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«Ulises», la «gloriosa derrota» de Joyce

El centenario de la novela más transgresora se celebra con una edición ilustrada por Eduardo Arroyo en Galaxia Gutenberg y la reedición de la versión de José María Valverde
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El 16 de junio de 2004 fue un día muy particular para Dublín, para las letras anglosajonas y para la literatura universal en mayúsculas. Se celebraba el «Bloomsday» por partida doble: no solo se festejó por las calles de la capital irlandesa, como cada año, el día en que sucede el «Ulises» (1922) de James Joyce (1882-1941), sino que ya había pasado un siglo desde aquella fecha, que quedó inmortalizada en la obra monumental del genio irlandés mediante las andanzas de sus protagonistas Leopold Bloom y Stephen Dedalus. Por eso, el visitante que pise la ciudad verá cómo Joyce se ha convertido en todo un icono tanto cultural como publicitario, pues Dublín mima con orgullo su imagen y la de otros irlandeses relevantes del mundo de las letras como Jonathan Swift, Oscar Wilde, G. B. Shaw o W. B. Yeats.
Así, será de buen joyceano visitar la torre Martello, en la bahía de Sandycove, donde empieza la obra, pero también el Saint Stephen Green o la avenida O’Connell, donde salen al paso estatuas de Joyce, por no hablar del Trinity College, de las tiendas de Grafton Street o incluso de las tabernas que inundan la ciudad. Pero, ¿cuál es el contenido de este libro ya mítico para que merezca semejante atención? Vladimir Nabokov nos da una buena síntesis: «“Ulises” es la descripción de un solo día, el jueves 16 de junio de 1904; un día de las vidas mezcladas y separadas de numerosas personas que deambulan, viajan, se sientan, charlan, sueñan, beben y ejecutan diversos actos fisiológicos y filosóficos, importantes e intrascendentes, durante ese único día y las primeras horas de la madrugada siguiente en Dublín».
Un día que no fue una elección fortuita: Joyce lo escogió al ser la fecha en que conoció a su mujer, cuyo carácter inestable cobró vida en la película «Nora», con Ewan McGregor interpretando las fijaciones escatológicas y sexuales de Joyce. «Ulises», ese «flujo ininterrumpido de pensamientos», como lo describió el propio escritor, iba a tener una larga y penosa redacción –aunque le proporcionara un extraordinario prestigio a medida que algunas partes aparecían en revistas literarias– entre 1914 y 1921 y en tres ciudades: Zúrich, Trieste y París. Su amigo Italo Svevo, que siguió de cerca su escritura, dijo algo exacto: «Joyce extrajo de la realidad aquello que previamente había escogido y con ello hizo algo tan completo que puede reemplazar la realidad entera». Por algo Joyce afirmó, presuntuoso, que si Dublín era destruida se podría volver a levantar gracias a las descripciones que de ella hacía en el «Ulises».

El día de la sopa de riñones

El volumen tuvo una primera celebración en 1929 mediante una comida que conmemoraba la traducción al francés –como en muchos sitios se consideró un relato pornográfico, tardaría en ver la luz: por ejemplo, en Estados Unidos, en 1934– y a la que asistió además de la familia de Joyce –Nora y los niños, Giorgio y Lucia– la editora inglesa del «Ulises», Sylvia Beach, y otros escritores como Samuel Beckett. No sabemos si el menú consistió en el «Bloomstuff» (una espesa sopa con riñones de cordero a la brasa), plato fundamental en el libro y que se prepara año tras año durante el «Bloomsday», pero sí que la reunión se repitió unos pocos años más, y ya pasado el tiempo, en 1954, en el quincuagésimo aniversario del libro, por parte del dueño de un restaurante y editor de un periódico literario, más algunos amigos, entre los que destacaban el poeta Patrick Kavanagh (el «Bloomsday» se extendería también a ciudades de Estados Unidos, Europa, América Latina e incluso Japón y Australia).
Aún hoy, y desde siempre, decir Joyce es decir Dublín; algo que se puso de manifiesto en una exposición del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona de 1995, cuyo catálogo se dividía en tres secciones que tenían que ver con las tres grandes obras de Joyce: Necrópolis (la ciudad en «Dublineses»), Metrópolis (Dublín en «Ulises») y Heliópolis («Finnegans Wake», la ciudad mítica). El recorrido dantesco –el escritor solía recitar pasajes de memoria de la «Divina Comedia»– reflejaba la visión poliédrica del exiliado Joyce, que dijo en el cuento «Una nubecilla»: «No había duda: si querías triunfar, tenías que irte. No podías hacer nada en Dublín»; exiliado por la influencia de Ibsen en la adolescencia, ya que del noruego imitará el desapego nacionalista, y ciudadano de Trieste, Zúrich y París pese a que, como afirma el biógrafo Richard Ellmann, su intención fuera ante todo ser un artista irlandés.
En la ciudad italiana, junto a su iletrada mujer Nora, confidente de curiosidades sexuales y escatológicas, de 1904 a 1915 iba Joyce a crear la mayor parte de su obra, excepto los poemas iniciales y la última aventura lingüística tomando el nombre de una balada tradicional. La publicación será tardía y costosa: los cuentos de «Dublineses», la novela autobiográfica «Retrato del artista adolescente», el drama «Exiliados» –aquí los emigrantes lo son por volver al país y no al revés; «abandonar la patria es peligroso», confesó a Svevo– y «Ulises», una «gloriosa derrota» en palabras de Virginia Woolf, un largo poema en prosa, una novela en la que el protagonista es el lenguaje, como apuntó Jorge Luis Borges. «Ulises» causaría furor y controversia; fue amada y despreciada, y de ella, seguro que con la satisfacción soterrada de un Joyce que llegó a declarar que la había concebido para tener entretenidos de por vida a los críticos literarios, se han escrito infinitas páginas; y, sin embargo, el asunto guarda tanta riqueza y se puede ver desde tantos puntos de vista, que de vez en cuando surgen libros interesantes al respecto.

