James Joyce, breve pero igual de grande
Un volumen reúne la prosa breve del escritor, que incluye relatos, novelas cortas, cuadernos de apuntes, cuentos infantiles y, por primera vez, sus célebres «Epifanías»
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Lo que sucede con los tópicos es que no siempre concuerdan con la imagen real y en ocasiones presentan el desconcertante desacuerdo que existe entre un hombre y su sombra. Diego Garrido es la confirmación de que cada generación necesita su propio James Joyce y, espoleado por esa idea, ha traducido de nuevo, para celebrar este centenario del escritor, su obra corta, que, lejos de ser menor, rebosa la misma y desbordante calidad que sus testimonios mayores. Es un volumen que reúne títulos conocidos por la mayoría, como «Dublineses» y «Retrato de un artista adolescente», pero que también recoge cuentos infantiles, borradores, cuadernos de diferente índole (el de Trieste, por ejemplo), el «Diario de Dublín de Stanislaus Joyce», cuarenta prosas juveniles y las «Epifanías», que, por primera vez, se vierten al castellano. «Todo el mundo habla de ellas porque se las cita en el “Ulises”, donde se asegura que son “profundamente profundas”, y en “Retrato de un artista adolescente”. Son un conjunto de cuarenta textos. Joyce sostenía que, de vez en cuando, un gesto, una palabra, un movimiento involuntario, traiciona a las personas y revela cómo son. Para él es una revelación espiritual y al mismo tiempo un suceso mediocre. Y todos lo sufrimos», explica Garrido. Las escribió al principio de su vida. Lo curioso es que después de terminar ese meridiano de la literatura que es «Finnegans Wake», un libro que escribe con un idioma inventado a partir de otras setenta lenguas, «ya había declarado que quería escribir de nuevo de una manera que resultara comprensible por todos los lectores». O sea, como en sus inicios. Se completaba así todo un viaje alrededor de la lengua.
Evolución estética
Pero este libro, «Cuentos y prosas breves», que edita ahora Páginas de Espuma, también aporta una lectura imprevista y original, que va más allá de los textos que recopila. Brinda la oportunidad de contemplar, igual que si fuera un extenso retablo, la evolución de su escritura y su estética. «Para mí, una de las mayores virtudes que tiene este trabajo es que si lo leemos de manera correlativa, desde sus primeras prosas hasta el lenguaje que se inventó para su último libro, tendremos la evolución entera de su prosa. Vamos a ver ese recorrido desde el realismo de “Dublineses”, pasando por ese cuento-amor que resulta “Giacomo Joyce” hasta el “Ulises”, las fábulas y los distintos campos en los que experimentó para “Finnegans Wake”», explica Diego Garrido.
Él mismo aporta otro dato importante para los seguidores del escritor y adelante que «en los cuadernos encontramos las teorías estéticas que desarrollo a los veinte años y que después encontramos citadas en otras obras suyas. Descubrimos que apuntaba acontecimientos, palabras y frases que decían sus familiares y amigos y que luego reproducía en sus libros. Es entrar en la cocina de un escritor. Él quería permanecer misterioso, pero aquí entiendes muy bien que había mucha dedicación detrás de cada uno de sus proyectos y vemos de dónde salían esas frases tan ingeniosas».
Esta época, hecha de premuras continuas, de Instagram y Twitter, de eslóganes y mensajes sencillos, de textos cortos y noticias sucintas y breves, no parece mermar o ir en detrimento de James Joyce. Para Diego Garrido más bien es al contrario, aunque resulte insólito. «En el caso de James Joyce, las redes lo favorecen, porque era un escritor fundamentalmente verbal, no de construcción de personajes y tramas, y eso favorece que mucha gente pueda leer solo pequeños fragmentos de cada una de sus obras, párrafos sueltos. Ahí reconoces de manera inmediata el talento y el mérito que tenía. Si sacas un trozo de la obra de Tolstoi no tiene valor si no llegas a reconocer los personajes que aparecen, pero, en cambio, a Joyce, en una sola frase, muy poca gente se le iguala».
El mito, la crítica y el tiempo ha elevado al novelista a un pedestal que lo ensalza y lo eleva por encima casi de su propia realidad, desdibujando su biografía, obra y personalidad. La altura de su leyenda proyecta una imagen que, en lugar de acercarnos al hombre, nos aleja de él. Un sentimiento que es equivocado y que Garrido trata también de romper en este trabajo. «La gente va a tomar cariño a Joyce. A través de estas lecturas accederá a las peripecias de su vida. Era un verdadero desastre, un personaje de novela. La primera virtud de estos textos breves es que lo va a bajar del altar y nos lo va a enseñar como un tipo muy divertido, muy malo en ocasiones y que era una completa calamidad en lo personal».
Garrido reconoce que Joyce estaba obsesionado con triunfar en el arte, y considera que solo lo lograría en el exilio y la soledad. «A veces hasta se inventaba injurias que animaran su escritura. Consideraba que, si todo le iba bien, no tendría motivos para continuar escribiendo. Por eso, Nora, su mujer, decía en broma que seguro que estaba deseando que se acostara con otros hombres para tener cosas que contar. Incluso se marchó de su país, apelando a la traición de dos amigos. Quizá solo de esta manera, desde la distancia, pudo escribir el gran libro sobre Dublín y los irlandeses. Echando de menos al país y la ciudad».