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Foto de archivo de una clase de Primaria en un centro público

Del “ecofeminismo” a la “memoria democrática”: así quiere convertir el Gobierno a los estudiantes en “niños militantes”

Con la aparición de los primeros ejemplares de los libros de texto de la Lomloe se materializa la ley aprobada por el ejecutivo de Sánchez y se ahonda en el deterioro progresivo de la enseñanza “al que llevamos demasiado tiempo asistiendo”, apuntan los expertos

Los primeros ejemplares de los libros de texto de la Lomloe, la nueva Ley de Educación impulsada por el gobierno de coalición PSOE-Podemos, han llegado a los centros educativos ante el pasmo de los profesionales de la educación al comprobar su contenido. La carga ideológica de los textos ha llevado a que las consejerías de educación de varias Comunidades Autónomas hayan anunciado que revisarán los contenidos para asegurarse de que se respetan los principios de neutralidad ideológica y de rigor exigibles. Esto no es más que la materialización de lo que ya se avanzaba al aprobarse una ley que ahonda en el deterioro progresivo de la enseñanza «al que llevamos demasiado tiempo asistiendo», como señala la doctora en Filología Española y articulista Sonia Sierra.

«Se están rebajando los contenidos en las diferentes materias y abaratando los aprobados», explica, «y los grandes perjudicados son los alumnos, muy especialmente los que pertenecen a familias de nivel sociocultural bajo, porque son los que difícilmente van a poder acceder a contenidos académicos y culturales fuera de la educación obligatoria y el bachillerato. Las nefastas reformas educativas del PSOE así como la infantilización de la sociedad han inculcado que las clases tienen que ser divertidas. Se insiste mucho en el enfoque competencial, pero siempre parecen olvidar que, para ser competente en algo, primero has de tener conocimientos sobre la materia. Los alumnos saben divertirse perfectamente sin los adultos, no hace falta enseñarles eso: lo que la educación debe proporcionar es una base fuerte para poder construir desde ahí su aprendizaje».

«Lo que estamos viviendo», interviene Marta Martín, Catedrática en Comunicación Audiovisual y Publicidad en la Universidad de Alicante, «es la mezcla de la indolencia durante décadas por parte de fuerzas políticas que no han entendido (o no han querido entender) la importancia de la educación como valor de futuro, mezclado con la argucia de otras que han entendido muy bien el valor que tenía como instrumento de control social y la han utilizado como moneda de cambio. Se ha hecho una dejación de funciones dolosa de las competencias bajo el mantra de que la responsabilidad del control de la calidad de la educación dependía de las Comunidades Autónomas, y esto se ha aprovechado por el nacionalismo y, ahora, por el populismo. Los partidos han jugado siempre con la educación porque, aunque parezca que no, es un elemento que da y quita muchos votos. Lo grave ahora es que lo que eran “anomalías” puntuales que se podía denunciar, la Lomloe lo ha convertido en una regularidad, porque no hay ley educativa más ideologizada. En lugar de aprovechar la ocasión de la una reforma educativa se ha hecho una ley que avala el sectarismo en lugar de apostar por una educación basada en la evidencia».

Del “ecofeminismo” a la “memoria democrática”: así quiere convertir el Gobierno a los estudiantes en “niños militantes”
Del “ecofeminismo” a la “memoria democrática”: así quiere convertir el Gobierno a los estudiantes en “niños militantes”Tanaka

Los libros, que todavía son provisionales, pues deben aprobarse las partes curriculares cuya competencia corresponde a las Comunidades Autónomas, están salpicados de lenguaje coloquial, modismos y expresiones típicas del marco argumental podemita: «Seres sintientes», «ecofeminismo», «memoria democrática», «opresión a la mujer», «ética de los cuidados», «emergencia climática». Frases como «¡qué repelús me dan los derivados del petróleo! Pero ¡cómo me estremecen de alegría las derivadas!» o «el ecofeminismo busca alcanzar la justicia para las mujeres y transformar la relación humana con los demás seres vivos y los ecosistemas» aparecen es unos libros cuyo afán debería ser el de transmitir conocimientos y no opiniones. «El eje vertebrador es la alegría», proclama incluso una de las editoriales. La palabra más repetida entre los especialistas consultados al respecto es «frivolidad».