La vida misma

Como «Joyce en París o el arte de vender el “Ulises”» (Gallo Nero, 2014), que aglutinó textos de 1965 y de este siglo e imágenes en torno a cómo publicó el autor la obra cuando vivía en París, donde se había instalado en 1920, momento en que el «Ulises» estaba casi listo. El destino le tendría reservada la entrega y adoración de la editora Beach en unas circunstancias que luego se hicieron dramáticas, con un Joyce casi ciego y apenado por la esquizofrenia de su hija Lucia.
El autor ya era para muchos el estilista de la lengua inglesa más grande de todos los tiempos, pero también un autor que escribía de forma harto compleja, con la consiguiente dificultad a la hora de traducirlo. En este sentido, Francisco García Tortosa, en su artículo «A la sombra del irlandés», detalló los problemas y las polémicas que implicó enfrentarse a la versión del «Ulises» al español, que vio la luz en el año 2004, pero concluía que el esfuerzo y los inconvenientes habían merecido la pena. «¿Por qué? ‘’Ulises’' nos cuenta la vida de una ciudad, Dublín, que también podría ser Roma, París, Barcelona, porque todos al levantarnos también despertamos con nuestras preocupaciones, ilusiones o decepciones. Como los personajes de la novela hacemos la compra, desayunamos y vamos al cuarto de baño», decía el profesor, y añadía: «Comprender o darle sentido a las conversaciones con nuestros parientes, amigos y conocidos, y a los pensamientos que arrastramos a lo largo del día, no es fácil, porque carecen de coherencia y acumulan miles de contradicciones. “Ulises” tampoco es fácil, como la vida misma».
Un carácter problemático
En un artículo, Simone de Beauvoir recordó el día de 1939 en que la fotógrafa Gisèle Freund la invitó a ver, en la librería La Maison des Amis des Livres, su serie de retratos de escritores, en una época en la que, «pese a los nubarrones que se cernían sobre Europa y el mundo, la literatura seguía siendo la refulgente estrella que guiaba nuestras vidas». Entre aquellos retratos estaban los seis que le hizo a Joyce, que se hizo de rogar al comienzo. Y es que se trataba de un hombre muy especial y a veces poco tratable: tuvo fuertes fases alcoholizadas, pedía dinero a todo el mundo y no lo devolvía, era celoso y conflictivo con su mujer y hermanos. Una vida errante de fin triste, cuando el 17 de diciembre de 1940, huyendo de la guerra, acaba en Zúrich, donde muere 27 días después, unos pocos antes de cumplir 58 años.
La conexión de Sevilla con Dublín
El hecho de que un libro como «Cien años y un día. Ulises y el Bloomsday» (Fundación José Manuel Lara, 2005), coordinado por Antonio Rivero Taravillo, se publicara en Sevilla tuvo mucho sentido; es «una ciudad que, se dice, tiene mucho de dublinesa: un río que la parte en dos, las mil tabernas, la poderosa Iglesia, la parálisis, una vocación americana»; Se decía además: «Ni Trieste, ni Zúrich, ni París. La verdadera ciudad joyceana fuera de la isla de Irlanda está mucho más al sur […] son tantas las cosas que comparten Sevilla y Dublín». Referencias mitológicas, arquitectónicas, callejeras, fluviales, eclesiásticas…; en «Finnegans Wake» sale nombrada la ciudad de Sevilla (en español) y al norte del Liffey se encuentra la Seville Place, que toma su nombre «de la toma de Sevilla por el ejército británico en lo que los anglosajones llamaron Guerra Peninsular, en 1812» (nuestra Guerra de la Independencia contra Napoleón).