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El gran juego de Corea del Sur: ¿por qué es la mayor influencia cultural?

«El juego del calamar» es solo la cresta de la tercera ola en la imparable invasión coreana y que, ahora, en alas de Netflix, se ha convertido en la serie definitoria de la cultura del siglo XXI. ¿Pero qué nos da ese país que nos gusta tanto?

Cho Sang-woo en un intento de suicidio en la bañera
Cho Sang-woo en un intento de suicidio en la bañeracap

Nadie duda de que «El juego del calamar» es una buena serie, pero, ¿es tan especial como para haberse convertido en el nuevo fenómeno sociológico mediático, más allá y más acá de las ficciones de moda desde «Juego de tronos»? Para los que somos zorros viejos en esto de seguir el cine, las series y la cultura popular y audiovisual que viene no solo de Corea del Sur, sino de Extremo Oriente en general, es una muestra más del estilo brutal, implacable y eficaz del que llevan ya mucho tiempo haciendo gala cineastas coreanos como Bong Joon-ho, Park Chan-wook, Kim Ji-woon o Yeong Sang-ho, por citar a los más conocidos y reconocidos, pero también otros japoneses y chinos.

De hecho, el esquema de «juego mortal» que vertebra la acción no es únicamente un modelo que puede rastrearse en clásicos de la ciencia ficción distópica como las originales «La carrera de la muerte del año 2000» (1975) o «Rollerball» (1975), e incluso en la seminal «El malvado Zaroff» (1932), basada en el relato «El juego más peligroso», de Connell, que lo empezó todo, sino que tiene también un puñado de precedentes japoneses de inmensa popularidad en el nuevo milenio, como las dos entregas de «Battle Royale» (2000/2003); la saga «Kaiji: The Ultimate Gambler» (2009-2020), que ha conocido una versión china con «Animal World» (2018); la serie «Liar Game» (2007), con remake coreano; filmes como «As the Gods Will (2014), del indispensable Takashi Miike –una de las influencias más claras en «El juego del calamar»– o el coreano «A Million» (2009), de Cho Min-ho, casi todos basados en mangas (cómic japonés) o novelas juveniles.

Incluso poco antes del fenómeno «calamar» la propia Netflix dio salida a una estupenda serie nipona de premisa parecida: «Alice in Borderland», de la que habrá segunda temporada. ¿Por qué entonces «El juego del calamar» ha superado las barreras del mundo «freak» para conquistarlo todo?

La respuesta no está en el viento, sino en las redes. En la expansión digital y viral que ha venido a empujar como un tsunami la Nueva Ola Coreana que nos inunda. Aunque hay muchos factores (desde la violencia explícita y el humor negro hasta la carga de profundidad social de que hace gala la ficción, cosas que estamos cada vez menos acostumbrados a ver en series y películas occidentales, hasta que los protagonistas sean personajes adultos en lugar de adolescentes), existe un aspecto determinante que no conviene despreciar: la potencia de Netflix y el respaldo mutuo que la plataforma reina y la Ola Coreana llevan ya tiempo prodigándose, así como el aprovechamiento que Corea está haciendo de forma visionaria de internet, las redes sociales y el mundo virtual.

Mientras Japón se va quedando atrás en la carrera digital y China tiene que lidiar con la política conservadora y restrictiva de su gobierno, Corea del Sur ha apostado por los formatos web, la difusión a través de la red y los acuerdos con plataformas internacionales, con Netflix a la cabeza, desde finales de los años 90 y primeros 2000. Permitiendo el acceso gratuito a páginas de descarga de sus productos (películas, series, mangas o cómics, música y videoclips), la industria cultural coreana ha creado una base de «fans» por todo el mundo que ha ido creciendo de forma exponencial e imparable.

Cubriendo varios frentes aparentemente distintos y distantes pero finalmente concomitantes, su cultura pop se ha abierto paso triunfalmente primero por Asia, conquistando Japón, China, Tailandia, Vietnam y todo el Sudeste asiático hasta llegar a la India, después por Estados Unidos, gracias a su comunidad coreana, y, finalmente, por Europa, incluida España, donde abrió brecha con el K-Pop, arrasando entre los adolescentes gracias al primer fenómeno musical capaz de hacer frente al imperio del reguetón. A día de hoy, el Centro Cultural Coreano en Madrid celebra anualmente un concurso de K-Pop para grupos españoles que cultivan este estilo frenético, meloso e imparable, que consume grupos y estrellas juveniles en Corea como un auténtico Moloch hambriento de sacrificios.

