La biología de los primates contra la ideología de género
¿Es el género solo un constructo social? ¿Influye la biología? Frans de Waal derriba en su nuevo libro todos los falsos mitos en torno al viejo debate: los monos macho juegan con coches y las hembras, con muñecas
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El debate es antiguo: ¿son las diferencias de comportamientos entre hombres y mujeres naturales o artificiales? ¿Y cómo de diferentes son esos comportamientos?¿Cuán determinante es la biología? ¿Y la cultura? ¿Y la ideología? ¿Rasgos como la agresividad, la promiscuidad o el liderazgo, que achacamos habitualmente y en mayor medida a los hombres, son eminente y exclusivamente masculinos? ¿Tiene alguna base científica sostener (como sostienen algunos gurús, hombres curiosamente, del establishment feminista) que «la violencia es cosa de hombres»? Basta curiosear las primeras páginas del libro «Diferentes. Lo que los primates nos enseñan sobre el género», del primatólogo Frans de Waal, para que estas y otras muchas preguntas se agolpen en nuestra mente. El autor, pues, se sumerge con este ensayo en uno de los más controvertidos debates del momento: el del sexo y el género, y la importancia de la biología en todo esto.
Es la comparación de nuestros comportamientos con los comportamiento de otros primates sin nuestros sesgos culturales una de las tres maneras (con la observación de otras culturas humanas y la de los niños de muy corta edad) de determinar si todos esos comportamientos son de origen biológico o no lo son. Y lo que vamos a encontrar en estas páginas va a conseguir que estallen algunas cabezas. Concretamente las que están más condicionadas por ideologías y prejuicios, aquellas que se empeñan en ignorar la biología y achacar todos nuestros comportamientos y decisiones a constructos sociales e influencias sociales o culturales. Porque nos vamos a encontrar en ellas con hechos como que a los monos hembra les gusta jugar con muñecas y, a los monos machos, con coches y pelotas. O que la ira de una hembra ante amenazas a su progenie son de una ferocidad inusitada. O que dañar a las hembras no está entre los objetivos de los machos. ¡O que los bonobos se aparean por placer y no solo para procrear!
Frans de Waal, Doctor en biología especializado en primatología, es una de la personalidades más relevantes en el campo de la etología y autor de libros como «El último abrazo: las emociones de los animales y lo que nos cuentan de nosotros» o «La edad de la empatía», entre otro muchos, así como de cientos de artículos científicos en las más prestigiosas publicaciones especializadas. Con este ensayo intenta el autor abordar el viciado y controvertido debate sobre sexo y género de una manera respetuosa y serena, a la vez que desprejuiciada, sin perder de vista los aspectos culturales pero tampoco los biológicos. Hacerlo a través de las sociedades de primates, a las que tan bien conoce, le permite, en cierto modo, hacerlo de una manera más distante y, por lo tanto, menos abiertamente. Eso no significa, ni mucho menos, que las conclusiones a las que llegaremos con su lectura no sean menos reveladoras. Y, para algunos, incómodas.
Tras la publicación de su anterior libro, «El último abrazo», el primatólogo comprobó que muchos lectores se sorprendían de la existencia de una chimpancé que era hembra alfa en la manada. «Todo grupo de primates tiene una hembra alfa», comenta al hablar de cómo aquello se convirtió en el germen que daría lugar a este nuevo libro. «Sentí entonces la necesidad de explicar cómo se organizan las sociedades de primates. Existe esa imagen de que el comportamiento de los primates es instintivo y rígido, de que los roles sexuales son muy rígidos. Pero hay machos que se hacen cargo de las crías. No es lo típico, suele ser una labor femenina, pero si hay una cría que pierde a su madre los machos suelen adoptarla y hacerse cargo de ella. Y la conducta homosexual no es rara en los primates. Hablo también en el libro de una chimpancé hembra que actúa como un macho. Todas estas excepciones se dan». Y es de este modo, a través de sus reflexiones y anécdotas sobre estas sociedades de chimpancés y bonobos, las dos especies de antropoides más cercanas a nosotros, como aborda el polémico debate.
Un anecdotario de género
Algunas de las anécdotas y estudios que se comentan en el libro son especialmente llamativas. Como la de la chimpancé Donna, de apariencia y comportamiento masculino y que, al contrario que el resto de hembras, tenía cambios de humor perfectamente perceptibles con el periodo. Era, asombrosamente, el individuo menos agresivo del estudio, no buscaba el contacto sexual con otras hembras y era aceptada por todos. ¿Era Donna un primate trans? Difícil saber cómo se autopercibe un chimpancé. Pero vemos que también en el mundo animal los comportamientos inclasificables se dan de manera minoritaria. «Los roles de género pueden ser productos culturales» apunta el autor, «pero la identidad de género en sí parece surgir de dentro».
O, mi favorito por elocuente, el desastroso experimento llevado a cabo hace un siglo en Regent’s Park, Londres, con el que se pretendía llegar a conclusiones sobre las relaciones entre los sexos. Se seleccionó para ello una especie de primate bastante distante a nosotros, un número muy bajo de hembras en comparación con el de machos, un entorno diametralmente opuesto al suyo de preferencia… El resultado fue, como no podía ser de otra forma, una auténtica carnicería, una orgía de sangre y violencia sobre cuyas erróneas conclusiones arrancó equivocadamente el debate actual y en las que, sorprendentemente, algunos siguen instalados: los machos son por naturaleza violentos, y las hembras existen solo para los machos. El anatomista del zoo, un siniestro personaje llamado Solly Zuckerman, presentó estos hechos como emblemáticos de las sociedades de primates y, por lo tanto y por extensión, de las humanas. Obstinado y arrogante, no dudaba en enfrentarse a cualquiera que se atreviese a argumentar que los primates no acostumbran a matarse entre sí o que machos y hembras suelen congeniar. No, a mí tampoco me recuerda a nadie… «¿Por qué el relato de Zuckerman sigue siendo la base de las descripciones populares del “orden natural”, a pesar de haber quedado completamente desacreditado?», se pregunta el autor al respecto. «Hemos caído en la falsa narrativa de la miseria primate de Zuckerman, que dividía los sexos en gobernante y gobernado. No importa que los gobernantes acabaran con las manos vacías. Todo esto sirvió como metáfora de la sociedad humana, promovida por un hombre abrasivo que sabía cómo paralizar el flujo de nueva información». Han Kummer, influyente científico cuyos estudios de campo demostraría que los machos intentan evitar la violencia, acabaría desmontando a Zuckerman aunque sus falsas conclusiones persistan.
Así, anécdota tras anécdota, reflexión a reflexión, descubriremos aspectos sorprendentes de la vida de los primates a los que no nos costará ningún esfuerzo encontrar reflejo en los comportamientos humanos: tendencias de juego, vínculos afectivos, encuentros sexuales secretos y fugaces, hembras como sujetos activos en la cópula que seleccionan e invitan al compañero, triángulos amorosos, relaciones homosexuales o machos adoptando y cuidando crías. «Por mucho que nuestra especie esté bendecida con el lenguaje y unas cuantas ventajas más», apunta el autor, «socioemocionalmente somos primates por los cuatro costados. Estamos equipados con un cerebro de mono agrandado, y la psicología que conlleva, incluyendo cómo nos desenvolvemos en un mundo de (principalmente) dos sexos. Llamarlos ‘géneros’ no cambia tanto las cosas», se despide tajante acerca del debate actual.