Joan Didion, la literatura se queda sin pensamiento mágico
La escritora fue un exponente del nuevo periodismo, una de las voces del feminismo en Estados Unidos y un referente crítica de la política de su país
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La novelista y periodista, la maestra del ensayo contemporáneo y, por encima de todo, una de las observadoras más lúcidas de la vida política, social y cultural estadounidense, ha fallecido a causa de la enfermedad del Parkinson. Aunque son muchos los libros que nos deja, es inevitable recordar, por encima de todos ellos, “El año del pensamiento mágico” que la convirtió en ganadora del National Book Award y finalista del Premio Pulitzer y del National Book Critics Circle Award. Un libro que nos habla del dolor ante la pérdida, de la necesidad de drenaje y de la actitud norteamericana ante la muerte pero, especialmente, de la necesidad de romper el sortilegio del daño que llevaría a las tablas de Broadway Vanessa Redgrave. El 30 de diciembre de 2003 Didion y su esposo, el también novelista John Gregory Dunne regresaban a casa después de haber pasado la tarde en el hospital, junto a su hija, que estaba en coma inducido a causa de una neumonía que había degenerado en un choque séptico. Se tomaron dos whiskies y poco antes de cenar, él fallecía de un infarto. Nada había preparado a la autora para algo tan drástico como la muerte de su pareja durante cuatro décadas. Le dejó tan cerca de la frontera invisible entre la vida y la muerte que no supo de qué lado se encontraba... Para explicarse ese dolor, nueve meses y cinco días después comenzó a gestar ese libro.
Como una broma macabra, su publicación tuvo lugar un año después, sin que la autora pudiera referirse al fallecimiento de su hija adoptiva Quintana que había padecido alcoholismo y problemas de salud mental. Páginas que tienen una doble línea argumental: la conformada por un minucioso análisis de la muerte repentina del cónyuge y la posterior elaboración del trauma. ¿Qué sería de nosotros si permitiésemos que todo aquello que nos ha precedido cayese en el olvido? ¿Tendríamos que comenzar partiendo de cero o nos disolveríamos en la nada?
Didion comenzó trabajando en la revista Vogue, donde fue editora y crítica de cine, y fue colaboradora habitual de “The New York Review of Books”. Junto a su marido, Dunne, escribió guiones cinematográficos, entre los que se encuentra el basado en “Según venga el juego”, llevada al cine por Frank Perry y protagonizada por un joven Anthony Perkins. Es autora de las novelas: “Río revuelto”, “Book of Common Prayer”, “Democracy” y “The Last Thing He Wanted”. También ha escrito varios libros de autoficción, como “Noches azules”. En la década de 1980, abordó textos sobre la política de El Salvador y Miami, hablando de expatriados cubanos: “Mi única ventaja como reportera es que soy tan pequeña físicamente, tan temperamentalmente discreta y tan neuróticamente inarticulada que la gente tiende a olvidar que mi presencia va en contra de sus mejores intereses”, decía. Así, en “Su último deseo”, por ejemplo, nos habla de la ayuda encubierta de Estados Unidos a los contras nicaragüenses en aquella década. Cierto es que Vietnam llevó a una agitación nacional americana, pero el asunto nicaragüense, con sus espectáculos secundarios contaminantes en El Salvador, Honduras y Costa Rica, provocó, de igual forma, una tormenta doméstica en el país de las barras y estrellas.
Talento y calidad
Fue una autora sagaz de libros de ensayo sobre la cultura y la política norteamericana y supo transmitir, como pocos, el espíritu de las décadas de 1960 y 1970, con alta calidad literaria y un gran talento para describir emociones culturales. Como crítica, investigó la forma en que los medios de comunicación dieron forma a las percepciones de los eventos importantes (publicó uno de los primeros desafíos al veredicto de culpabilidad en el caso de Central Park Five, que luego fue anulado) y en libros como Sur y Oeste se anticipó medio siglo a explicar los motivos por los que la América profunda llegaría a empujar a un político como Trump a la Casa Blanca. Es importante recordar que su familia había vivido en el estado de California durante cinco generaciones y descendía de colonos que habían viajado con el notorio Donner Party. Un detalle importante para una escritora que continuó capturando de manera experta el interminable encanto y el caos subyacente del Estado Dorado.
Habló y escribió de todo: de terremotos, de estrellas de cine, de exiliados... de la necesidad de imponer orden donde no existe el orden, de la brecha entre la sabiduría aceptada y la vida real, de la forma en que las personas se engañan a sí mismas y a los demás, para creer en la realidad... En 2012 recibía la Medalla Nacional de Humanidades y fue elogiada por dedicar “su vida a darse cuenta de las cosas que otras personas se esfuerzan por no ver”. Un merecido galardón a la autora que durante décadas mostró su desconfianza en las historias oficiales y se involucró en la disección fría y despiadada de la política y la cultura, desde los hippies hasta las campañas presidenciales pasando por el secuestro de Patty Hearst. Fue igualmente implacable con sus propias luchas. A los 30 años le diagnosticaron esclerosis múltiple y, casi al mismo tiempo, sufrió una crisis nerviosa que la llevó a ingresar en una clínica psiquiátrica en Santa Mónica, donde definieron su cosmovisión como “fundamentalmente pesimista, fatalista y depresiva”. Ayer, la crítica de ojos claros y mente lúcida en tiempos turbulentos, la mujer que escribía para averiguar lo que quería y lo que le daba miedo, se marchó y nos dejó completamente huérfanos.