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Historia

El pasado que Francia no quiere reconocer y que queda a espaldas de Le Pen

El país galo se enfrenta de nuevo al desafío que plantea la extrema derecha, una amenaza que asomó con el Régimen de Vichy y otros movimientos políticos controvertidos

Pétain y Hitler, el saludo que nadie hubiera deseado ver
Pétain y Hitler, el saludo que nadie hubiera deseado verAPAgencia AP

Durante décadas ha existido en Francia el mito de la alergia al fascismo, de la excepcionalidad de su país a ese movimiento que asoló Europa hasta 1945. A ese mito se añadió otro, el de la Resistencia, que forjó el espíritu de la IV y V Repúblicas. Los franceses aguantaron el envite fascista porque su cultura es la democracia desde 1789. Esto explica la reacción de los partidos franceses al Frente Nacional, hoy Agrupación Nacional, al que tienen por fascista toda vez que pone en cuestión el orden de cosas. Por eso hablan de «cordón sanitario», un concepto sacado de la Revolución francesa para dejar fuera de la vida política a la extrema derecha. Ese mito de la excepcionalidad francesa lo conformó en gran medida Réne Remond, que publicó «La derecha en Francia de 1815 a nuestros días» en 1954. El autor la dividió en tres: contrarrevolucionaria, conservadora y bonapartista. El fascismo, escribió Remond, no era francés, sino algo importado por grupos pequeños, sin capacidad de movilizar a las masas. Esto se debía al compromiso de la derecha francesa con el sistema representativo pluralista, cosa que no ocurrió en Italia y Alemania. La «Cruz de Fuego», organización paramilitar fundada en 1929, y luego el Partido Social Francesa, incluso el régimen de Vichy, entraban en esas tradiciones, en el nacionalismo autoritario y corporativo, pero no eran fascismos. Sí hubo, en opinión de Remond, intelectuales atraídos por las ideas fascistas, pero no lo convirtieron en un movimiento de masas, por lo que no se podía hablar de fascismo en su país.

No todos estaban de acuerdo. Robert Paxton, estudioso de los fascistas europeos, habló de un fascismo que sí existió como poder: el régimen de Vichy. El general Pétain y Pierre Laval fueron colaboracionistas de los nacionalsocialistas sin discusión alguna. Zeev Sternhell, historiador israelí, escribió en este mismo sentido que el fascismo tenía también un origen francés, con el nacionalismo de Charles Maurras y Maurice Barrès, y el sindicalismo revolucionario de Georges Sorel, el mismo que inspiró a Mussolini. De esta manera, la inmunidad francesa al fascismo quedaría más como un mito o un relato intencionado que como una realidad.

Stanley Payne, en su famoso libro sobre el fascismo, colocó a la «Cruz de Fuego» y al régimen de Vichy entre la derecha conservadora, «Acción Francesa» entre los nacionalistas radicales, como «Solidaridad Francesa”, mientras que el fascismo lo dejaba para pequeñas organizaciones que no pasaban del 2% del voto, quedando fuera del sistema. Esto no quita, como señala Payne, que, en Acción Francesa, «ultraderechista», no hubiera grupos prefascistas, como los «Camelots du Roi».

Febrero de 1934

La acción de estos grupos fue violenta, especialmente en las llamadas «jornadas sangrientas de febrero» de 1934. Las ligas de la extrema derechaorganizaron un levantamiento en París aquellos días, aprovechando el descontento con la vida parlamentaria y el Gobierno, y animados por la crisis económica. No obstante, no hubo unidad de objetivos ni coordinación. Se lanzaron contra la Cámara de Diputados desde distintos puntos y a horas diferentes. Allí estaban la Cruz de Fuego, Solidaridad Francesa, Camelots del Rey o Jóvenes Patriotas, y detrás el coronel De la Rocque. El punto de enfrentamiento con las fuerzas del orden fue el puente de la Concorde, que une la Plaza de la Concordia con la Asamblea. Hubo 17 muertos y más de dos mil heridos. De Francia salieron las grandes ideas políticas que constituyeron el fascismo y el nazismo, contaron Payne y Sternhell. De hecho, el concepto de «nacional socialismo» surgió de manera informal en Francia de la mano de Morés combinando el nacionalismo, el socialismo económico, el racismo y la acción directa. Y de manera formal, «nacional socialista» lo usó Maurice Barrés en la campaña electoral de 1898.

