Socorro Venegas: “El duelo para los mexicanos es algo colectivo que se carga entre todos”
En su última publicación, “Ceniza roja”, la escritora y editora habla de la oscuridad insondable del duelo después de sufrir la pérdida de su pareja con 26 años a través de un espacio en donde también cabe la luz
Creada:
Última actualización:
Una prescripción médica, el nervio quebrantado de la juventud y una casa inundada de memoria compartida a la que le resultaba imposible regresar fueron sus herramientas para enfrentarse a la pérdida. Tras sostener el cuerpo sin vida de su pareja con 26 años después de que alguna cardiopatía no diagnosticada se adelantara a los ritmos naturales de la muerte, el psicoanalista le dijo: “Si está muy desesperada, escriba”. Tres meses después la mexicana Socorro Venegas destensó sus dedos y empezó a tamizar la espesura de un dolor indecible con la escritura de un diario. Ahora, gracias al trabajo de Páginas de Espuma y a la generosidad de su tinta y de su desconsuelo, ese cuaderno se ha convertido en “Ceniza roja”, un libro oníricamente ilustrado por el artista Gabriel Pacheco que la autora dedica “a quienes se les han dilatado las pupilas con la pérdida” y en el que muestra cómo en la procesión oscura del duelo, existe también un lugar para que entre la luz.
¿Cambia el estilo cuando uno escribe para sí mismo en vez de hacerlo sabiendo que será leído por el otro?
Cambia todo te diría, cambia absolutamente todo. Yo siempre he tenido cuadernos donde voy registrando mis lecturas en un sentido muy amplio ¿no? La lectura del mundo, de lo que vivo, de los libros que me acompañan. Y siempre es una especie de conversación, por su puesto, muy íntima, porque es conmigo misma. Esta escritura nace de la incomprensión más absoluta porque creo que es lo primero que nos ocurre con la muerte: aunque hacemos mucho por racionalizarla sobre todo nos resulta incomprensible. Este diario no era como los que yo tenía y de hecho terminó convirtiéndose en una ruptura para mí. Era ya no esa conversación personal que mantienes con el papel sino una diatriba contra el mundo, contra mí, contra lo que estaba viviendo. Desde el mundo de las emociones es muy difícil comprender que esa persona que estaba junto a ti hace unos segundos ya no va a estar nunca más. Pasar del tiempo de la intimidad y la cercanía al tiempo de los para siempre, del nunca, del jamás... es brutal. También se puede escribir ficción desde la oscuridad, pero es una oscuridad distinta que uno busca ir revelando para los lectores. En mi caso, nunca pensé que aquel diario iba a tener otros ojos y ni siquiera pensé que los míos iban a ser capaces de volver a pasar por esas líneas. Recuerdo el consejo que Lacan le dio a Marguerite Duras: “usted no debe saber lo que ha escrito” y creo que ahí está gran parte del corazón de lo que tú me preguntas. Cuando tú sabes que algo será leído, repasas, repasas y corriges el texto literario y cuando no debes saber desde lo inmediato lo que has escrito es porque lo hiciste para ti mismo.
La relación que establecen los mexicanos con la muerte como pueblo ritual está muy ligada a lo celebrativo, a “los colores violentos, las danzas y los fuegos de artificio” de los que hablaba Octavio Paz, pero ¿qué pasa con el duelo?
En México, como dices muy bien, es una celebración porque vuelven los seres queridos y nosotros los esperamos en un ambiente festivo. Las cosas que utilizamos como ofrenda las constituyen todas aquellas que le hacían feliz al difunto como su comida o bebida favoritas. En el pueblo donde yo vivo por ejemplo, en Cuernavaca, se reproduce la figura del difunto con alimentos, el rostro con frutas, la cabeza con un pan e incluso se tiende sobre una mesa su ropa simulando su cuerpo. Eso es parte del duelo y a diferencia de lo que hemos aprendido en el mundo Occidental sobre la muerte, aquí no existe un tiempo determinado para superarlo. No pensamos que ya está superado y dejamos de poner ofrendas. Esto se hace siempre porque el dolor no pasa, no corre con un tiempo predeterminado y no podemos asignárselo. La experiencia del duelo en un país como México que tiene comunidades originarias que preservan mucho sus tradiciones significa que el duelo para nosotros es algo colectivo que se carga entre todos y eso lo va convirtiendo en soportable. Cuando los visitantes admiran la ofrenda lo que están admirando en realidad es la memoria de los familiares hacia el difunto.