«Todos tenemos una ideología», apunta Martín, «pero lo importante es plantearla ante los alumnos y las familias con honestidad y claridad, y explicando que las cuestiones se abordan siempre de una subjetividad que no se puede eliminar. El problema es cuando esta libertad necesaria en la docencia se aplasta porque las normas no te dicen qué enseñar, sino cómo debes enseñar y, lo que es más grave, cómo debes pensar. Pero los profesores cada vez tienen menos margen de maniobra, porque el problema no es solo la ley, sino que se está trasladando en algunos ámbitos una especie de cultura de la cancelación a los centros educativos. Mecanismos para denunciar “incumplimientos”, como los que se anunciaban la semana pasada en Cataluña, chocan directamente con la libertad de cátedra y con el espacio de tranquilidad que necesita un profesor o un director de un centro. Tratar de ser libre y de ir contra las corrientes mayoritarias no es fácil: muchos profesores pueden verse envueltos en espirales del silencio perversas o simplemente pueden sentir que no se les deja hacer bien su trabajo».

«En mi opinión», apunta Sierra, «la figura del profesor debe de ser, sobre todo, la de persona encargada de transmitir conocimientos y para eso debe ser especialista en la materia. Tanto en Cataluña como en la Comunidad Valenciana, llevan años intentando que los profesores de secundaria den varias materias. Eso da una buena cuenta de la poca importancia que le dan los responsables políticos a la excelencia académica. El profesor no debe ser un animador sociocultural, sino la persona que mejor pueda formar a los alumnos en las diferentes materias. Mi sensación es que cada vez hay más profesores dispuestos a decir esto en voz alta, especialmente profesores muy jóvenes que han sido fruto de esta educación que empezó a degradarse con la Logse y que no compran estas supuestas innovaciones pedagógicas porque las han vivido en primera persona».

«La educación», prosigue, «debería basarse en contenidos lo más objetivos y empíricamente comprobables posible, y alarma ver cómo se están entendiendo las magufadas. Eso es bastante evidente contemplando cualquier catálogo de la oferta de formación del profesorado. Lo que me parece más preocupante es el lugar en que quedan los alumnos de los estratos menos favorecidos. ¿Dónde van a poder acceder a la Filosofía fuera de la educación?».

Así lo ve también Marta Martín: «La degradación de la calidad educativa genera inequidad, porque deja a los pies de los caballos al que no puede permitirse alternativas. La bajada del nivel y la ideologización de los contenidos van a hacer mucho daño y van a generar desigualdad y desconexión. Se cargan la educación como ascensor social y la educación como espacio compartido y espacio de libertad. La buena educación, además de ser un ascensor social y una herramienta de eliminación de desigualdades el principal transmisor del legado cultural».

Consultado al respecto por este diario hace algún tiempo, Alfredo Alvar, historiador y profesor de investigación del CSIC, ya expresaba su preocupación por el nuevo currículo: «Lo que van a conseguir», explicaba, «es que el que tenga dinero opte por llevar a sus hijos a estudiar fuera, que el instruido transmita su conocimiento a sus hijos. Pero el que no pueda permitirse pagar una educación de calidad no tendrá otra. La historia de la educación en España tiene un momento fundamental en el siglo XIX cuando se decide hacer una enseñanza pública, común y obligatoria a todos los españoles. Y este sistema, con sus millones de imperfecciones, es lo que nos ha ayudado a todos desde entonces».

«Una mala educación», concluye Marta Martín, «es todo lo contrario, el germen de la inequidad y un arma destructora de la cohesión social y la identidad colectiva que borra espacios comunes y posibilidades de un futuro compartido».