Más interesante es el caso de «Le Faisceau», de Georges Valois, fundado en 1925 y que alcanzó la cifra de 50.000 miembros. Su objetivo era unir el sindicalismo francés con el nacionalismo, muy parecido a lo que décadas después hizo el Frente Nacional: obrerismo nacionalista. Los límites de Valois fueron la derecha radical y conservadora, que entonces era fuerte. Incluso el Partido Popular Francés, que pareció fascista, acabó como defensor de las instituciones constitucionales republicanas. En suma, como indicó Payne, lo más popular fue el nacionalismo autoritario. El régimen de Vichy fue exactamente eso: una dictadura nacionalista y autoritaria que colaboró con el nacionalsocialismo. En la Francia del mito de la Resistencia costó asimilar que hubo una Francia de Vichy, tanto como que los comunistas franceses colaboraron con los ocupantes alemanes entre junio de 1940 y diciembre de 1941. Deportación de judíos y persecución de los disidentes fueron los grandes estigmas del colaboracionismo.

Reorganización

Esa misma oscuridad que vincula a la extrema derecha con la historia de Francia se encuentra en la guerra en Argelia, finalizada en 1962. La paz no fue aceptada por un grupo paramilitar de extrema derecha, la Organización del Ejército Secreto, dirigida por el general Salan, que intentó un golpe de Estado en 1961 y luego se dedicó al terrorismo. En torno a esta cuestión se reorganizó la extrema derecha política, como Joven Nación, creada en 1954, con apoyo de militares y policías nacionalistas.

El primer intento político posterior serio fue la Alianza Republicana por la Libertad y el Progreso, de Tixier-Vignancour, creada en 1966 con monárquicos, neofascistas, ultranacionalistas y anticomunistas. En este marco se creó el Frente Nacional en 1972, hoy Agrupación Nacional liderada por Marine Le Pen. El historiador Ferrán Gallego define a esta formación como «extrema derecha» que surgió de la fusión de grupos de fuera del sistema, y que se ha constituido hoy como un partido nacional-populista, reaccionario y antieuropeísta.

Jean-Marie Le Pen, el fundador, unió a viejos colaboradores del régimen de Vichy y a ultracatólicos. La formación tenía un aire fascista que le deparó un mal resultado en las urnas hasta que Miterrand, el socialista, consideró que era buena idea alimentar al FN para dividir la fuerza de la derecha. Sin embargo, los ultras, con un obrerismo nacionalista y un patriotismo social se fueron haciendo con el voto de los trabajadores que antes votaban comunista. Jean-Marie Le Pen dejó el partido con casi 4 millones de votos en 2007, y su sucesora, Marine, lo ha llevado a más de 8 millones en 2022. En ese tiempo, los neofascistas abandonaron el partido, y Marine Le Pen purgó a los que se oponían a la «normalización republicana»; es decir, a aceptar el sistema político. Esto ha llevado a que a su derecha surja una agrupación ultra en torno a Eric Zemmour. Entre tanto, la derecha sistémica se iba rebautizando y acomodando desde el gaullismo hasta un liberalismo conservador, que fue perdiendo fuerza por su falta de novedad y la corrupción de sus líderes.

Agrupación Nacional no es un partido fascista, sino nacional-populista, como señala Michel Winock, caracterizado por encarnar la protesta de los humildes contra la élite, sus intelectuales y sus medios de comunicación, a los que ven alejados de la realidad de la calle. De ahí viene su nacionalismo, proteccionismo, obrerismo, xenofobia y antieuropeísmo. Los partidarios de Le Pen ven en la Unión Europea un entramado que roba la soberanía nacional a los pueblos, diluyendo su identidad para satisfacer intereses ajenos a la misma nación. Creen en la “Europa de las Naciones”, la del siglo XIX que llevó a las guerras nacionales europeas del XX. Han conseguido ganar en las provincias del norte y sureste por su obrerismo nacionalista, que constituyen hoy sus grandes fortines electorales, recogiendo el descontento político y social.