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Historia

Los planes educativos del Gobierno resaltan la época de nuestro declive cultural

El Gobierno quiere reducir el estudio de la Historia en el Bachillerato a la de España, y a partir de 1812.

El hundimiento del USS Maine desató la guerra de Cuba entre Estados Unidos y España, que desataría la crisis de 1898
El hundimiento del USS Maine desató la guerra de Cuba entre Estados Unidos y España, que desataría la crisis de 1898La RazónLa Razón

El Gobierno quiere reducir el estudio de la Historia en el Bachillerato a la de España, y a partir de 1812. Me preocupa, pues ahonda en algunos graves defectos de la programación de la Historia en el Bachillerato. Mientras que se desaprovecha una ocasión para corregir el rumbo y poner proa a un mundo convertido en global. Quiero huir aquí de la crítica a la reforma por suponer una nueva reducción del bagaje humanístico en una etapa educativa que supone la preparación de nuestros adolescentes a su plena integración entre los adultos. Pero es verdad, se trata de una nueva reducción, a sumar a la de la Filosofía, la Literatura o la Cultura Clásica. Sin duda que otras voces, tanto o más autorizadas que la mía, incidirán en esta crítica.

No estará de más decir que la enseñanza de la Historia no estuvo siempre presente en los estudios propedéuticos de los jóvenes españoles ni europeos hasta el siglo XIX. Su presencia fue un fruto más de la Ilustración y la larga marcha de los principios democráticos. La Historia se afianzó como un instrumento ideal para formar en valores trasversales, que permitieran a los jóvenes tener conciencia de su identidad social y nacional. La Historia explica que una persona es el resultado de un devenir complejo y remoto, fraguado a lo largo de siglos, si no milenios; y, también, que los actuales derechos y deberes individuales no han sido dados por ninguna entidad al margen de la sociedad y de la Historia, como las Tablas de la Ley que entregó Dios a Moisés. Por eso,reducir el ámbito cronológico de su enseñanza –en este caso a los dos últimos siglos– es un grave atentado al propio sentido y razón de la enseñanza de la Historia, pues supone que algunos jóvenes puedan creer que lo que somos hoy es el fruto de unos concretos dictámenes de unas pocas personalidades o grupos políticos con nombre propio. El resto de las personas individuales y grupos políticos y culturales quedan así etiquetados de poco o nada determinantes de que los españoles actuales seamos como somos, cuando no de impedimentos para el progreso; desde los anónimos pintores de Altamira a los conquistadores y evangelizadores, u hombres de ciencias hispanos. Reduccionismo que coloca a la enseñanza de la Historia en instrumento para la manipulación partidista. Me resisto a creer que sea esto lo que pretendan las actuales autoridades ministeriales; pero, ¿y si lo fuera? La verdad es que me causa honda preocupación en este sentido la pretensión de algunos miembros de la mayoría gubernamental de que la Ley de Memoria democrática, ahora en trámite parlamentario, quiera señalar que nuestra presente Democracia nació de la acción del primer gobierno del PSOE en 1982.

Territorio menor

Sin duda, uno de los defectos de la enseñanza de la Historia, en nuestros institutos y universidades también, ha sido un exceso de localismo, de reducción de su interés al solo ámbito español, cuando no regional o incluso de alcance territorial menor. Es verdad que este defecto se ve atenuado en el caso de la Historia de la Edad Moderna por haber sido España, o, con mayor propiedad, la Corona de España, una potencia determinante de la historia europea y más aún, pues no dejó de protagonizar lo que se considera ya por muchos como la primera globalización. Pero los dos últimos siglos de la historia española no se han caracterizado precisamente por un protagonismo universal, ni siquiera europeo o mediterráneo, de nuestra nación y poderes públicos. En muchos aspectos la terrible frase «¡que inventen ellos!» ha parecido mover los hilos de nuestra historia contemporánea.

Indudablemente, ese ensimismamiento de nuestro país sin duda obedeció a múltiples razones, pero en el caso del estudio de la Historia refleja también bastante de nuestro declive cultural, de nuestra excesiva tendencia a los llamados modelos castizos; en definitiva, a un profundo «catetismo» de nuestras élites. De tal forma que, si no fuera cierto, en todas, aquello de que «fuera uno a baños y tuvo para contarlo cien años», sí que lo habría sido «que visitó la Exposición de París de 1878 y tuvo para contarlo hasta su muerte», o hasta sus tataranietos a juzgar por estas propuestas de los estudios históricos de los actuales gobernantes.

Evidentemente que estos horizontes «catetísimos» fueron siempre equivocados, y en nada ayudaron a los españoles a salir de un cierto rincón de la Historia en los últimos más de cien años. Pero es que ahora, en plena globalización, el analfabetismo de nuestros futuros bachilleres en todo lo referente a la cultura e historia de China, Japón, Rusia, la India, el Mundo árabe, Asia central o las emergentes África subsahariana y Oceanía supondrán una pesada piedra que no solo les lastrará en conocer mejor al mundo actual, sino también en su oportunidades de establecer negocio con las gentes de esas extensísimas áreas geográficas y humanas.

Como he dicho no quiero pensar que sean solo su «catetismo» o unos pecaminosos intereses manipuladores lo que estén guiando a nuestras autoridades ministeriales en este nuevo diseño de la enseñanza de la Historia. Pero la verdad es que su alternativa me da casi tanto pavor, pues no sería otra que su supina ignorancia en su definición por el grande Bianchi Bandinelli, director que fue del Instituto Gramsci en Italia: «Ignorar que ignoran».