Era muy joven cuando perdió a Alan. Después de casi veinte años, ¿ha sido capaz de convertir el dolor en otra cosa?
Pues esto es algo que creo que se ve bien en la novela, que llega un punto en el que el dolor se puede considerar una especie de animal domesticado pero sabiendo que siempre va a estar ahí y en algún momento puede llegar a morder, con todo lo que eso significa. El dolor puede ser algo violento que de pronto nos cae encima otra vez. Han pasado veinte años de la pérdida de Alan y durante la primera entrevista que hice sobre este libro lloré, aun pensando que ya no se me iban a saltar más las lágrimas. Es increíble darnos cuenta de cómo la pena no pasa de verdad por los relojes que estamos acostumbrados a mirar todo el tiempo. Quizás soy yo la que se ha transformado, tal vez soy yo la que tiene ahora una mirada diferente sobre la pérdida. Lo único que puedes esperar es no tener que enfrentarte nunca más a una catástrofe así, a un dolor de ese tamaño, pero la vida es impredecible, no podemos dar nada por sentado, nunca nada puedes dar por hecho.
Hay una cosa que me parece particularmente interesante y es el papel que juegan los espacios durante el duelo, cómo van adquiriendo la misma forma de nuestra tristeza o de pronto son lugares que nos salvan de ella. ¿Cómo influyó la mudanza a un nuevo piso en su proceso de reconstrucción?
Esa es una pregunta muy interesante porque aquí vale lo que cada persona sienta que necesita. Conocemos historias en las que la gente necesita cerrar la puerta y prácticamente tirar un cerillo y quemarlo todo y pasar la página por completo. Yo creo que tomé un camino intermedio. Sí supe que no podía volver a vivir en el mismo lugar en el que vivía con mi pareja, no era posible. Es más, volví para encargarme de algunas de estas decisiones inaplazables y burocráticas que solo me correspondían a mí pero lo hice acompañada. Sola no podía. También creo que esto se debe al hecho de que mi pareja murió en el lugar en el que vivíamos: estaba todo lleno no solo de lo que habíamos sido, sino también contaminado con la violencia de haberlo perdido allí mismo, en un lugar donde solamente se planeaba la vida y de pronto se tuvo que encarar la muerte. Entonces busqué otro lugar que estaba en una zona alta montañosa, mucho más rural que lo anterior, con un jardín pequeño. De repente voy analizando cómo este nuevo espacio comienza a habitarme. Necesitaba sentirme recogida, guarecida, chiquita, encapsulada. Que la vida no me volviera a mirar un buen rato porque no podía enfrentarla. Y es curioso por los objetos que me llevé del anterior piso generosamente también se adaptaron a ese nuevo hogar y dejaron de hablarme de otro que ya no estaba, cambiaron su memoria, su lenguaje, su manera de mirarme. Dejé de ser una huésped o una habitante incompleta, dejé de ser la mitad de lo que solía ser y me fui completando quizás gracias a que el tenedor ya no me decía “mira, yo puedo vivir más tiempo que la persona que perdiste”.
Joan Didion cifra en un año el tiempo de incapacidad de las personas para pensar que el ser amado no va a volver...
Lo que a mí me pasó en la época en la que me pongo a escribir el diario es que quería leer sobre este tipo de experiencias y no encontré nada que no estuviera demasiado intelectualizado o fuera demasiado esotérico. Todavía no existía “El año del pensamiento mágico” de Didion, hay que recordar que ese libro es más reciente y ahora me ha tocado muchísimo claro. Encontré muchas coincidencias, me espejé mucho en sus emociones: ella seguía guardando cosas de su marido y yo recuerdo que muchos días traje los anteojos y los calcetines en mi bolso de mano, como para que en el momento en el que me los pidiera se los pudiera dar. Cosa que evidentemente no iba a ocurrir jamás... bueno pues eso es parte de lo que no se comprende. Por eso pensé en escribir lo que me hubiera gustado leer. No sé si pudiera decirlo yo tan precisamente como Didion lo del tiempo porque en mi caso, la primera vez que sentí que me había despedido bien de él, que le había dicho adiós, no llegué a empatar en ningún momento mi mundo psíquico con el emocional. Éste no es un camino el línea recta. Al año pensé que lo había superado pero me asaltaban momentos que me hacían darme cuenta de que no. El tiempo y la vida funcionan en otra escala distinta.