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Ana Carrasco-Conde: «Todas las explicaciones acaban justificando el mal»

Publica «Decir el mal», un ensayo que explica por qué somos malvados y por qué el hombre no quiere ver o reconocer cuándo somos injustos con los demás

1968: Un oficial de policía ejecuta a un presunto miembro del Viet Cong.
1968: Un oficial de policía ejecuta a un presunto miembro del Viet Cong.Eddie Adams.

Ana Carrasco-Conde, profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, publica «Decir el Mal. La destrucción del nosotros» (Galaxia Gutemberg). Es este ensayo una más que oportuna reflexión sobre el Mal en el que su autora nos invita a comprenderlo de manera desprejuiciada pero sensible y atenta. Lo que no significa justificarlo.

¿Por qué le interesa reflexionar sobre el mal?

Porque nos afecta a cada uno de nosotros. Todos alguna vez no hemos entendido cómo algunas personas pueden generar tanto daño. Todos hemos hecho daño innecesariamente, aunque no hayamos sido conscientes. Porque existe el horror, pero también existe la amabilidad. Estudio el mal porque creo en el bien, y para poder cambiar las cosas hay que saber qué sucede en el mal.

¿Qué aplicación real tiene esa reflexión?

Toda reflexión está incompleta si no tiene efectos en la realidad: debe ser palanca de cambio, no freno de mano que nos lleve al inmovilismo. Con el mal utilizamos muchas explicaciones: la enfermedad, la barbarie, lo irracional… pero todas ellas lo justifican, no lo explican. A veces, el mal se hace con razón y no hay que estar enfermo para causarlo. Hay que querer ser libre, lo que implica ser conscientes de lo que hacemos y por qué lo hacemos. Creo que la reflexión crítica en su máximo desarrollo es transformadora.

¿Es relativo el Mal?

Para nada, el mal nunca es relativo. Ahora bien, si niegas que hay un mal relativo parece que la alternativa es sostener que existe una «esencia del mal». En el primer caso el mal deja de ser tan malo, y en el segundo, dado que existe un «mal» independiente de la situación, poco podemos hacer. Frente a esto mi propuesta es entender el mal como una dinámica entre dos o más seres vivos que causan un perjuicio voluntario o involuntario a una o a todas las partes cuando se vinculan de un modo asimétrico a través de un ejercicio de sometimiento que daña innecesariamente a alguien. Nadie está libre del mal, pero tampoco de la responsabilidad de ser consciente de cómo se relaciona con lo que le rodea.

¿Con qué definición del Mal, de todas las que se han dado, te quedarías?

Uno de mis referentes es Schelling. Es el primero que afirma que el mal es «efectivo»: antes de él se pensaba que consistía en ser «defectivo». También Arendt, cuando habla de la importancia de reflexionar aquello que hacemos sin ampararnos en la justificación de la obediencia a una ley que causa un perjuicio grave. O Sade, pero el Sade a pesar del «sadismo»: el que sostiene que el verdadero mal es la destrucción de lo humano que acontece cuando el ser humano ejerce daño sin placer y con absoluta indiferencia. Por muy terrible que sea esta aproximación, en el fondo, es bastante certera.

Diferencias entre mal y maldad.

Identifico tres elementos: El daño. Entendido como el perjuicio que se padece, y que puede ser necesario o innecesario. El mal. Que puede ser consciente o inconsciente, que se centraría en la figura del agente que hace «daño». La razón, el deseo y la voluntad coinciden para la obtención de un fin, que tiene como efecto colateral ese daño sobre el otro. El objetivo no es el daño, sino el beneficio. En el mal involuntario no habría deseo ni conciencia de generar daño a un tercero. Sería el mal más cotidiano e imperceptible, el que causamos sin darnos cuenta, pero del que somos bien conscientes cuando lo sufrimos. Y la maldad. Que se relaciona con el movimiento por el cual se reflexiona sobre la acción, se es consciente de sus consecuencias y aún así se actúa para hacer daño.

