Colores y acentos diversos
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Obras: Lutoslawski, Rachmaninov y Grieg. Behzod Abduraimov, piano. Orquesta Filarmónica de Varsovia. Director: Andrzej Boreyko. Madrid, Auditorio Nacional. 27 de mayo de 2022. Ibermúsica. Serie Arriaga.
La Orquesta polaca sustituía, a toro pasado, a la Filarmónica de San Petersburgo, que debería haber intervenido en el ciclo de Ibermúsica meses atrás. Hacía más de 20 años que no aparecía en estas series de conciertos. A su frente, el maestro ruso-polaco Andrzej Boreyko, un asiduo colaborador años atrás de la Sinfónica de Euskadi. Director eficiente, puntilloso, de gesto suave y elegante, discreto y buen modelador de estructuras sinfónicas.
Era cuasi novedad por estos parajes la “Pequeña Suite” (1950) de Lutoslawski, dividida en cuatro movimientos hábilmente trazados y alimentados con elementos folklóricos reconocibles, tratados con finura y pluma estilizada, levemente coloristas, en técnica muy pulcra. Semilla acuarelística y confortable de lo que pocos años más tarde (1954) sería una obra maestra como el Concierto para orquesta. Las versión sonó plácida, rica de timbres y clara de texturas.
No hay duda de que el joven y premiado Behzod Abduraimov, a quien hemos visto ya alguna vez por aquí, es un pianista muy dotado, de esos “que las dan todas”. Pero es inteligente y sabe decir, expresar, extraer lirismos de altura y frasear con sentido. Ataques fulgurantes de alternan en su pianismo con delicuescencias exquisitas. Conoce la técnica de la regulación y pasa en un sinsentir del arrebato fogoso a la finura más extrema, lo que enriquece la lectura de una obra caleidoscópica como es el “Concierto nº 2″ de Rachmaninov, que Boreyko acompañó con cuidado y presteza.
La Orquesta, que es un conjunto bien ensamblado, de espectro no especialmente rico y equilibrio mejorable, respondíó con calor. Estupendas las apasionadas y características “violinadas” típicas del compositor ruso. Abduraimov se embebió a conciencia, sudó y fraseó con intensidad en un piano pasajeramente desafinado y regaló, en brillantísima ejecución, “La campanella” de Paganini-Liszt.
El programa lo cerraba la casi ignota “Sinfonía” de Grieg, compuesta en 1864 y enterrada poco después de su estreno en 1867 por el propio autor. Se resucitó en 1980. Es obra más bien académica, bastante convencional, aunque gustosa de oír dadas sus líneas melódicas, bellos contrapuntos y tratamiento formal, nada nuevo para su época. Hay no poco de Mendelssohn e incluso de Schumann. Y anuncia parentescos con el también noruego Svendsen (1840-1911), incluso diríamos que con el sueco Stenhammar (1871-1927).
Escuchamos una interpretación bien diseñada y expuesta, aunque no en todo momento clarificadora de planos y a veces un tanto borrosa de líneas, Atractivo melodismo del “Allegro molto” inicial; cálidas volutas en el “Adagio espressivo”, agrestes acentos en el “Intermezzo”, una suerte de vals campesino, y vigor muy natural en el “Allegro molto vivace”, que maneja, como los demás movimientos, temas de agradable delineación melódica, no siempre bien resueltos en sus respectivos desarrollos y combinaciones. Al final, como regalo, una transcripción orquestal de una “Polonesa” de Chopin. Al principio de la sesión se tocó el himno de Ucrania.