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Arte

La última pasión del Barón Thyssen: la pintura americana

El Museo Thyssen inaugura una exposición de 140 obras procedentes de sus fondos y otras piezas de la familia y dibuja la evolución de la pintura de Estados Unidos desde el siglo XIX hasta el XX

Un hombre observa la obra "Cabinas Telefonicas", de Richard Estes (1967) que forma parte de la exposición "Arte Americano en la colección Thyssen
Un hombre observa la obra "Cabinas Telefonicas", de Richard Estes (1967) que forma parte de la exposición "Arte Americano en la colección ThyssenVICTOR LERENAEFE

El Barón Hans Heinrich Thyssen Bornemisza hizo el viaje inverso y el primer mito americano que le atrajo fue el del expresionismo y no la leyenda del Oeste tan aireada por la cinematografía fordiana y reafirmada con esa pintura paisajística de amplios horizontes y montañas rocosas que remitían a los tiempos más duros y menos ejemplarizantes de la conquista de Estados Unidos por parte de las Trece Colonias. En lugar de sentirse seducido por la idea del buen salvaje, el nativo de cultura arcaica, pero saber hondo que después los soldados azules empujaron a las reservas, lo que captó su interés fue el salvajismo del expresionismo y unos creadores que dieron la vuelta a la pintura y forjaron una percepción nueva de comprender las dimensiones del arte plástico. Esta debilidad inusitada en un hombre que traía a la espalda el bagaje de una estética profundamente europea no resultó anecdótica ni tampoco puntual. Se convirtió en la última pasión del Barón y, gracias a Barbara Novak, una de las mayores especialistas en este terreno, no solo comprendió mejor las iniciativas y propósitos que albergaban esos artistas, sino que llegó a entenderlos y asumirlos de una manera más profunda y real.

El Museo Thyssen Bornemisza, que ha dedicado al Barón un año de conmemoraciones, eventos y exhibiciones para celebrar el centenario de su nacimiento, ha decidido cerrar su homenaje con un colofón extraordinario: una exposición de 140 piezas que reúne los fondos de su colección y algunas piezas del ámbito familiar dedicados al arte americano, una de las eclosiones más fuertes de la pintura de la pasada centuria. «Desde joven empieza a interesarse por América debido a las novelas de Karl May. Tenía una carpeta que contenía los grabados de Karl Bodmer, que hizo un viaje etnográfico por esas tierra, retratando a los indígenas y reforzando la visión idealizada que tenían los europeos de esa tierra prometida y considerada por muchos repleta de oportunidades. Lo interesante es que cuando él empieza a coleccionar arte se inclina por Pollock y Toybe. Solo después, vuelve su mirada al siglo XIX y comienza a comprar naturalezas de ese periodo», explica Paloma Alarcos, jefa del Área de Pintura Moderna del Museo y comisaria de la exposición junto a Alba Campo Rosillos.

Ellas han querido imprimir un carácter distinto a estas telas, de anclajes tan distintos, que van desde el naturalismo y que después pasan por nombres de caracteres tan distintos como Roy Lichtenstein, James Rosenquist, Frank Stella, Lee Krasner o Patrick Henry Bruce. Han prescindido de la tentación del discurso cronológico, sencillo, pero también de limitadas experiencias, y han optado por un recorrido de más empaque y bravura para ofrecer una experiencia distinta. «Lo que hemos intentado es dar una perspectiva nueva a una mirada tradicional. Nos hemos inclinado por los contenidos y hemos preferido hacer una presentación más temática y transversal, uniendo arte del siglo XIX y XX, buscando las líneas principales que vertebran el arte americano».

Nuevas sensibilidades

No han sido tampoco ajenas a sensibilidades recientes y han releído esta colección con otros ojos para adaptarse a estos tiempos que tienen una visión diferente de lo que ha ocurrido en el pasado. «Por otro lado, nos hemos acogido a las nuevas corrientes historiográficas americanas. Aquí hay mucha presencia y de diversidad de culturas. Se ha incluido una visión de género, racial, que se ha incorporado de una manera natural. Nosotros tenemos una óptica sesgada de América y, como europeos, a veces no somos conscientes de lo importante que son estas preocupaciones nuevas. Pero ahora hay que dar presencia a las comunidades que antes no se contemplaban, como los afroamericanos, los inmigrantes europeos... todo esto se refleja en la exposición».

Paloma Alarcó comenta que «hemos querido cerrar este año con esta muestra porque la pintura americana fue la última pasión del Barón. Empezamos con una dedicada al expresionismo del arte alemán, que es un momento que marcó su propia personalidad, alejándose así de su padre. El arte americano fue su última pasión. No existe en Europa una colección dedicada a él desde el siglo XIX y que alcance también el XX. Por supuesto que hay museos en Estados Unidos, como el Whitney o el Metropolitan, pero también que allí mismo existen otras colecciones más pequeñas que les gustaría tener un fondo así».

El recorrido está jalonado por tres capítulos importantes: la naturaleza, la gente y las cosas. En este camino se ha pretendido subrayar algunos aspectos novedosos. No solo el hiperrealismo o la importancia del materialismo en la cultura americana. También se recapacita sobre otros aspectos singulares que habían pasado inadvertidos o que en su momento eran tangenciales y ahora han cobrado relevancia y son axiales en los discursos. En la pintura dedicada a la naturaleza, por ejemplo, se ha encontrado una preocupación común con este siglo XXI. Los artistas que cultivaron ese género ya advertían de que la expansión americana estaba deteriorando de manera evidente la naturaleza que habían encontrado los colonos al llegar al Nuevo Continente. «Eso explica, por ejemplo -explica Alarcó-, por qué hay muchos árboles caídos en los cuadros. Ya nos indicaban que nos estábamos cargando esas áreas. Ahora muchos historiadores están viendo estos cuadros como un precedente del interés por temas medioambientales».