Siempre vemos el Mal en los otros pero nos cuesta reconocerlo en nosotros mismos. ¿Estamos incapacitados para percibir nuestra propia maldad?

No diría que es incapacidad, sino falta de interés, comodidad, tendencia a culpar a otros. Hay que ser muy valiente para asumir que, cuando actuamos sin conciencia, causamos daños innecesariamente. Pero también para darnos cuenta de que las justificaciones que empleamos para encubrir nuestras malas acciones cuando son conscientes, no nos exoneran de ellas.

¿Hay algo sobre el Mal que te haya sorprendido?

Las víctimas (que entiendo como aquellos que reciben un daño, no como «almas bellas»), cuando se sienten más desgajados del mundo, recurren al recuerdo de los suyos, a canciones, a cuentos de infancia, a clásicos de la literatura. Esta idea me parece importante: a qué recurrimos cuando estamos sumidos en el dolor y tratamos de aferrarnos a la vida. Eso nos dice algo de lo que aportan las humanidades, las artes, la música. Nos permiten sentir lo humano en nosotros a través de lo humano que leemos en los demás, sentirnos parte de una comunidad de pertenencia con un sentido, con unos valores, con un significado. Y es eso lo que se adultera en las dinámicas del mal.

“DECIR EL MAL”: ACOSTUMBRADOS AL HORROR

★★★★★
Por David Hernández de la Fuente
En una de las más encendidas y apasionantes polémicas de la historia, siglos antes de que Leibniz enunciara sus puntos de vista sobre la teodicea y la justificación del mal en la creación de la providencia de Dios, los platónicos de época imperial romana tuvieron que lidiar con el creciente dualismo que consideraba a la materia, a nuestro mundo sensible, como sede del mal, tras la caída que lo separó del espíritu bueno y creador. La polémica de Plotino y los gnósticos no hacía más que atrincherar por vez primera en barricadas diferentes a los que intentaban desterrar el mal de su mirada y los que construyen su cosmovisión sobre él. Hoy el mal está tan presente como siempre, o acaso más que nunca. Y por eso son tan tempestivas las reflexiones del magnífico nuevo ensayo de la filósofa complutense Ana Carrasco, recién aparecido en Galaxia Gutenberg bajo el título de «Decir el mal. La destrucción del nosotros». Abu Ghraib, Guantánamo, los Gulag, los campos de exterminio nazi, la distopía asesina los jemeres rojos, y todo el mal que aún duele en nuestra retina a lo largo del maldito siglo XX y comienzo del no menos prometedor XXI, nos hace temer, con Carrasco, los males de la insensibilidad, del acostumbrarse al horror y resignarse a ver en el mal una característica inherente al ser humano. Pero no debemos adoptar una postura filosóficamente inane o caer en la indefensión ante la omnipresencia del mal y sus tratamientos comprensivos en textos filosóficos, literarios o religiosos. Como siempre, y así comienza el libro, todo empieza en la llanura de Troya. La noche infausta que luego evocará Eneas en Virgilio. El joven hijo de héroe griego, Neoptólemo, estrella a un pobre bebé troyano contra el suelo desde las murallas. Las cautivas de Sófocles, siempre las mujeres, clamarán ante el horror. Luego el libro nos conduce de forma sugerente por diversos derroteros. Platón, Plotino, Espinoza, Kant, Hannah Arendt. Prepárense para el viaje. Lo crudo, lo cruel, lo banal. Una filosofía filológica, helénica, germánica, etimológica. Decisión frente a necesidad. «Este no es un libro amable», advierte la autora en el incipit. Cuidado «voi che entrate». Un auténtica «katábasis» a las profundidades del mal.
▲ Lo mejor
La actualidad que tiene el tema hoy en día y reflexiones que hace sobre el mal
▼ Lo peor
Es un viaje filosófico que puede echar atrás a quienes crean que no están iniciados