiva Susan Pinker explicaba que «todavía parece una idea radical contemplar la ciencia y considerar seriamente qué parece funcionar y qué no y tratar de aplicarlo». Hablaba de la escuela, pero, ¿vale para otros ámbitos?
Lo hemos visto también con la pandemia, que ha sido gestionada con criterios ideológicos, no científicos, no racionales, generando dolor y ruina. Igual que con la educación, colonizada por ideologías que marcan sus objetivos sin importar en absoluto si destrozan vidas o cercenan el progreso humano. En el caso de España, ha supuesto una ruina económica como no veíamos desde la Guerra Civil, pero no hubo ningún intento de gestionarlo con criterios de racionalidad. Primó lo ideológico hasta el punto que había hospitales de izquierda y derecha, olvidando que lo principal era salvar las vidas y las economías. El mundo ha seguido el modelo chino, perdón, el modelo ensayado por el partido comunista chino, confundiendo las medidas más represivas con las más preocupadas con el bienestar de los ciudadanos.
En España la polarización es creciente y los más ideologizados controlan el tablero. No solo eso, sino que, como usted advierte, hemos normalizado que penetren las instituciones los más radicalizados, muchas veces los defensores de la violencia.
El terrorismo es algo propio de los años sesenta. El crimen era visto por algunos como algo necesario. Ahora los ex terroristas, desde las Farc a los etarras, han saltado a las instituciones porque la mentalidad ha cambiado y es mucho más fácil y productivo conseguir sus objetivos políticos, antiliberales, sin necesidad de tomar las armas, con lo que el entorno de ETA tiene ahora muchísimo más poder que nunca. Por lo demás, lo del nacionalismo en España es algo absolutamente anómalo. No hay otro Estado nación que acoja varios nacionalismos dispuestos a destruirlo, como sucede en España.
¿Será posible que avancemos hacia la centralidad?
En España el enfrentamiento, la rabia, es lo que moviliza, la radicalización, el odio. Una gran coalición como la alemana aquí sería un experimento inédito.
- «Ateísmo ideológico» (Arzalia), de Ángela Vallvey, 320 páginas, 19,95 euros.