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Breve guía para sacar de sus casillas a un progre

Cristian Campos, Lucía Etxebarría, Juan Carlos Girauta y Miguel Ángel Quintana apuntan algunas ideas y consejos de tipo teórico para aprender a lidiar con la intransigencia del «wokismo»
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¿Alguna vez ha tratado de razonar con un progre? ¿Ha intentado mantener un intercambio de ideas con un woke? ¿Conversar tranquilamente desde el disenso con un activista ofendido? El diálogo con el discrepante, admitámoslo, no es el fuerte de un sector extremista y furibundo de la izquierda más radical, comprometido con todas y cada una de las causas justas «por orden alfabético», que diría alguno de los personajes del gran Juan Carlos Ortega. Tampoco lo es, no nos engañemos, de una sección de la extrema derecha, casi especular en los métodos aun en las antípodas ideológicas.
Ante la más mínima objeción a cualquiera de sus proclamas no encontraremos una explicación satisfactoria, ni un argumento elaborado, ni un enriquecedor intercambio de pareceres. Lo más probable es que escuchemos el improperio favorito del sujeto, ese que nos coloque de facto en el lado malo de la historia. Así, no perderemos el tiempo con consejos para poder establecer un diálogo con alguien que lo rechaza porque su marco teórico no es el racional e ilustrado sino el emocional y mágico. Lo que sí podemos hacer ya que irremediablemente, sobre todo si participamos de alguna manera en el debate público, tendremos que lidiar con uno de ellos, es sacarles de quicio. Si no es por convicción que sea por diversión. «En realidad acabaríamos antes si hablásemos de qué hacer para NO desquiciar a un woke», apunta el periodista Cristian Campos, jefe de opinión del diario digital El Español y galano especialista en capear embistes neoprogres en redes.
«Con un woke ocurre como con esas novias tóxicas a las que resulta inútil intentar complacer porque es ontológicamente imposible contentar a quien no sabe lo que quiere. Y un woke es, por definición, un infantiloide caprichoso que no sabe lo que quiere, o que quiere cosas contradictorias. Es alguien que opone siempre a la peor de las realidades la mejor de las utopías». Y ahí va su consejo para azorar al woke: «Puesto que no es más que la forma moderna que adopta el puritanismo religioso, algo así como la versión siglo XXI de las viejas cazas de brujas, suele ser mano de santo actuar como un gato en su arenero: dejar caer la bomba, hacer así con la patita fingiendo enterrarla y alejarte de allí con indiferencia, sin entrar en debates, para que se coma el artefacto explosivo todo el que pase por ahí. Ellos viven del conflicto y de las discusiones circulares sobre insondables estupideces. Por eso tú pones alguna obviedad tipo “un hombre maquillado jamás será una mujer” y en tu siguiente tuit cuelgas una foto del croissant que estás desayunando. Tú pasas página y ellos se quedan ahí atascados, berreándole a las nubes».

