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Crueldad en los días azules, acoso en la escuela

Laura Wandel se sumerge en la violencia jerárquica de los colegios y en la oscuridad del acoso con “Un pequeño mundo”
AvalonAvalon
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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No existen días azules en el patio del colegio de Nora. El sol de la infancia está opacado por una asfixiante grisura de violencia y no hay cabida para la expresión caprichosa de las emociones porque los comportamientos que oscilan en esa microsociedad que es la escuela están reglados y jerarquizados por la territorialidad del más fuerte. Nada es amable, ingenuo o cándido en la ópera prima de la directora belga Laura Wandel, nada remite en «Un pequeño mundo» al retrato edulcorado de la niñez y de esa época de primeros descubrimientos en donde las relaciones que establecemos con el otro son aparentemente tan intensas y vulnerables como las decepciones que surgirán después.
Wandel, que ya se mostró próxima a la fisicalidad del dolor con su anterior corto, “Cuerpos extraños” (solo que en vez de hacerlo desde la perspectiva de los golpes que recibe el acosado como en este caso, lo hacía desde la visión de un fotógrafo de guerra que acude a rehabilitación y se aleja progresivamente avergonzado de la realidad de su cuerpo herido), asegura tener la impresión de que “a partir del dolor es como se aprende. Siempre nos empuja a ir más lejos. Es mi punto de vista sobre la vida en general, considero que cuando atraviesas algo difícil, evolucionas y terminas avanzando hacia algo mejor, algo más justo”.
Ese peaje corporal y emocional de absoluto desgarro que menciona la realizadora es precisamente el hilo que une a los dos hermanos protagonistas de esta historia envolvente y lacerantemente hermosa, Nora y Abel, cuya estancia en el colegio termina por convertirse en insostenible cuando unos compañeros de clase comienzan a acosar, humillar y maltratar a Abel mientras la hermana pequeña (a quien da vida una Maya Vanderbeque excepcional que alardea inconscientemente de un dominio de las emociones adultas que remite a la Ana Torrent de “Cría cuervos”) empieza a gestar un contradictorio sentido de la responsabilidad que se divide entre la obligación fraterna de denunciar lo que está pasando y la necesidad genuina de hacer amigos.

Desde los ojos de Nora

Cuenta la cineasta, que la decisión de circunscribir el escenario al interior del colegio y bajar la cámara a la altura de Nora para ver la realidad del “bullying” desde sus ojos, no fue, desde luego, casual: “Quería quedarme en la perspectiva de la niña dentro del colegio y ofrecerle al espectador la posibilidad de imaginar cómo es su vida familiar, qué situaciones trae de casa. Haciendo esto intento dar un lugar al que ve la película en el interior de la narrativa que ofrezco. No quiero darlo todo mascado”, afirma. Y añade sobre la elección de Maya: “Las niñas que se presentaron al casting, sabían de qué iba la película y sabían que el acoso estaba presente. Pero a Maya le entraron ganas de defender una causa, tenía algo que contar desde el principio. Es una niña extremadamente inteligente y emocionalmente muy intuitiva. Nada más llegar me dijo “quiero aportar toda la fuerza que tengo a la película”. Con siete años. Los demás personajes los construí alrededor suyo, ella fue el motor”.