Desde 1997, el gobierno de Corea del Sur no solo subió los aranceles a las importaciones culturales de Japón, contrarrestando así la invasión del manga y el J-Pop, sino que inició un modelo de apoyo económico e impositivo a las producciones nacionales que no ha menguado. Hábilmente, ha prestado su respaldo tanto a los cineastas autorales que conquistaban los festivales de cine prestigiosos, como Hong Sang-soo o Kim Ki-duk, como también y al tiempo a los productos comerciales, convirtiendo, por ejemplo, su primera superproducción, el espectacular filme de acción «Shiri (1999)», en un éxito de taquilla en su país superior a «Titanic», estrenándola internacionalmente. La «primera ola» del «hallyu», como ha sido bautizada en Asia la Ola Coreana, había empezado. Hoy, tras pasar por el «hallyu» 2.0 entre 2007 y mediados de la década pasada, el arrollador triunfo de «El juego del calamar» viene a confirmar que el 3.0 está inundando Occidente.

Paralelamente a los beneplácitos que conseguía el cine de autor coreano, los festivales especializados, con Sitges a la cabeza, nos descubrían año tras año su floreciente cinematografía de género fantástico, policíaco, de acción, horror y neo-noir. Películas hiperviolentas a la par que esteticistas, inteligentes y emotivas, crueles y divertidas, donde el humor negro y la crítica social, con un ojo puesto en el capitalismo salvaje de su país, van de la mano de la imaginación, el suspense y los efectos espectaculares.

Primero fueron «Memories of Murder» de Bong Joon-ho y «Oldboy» de Park Chan-wook (ambas de 2003), seguidas por títulos como «The Good, The Bad and The Weird» (2008) y «I Saw the Devil» (2010) de Kim Jee-woon o «Train to Busan» (2016) de Yeong Sang-ho. Y menos de dos décadas después el «degenerado» cine de género surcoreano ha desbancado a sus auteurs y conquistado festivales como Cannes, Berlín o Venecia, hasta llegar al Oscar para «Parásitos» (2019) de Bong Joon-ho. Un filme que veinte años antes habría ganado en la sección Orient Express de Sitges o inaugurado la Semana de Terror de San Sebastián, era ahora el Oscar a la Mejor película de habla no inglesa y uno de los mayores taquillazos mundiales. Hoy, el Festival Internacional de Cine de Busan es cita obligada para todos los programadores y críticos que quieran estar a la última.

Corea ha sido siempre un país acosado, en constante peligro de ser invadido. Lo fue por Japón, bajo cuyo yugo vivió décadas. La Guerra de Corea y la traumática división del país, atrapado entre la China comunista y Estados Unidos, siguen siendo problemas sin resolver. Por ello, los coreanos parecen haber desarrollado una profunda capacidad para expandirse pacífica y sutilmente. Por medio de la cultura, ganándose las almas de los jóvenes de Oriente y Occidente.

¿Cuál es su secreto? Hay muchos. Pero el principal es la vitalidad. La energía. Sus series, con el «Calamar» a la cabeza; su cine, con maestros como Bong Joon-ho o Park Chan-wook; sus cómics, que se hacen virales gracias al sistema Webtoon (publicaciones online «editadas» para ser consumidas desde dispositivos móviles, vía apps); su K-Pop, del que nadie habla ni escribe en nuestro país pero es portada del «Rolling Stone» americano… Son fenómenos vibrantes, juveniles, políticamente incorrectos a menudo, violentos, sexys, ambiguos moralmente, salvajes, es decir: tienen lo que hay que tener. Lo que Occidente y, sobre todo, Europa, ha perdido y sigue perdiendo a chorros. Aunque una vez lo tuvo, como bien saben los directores coreanos que homenajean al spaghetti western o el giallo. Pero desengañémonos: los jóvenes europeos con ambición artística hoy dibujan manga, aprenden chino, cantan y bailan K-Pop y flipan, como sus padres, con «El juego del calamar». Un juego en el que hemos perdido la partida.

«RUMBO AL INFIERNO», EL NUEVO BOMBAZO DEL PAÍS ASIÁTICO

Los rumores dicen que el año próximo Netflix invertirá en Corea del Sur la friolera de quinientos millones de dólares. De momento, la plataforma está repleta de K-Drama: «Vincenzo» (gánsteres y cinefilia), «Kingdom» (Historia, wuxia y zombis), «Strong Girl Bong-soon» (comedia juvenil y superhéroes), «Witch at Court» (thriller legal), «Mi nombre» (neo-noir), y pronto lo que se espera sea un nuevo fenómeno: «Rumbo al infierno» (Hellbound), dirigida por Yeong Sang-ho y basada en un Webtoon de ángeles, demonios y violenta fantasía urbana.