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Tania Bruguera, un Premio Velázquez contra el castrismo

Es la primera artista cubana en ganar este galardón y es una activista contra el régimen de Cuba
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En toda la historia del Premio Velázquez este nunca había recaído sobre un artista cubano. Uno de los países artísticamente más prolíficos del panorama internacional no había tenido todavía el reconocimiento del principal galardón de las artes visuales españolas y latinoamericanas. Y por fin llegó. Y recayó en la persona más indicada: Tania Bruguera (La Habana, 1968). En uno de los momentos de mayor represión por parte del régimen cubano contra los artistas, el Velázquez reconoce la labor de una creadora que, durante los últimos años, ha sido perseguida, acosada, encarcelada y privada de pasaporte por el castrismo. Cuando las llamas del Movimiento San Isidro no se han apagado y las detenciones ilegales de artistas se siguen produciendo en la isla, la voz de Bruguera se alza con más fuerza y valentía que nunca poniendo en jaque a unas autoridades, que no han conseguido acallar sus continuadas y perseverantes denuncias. La artista –que reconoce sentirse «muy feliz»– afirma que «es un reconocimiento a toda la obra de los artistas independientes que luchan por la libertad en este país. Este galardón es para todos los movimientos de artistas que están haciendo su trabajo en situaciones difíciles. Yo misma he estado diez meses bajo arresto domiciliario y el Gobierno de Cuba ha interceptado a artistas para que no tengan posibilidad de exhibir su obra ni ningún tipo de reconocimiento internacional». Toda la trayectoria artística de Bruguera constituye, pues, un intento de pasar del «contenido político» a la «acción política». Su diagnóstico de la situación política cubana es la de un país atrapado aciagamente en el sentimiento de que cualquier cambio deseado es imposible. Y, rebelándose contra este destino fatídico, ella aspira a demostrar que tales transformaciones son factibles: «Quiero ir desde el pedir al hacer». Para ello, urge repensar para qué sirve el arte y orientar sus acciones a la transformación de la audiencia en ciudadanos activos.
Este replanteamiento del hecho artístico ha sido llevado a cabo a partir de dos ejes de trabajo en los que la reflexión y la praxis se entreveran plenamente hasta confundirse y generar así un lúcido y eficaz pragmatismo discursivo: 1) el denominado «arte de conducta» –en el que el artista actúa como «iniciador» de un proceso sobre cuyo resultado no tiene control, y que es implementado en sus sucesivas fases por una «colectividad activa» que lo hace suyo; y 2) la noción de «arte útil», la cual sugiere la utilización comunitaria de la acción artística como una herramienta para la transformación social. Para que una acción artística pueda resultar efectiva, debe integrarse en otros campos de conocimiento y, por tanto, desdibujar sus límites. Es éste el motivo por el que Bruguera se ha llegado a cuestionar si su trabajo puede ser etiquetado como «artístico»: «Ya no hablo sobre él en términos de arte, sino como casos de estudio, ya que se tratan de experimentos sociales, pruebas sociales que, como en un laboratorio, están operando en un entorno casi controlado y en una pequeña escala». Sea como fuere, Tania Bruguera lo tiene claro: «El arte debe estar cerca de las personas. Y la performance –de la que ella es una de sus grandes exponentes– ha permitido que muchas puedan acceder al arte».