Rafael Cadenas, un Cervantes entre la poesía y el compromiso
El escritor venezolano recibe el máximo galardón de las letras en español por su implicación cívica y literaria
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Hace ya bastantes noviembres, viajé a Venezuela para participar en la Feria del Libro de Caracas. Podría abrir el álbum de ese viaje ahora y encontrarme con tantas fotografías de lo que fue el debut literario más especial que pudiera tener. Mi libro de poesía «El atlas de la memoria» no lo publiqué en España mediante los mecanismos habituales, sino en América, gracias a la editorial Eclepsidra, con la maravillosa editora Carmen Verde a la cabeza, después de que José Balza, del que se acaba de publicar en la colección de clásicos Cátedra su obra maestra «Percusión», le hiciera llegar aquel libro. Una cosa llevó a la otra: mi recitado de varios poemas en una emisora de radio en Alcalá de Henares, junto a José, que al final iba a participar en mi poemario por medio de un precioso prólogo; el viaje de mis páginas a Caracas, el ofrecimiento inaudito de publicar el libro allí, la invitación a presentarlo en la feria.
Durante aquellos días, en los que conocí la ciudad, la Fundación Casa de la Poesía, el barrio de Altamira, donde me hospedé durante mi estancia, disfruté de un montón de atenciones por parte de los poetas de allí. Durante un paseo alguien me presentó a uno de ellos, alguien grande, un poeta llamado Eugenio Montejo. En otro momento, de súbito, en plena feria, apareció alguien de carácter discreto, silencioso, similar a una aparición que solo se manifestaba por lo que lleva en la mano: un delgado libro dedicado. Se dirigió a mí y tal como vino al stand, donde me encontraba, se fue. Era Rafael Cadenas. El gran poeta ya por entonces se había molestado en acercarse a la feria, buscarme entre los escritores, a mí, un completo desconocido, un veinteañero que acababa de escribir un intimista librito de versos, y entregármelo en mano.
Profesor y premiado
Ese gesto define una personalidad y solo lo puede protagonizar alguien que es grande de verdad: que es honesto y modesto, profundo y despierto. Ese autor que, además de escritor de poemas, es traductor y ensayista, había formado parte del grupo literario Tabla Redonda, era profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Central. Por entonces, ya era una celebridad literaria, sobre todo desde que en 1963 se hizo un nombre en toda América Latina por medio de su obra «Derrota». Le esperarían numerosos premios, como el Nacional de Literatura en Venezuela de 1985, el Juan Rulfo de 2009 como premio a toda su carrera literaria, el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, el Premio Internacional Federico García Lorca de Poesía o el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2018, pero el genuino premio ya lo tenía él mismo dentro desde décadas y décadas atrás: la pulsión poética auténtica, fina y elegante, honda y penetrante.
El lector interesado en su andadura literaria hará bien en acudir a sus libros, tan próximos en la editorial Pre-Textos: el que vio la luz en 2007, de casi ochocientas páginas: «Obra entera. Poesía y prosa (1958-1995)». Ahí está él casi por entero. En el libro, de este maestro de la prosa poética, Darío Jaramillo Agudelo decía: «Es imposible hallar una frontera clara entre la poesía y la prosa de Rafael Cadenas. Cuando aludo a la dificultad de hallar un claro límite entre la poesía y la prosa de Cadenas, me refiero a que, en su Obra entera, sin distingos, es constante la preocupación por el misterio esencial del mundo. En un extremo puede estar, sí, el abordaje analítico, por ejemplo en los Apuntes sobre san Juan de la Cruz y la mística, pero aun en estos casos, el intento consiste en traspasar el umbral de la conciencia».
Ciertamente, para Cadenas el género del aforismo ha sido toda una flecha para sus síntesis filosóficas, sus visiones líricas; y practicando ese difícil arte del poema en prosa ha llegado a cotas inigualables en la poesía de cualquier lengua de los últimos tiempos. Nació en 1930 en Barquisimeto, estado de Lara, Venezuela, y ha firmado libros tan interesantes como «En torno a Basho y otros asuntos», de tal modo que su mirada también se ha dirigido a Oriente desde los Andes. Traducciones de sus poemas se extienden por el mundo en francés, italiano, inglés, alemán y búlgaro. Ha recorrido el planeta haciendo lecturas de sus versos: Estados Unidos, España, Portugal, Italia, Francia, Inglaterra, Austria, Alemania, México, Santo Domingo, Costa Rica, Colombia, Argentina... Y tantos alumnos pudieron disfrutar de sus clases universitarias, de poesía española y norteamericana, sobre todo.
Carácter íntimo
De hecho, tiene en su haber un minúsculo y formidable libro, «Habla Walt Whitman», de 2008, donde tradujo algunas de las mejores intervenciones del poeta de Long Island a partir de diversas entrevistas y libros biográficos. Aquel era un gran trabajo, una elección que nos acercaba a la personalidad de Whitman y que incluso complementaba su obra. Era el Whitman de todos los días, el que conversaba con sus amigos más íntimos, el que podíamos oír. De tal modo que Cadenas ponía en primera línea la personalidad del más alto poeta que puede haber, esto es, el que habla a su entorno, el que levanta su voz. Pareciera, por llamarlo mediante otro de sus poemarios, todo un «Sobre abierto»; libro donde leíamos poemas como este: «Flor, / el que te mira / en este instante / se aparta / para hacerte sitio».
Es la delicadeza del poeta que, como el autor de «Hojas de hierba», se comprometió con la sociedad que le tocó vivir, en su caso inclinándose por una militancia comunista a causa de la cual decidió exiliarse en Trinidad, para regresar a Caracas en 1957, y escribir poesía y ensayo: «Los cuadernos del destierro» (1960), «Memorial» (1977), «Intemperie» (1977), «Anotaciones» (1983), «Amante” (1983), «Dichos» (1992), «Gestiones» (1992), «Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística» (1995)... Ah, por cierto, aquel librito que me entregó se titulaba «Falsas maniobras» (1966), aquel hombre que irónicamente había hecho la poética maniobra de presentarse aquel noviembre caraqueño, haciendo un gesto inolvidable frente a un jovencísimo aprendiz de poeta.