Azote patrio de la izquierda identitaria

Por su parte, la escritora y articulista Lucía Etxebarría, avezada esgrimista dialéctica frente a la turba enfurecida del activismo trans, más que un consejo propone un didáctico experimento: «haga usted un tour con su amigo woke de confianza por un barrio obrero. Le aconsejo que se metan en el típico bar Morales o similar. Hable usted con migrantes, latinos, negros o árabes, de esos que su amigo woke dice defender. Una vez quede claro que los migrantes en cuestión pertenecen a la clase obrera (no como Daniela Ortiz, activista woke autodenominada migrante y llegada a Barcelona merced a la inmensa fortuna familiar), les enseña usted una foto de Alex Gallego (portavoz de la asociación LGTBI Gylda de La Rioja, que recibe más subvención que la Asociación contra el Cáncer en esa comunidad). Explíqueles que Alex es una mujer, pero que no se opera ni se hormona porque no le da la gana y porque desea mantener su pene y sus testículos intactos y funcionales. Muéstreles también la foto de Emma Colao (presidenta de la Coordinadora de Acción Social de Canarias y Directora de Servicios del colectivo EQUAL LGTBI, también subvencionadas). Emma, que es mujer, mantiene también su pene y sus testículos, así como su capacidad de erección. Y no se hormona ni se opera porque no quiere. Y la de Iria, una joven lesbiana que pertenece a la asociacion Gatta Catana. Mujer y muy mujer, por supuesto, con pene y testículos funcionales. Enséñeles la fotografía de Darko y explíqueles que es portavoz de Mas Madrid y que no se le puede llamar hombre porque él dice que no lo es. Cuéntele que cobra 62.000 euros al año. Dígales después a esos migrantes de clase obrera que si se atreviesen a decir en alto que todas las personas que aparecen en esas fotos son HOMBRES les puede caer un multazo de padre y muy señor mío de acuerdo con la Ley Trans. Que si en estas fotos ellos ven HOMBRES en lugar de mujeres, que se reeduquen, que son unos tránsfobos ignorantes. Pregúnteles, ya de paso, a los hombres heterosexuales de entre los susodichos migrantes de clase obrera, si les apetecería hacer una felación a un pene femenino. Si son homosexuales, si querrían realizar un cunnilingus a una vulva masculina. Cuando le digan que no, que nunca lo harían, le advierte usted de que su amigo woke piensa de ellos que son unos tránsfobos y unos ignorantes, y ¡que se reeduquen!, ¡QUE SE REEDUQUEN! Cuente usted los minutos que transcurren hasta que el encargado del bar les eche por provocadores».
«El woke», tercia el escritor y articulista Juan Carlos Girauta, azote patrio del izquierdismo identitario y firme defensor de la democracia liberal, «o lo que yo llamo SOMA (sentimental, ofendido, mediocre y agresivo) está convencido de que la invocación de ciertas fórmulas, por sí solas, tienen un poder mágico y un peso moral sobre todos. Y cuentan siempre con esa superioridad moral. Por eso sus fórmulas hay que romperlas tan pronto como salen de su boca. No hay que admitir nunca las premisas de su discurso. Lo primero que hay que hacer es no aceptar esas premisas, sacarle de su campo semántico y obligarle a mantener el intercambio de ideas en el marco teórico racional, que es el nuestro. Ese marco le inmoviliza porque no se sabe desenvolver en él». Esto, claro, si estamos ante un woke (o soma) con cierto empaque. «Ante el woke medio e insignificante», especifica, «hay que actuar como si no existiera. La interacción tiene que servir de algo, no se puede discutir con un imbécil».
Plantear dilemas endiablados es la sofisticada propuesta del filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, director académico y profesor en el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) de Madrid y auténtica autoridad en esto de la cultura woke. «Es del todo imposible amparar a todos los grupos identitarios bajo un mismo manto, porque sus sensibilidades son muy diferentes y, muy a menudo, unos poseen ideas hostiles hacia otros», explica el filósofo, «y ese es un punto débil del activista identitario. Todas estas contradicciones internas de la nueva izquierda nos ofrece una abundante combinatoria de posibilidades de conflicto que podemos utilizar como recurso argumentativo desquiciante. Solo hay que elegir dos de sus dogmas al azar y formular el dilema que coloque a los defensores a ultranza de ambos principios en la delicada tesitura de no saber por dónde tirar. Por ejemplo: el derecho de la mujer al aborto libre, porque es su cuerpo y ella decide, y que nunca jamás se puede dañar a un gay, porque eso es homofobia independientemente del motivo. Planteemos el supuesto de que un método puede detectar la orientación sexual de un feto y de que una mujer, al conocer que su futuro hijo será homosexual, decide abortar. ¿Sería correcto permitírselo? Es muy probable que el progre acabe, efectivamente, desquiciado. Porque cuando no sabe qué responder, y ante uno de estos dilemas endiablados no sabrá qué responder, deduce, por algún motivo, que la culpa es tuya». Perfecto. Ya solo queda disfrutar el espectáculo.