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Historia

Orlando Figes: «Se necesitaría una revolución para llevar la democracia a Rusia»

Orlando Figes presenta «Historia de Rusia», donde explica el impacto de la mentalidad soviética y los orígenes de los mitos propagandísticos actuales. «Si Putin desapareciera, los rusos votarían a otro Putin», asegura

Orlando Figes
Orlando FigesCristina BejaranoLa Razón

Orlando Figes es un entusiasta, un historiador convencido de su vocación que, al conversar, contagia su ilusión, como si todo lo que conoce lo hubiera aprendido ayer mismo. Es uno de los intelectuales europeos más destacados, autor de libros imprescindibles como «Los europeos», «El baile de Natasha», «Crimea» o la reciente «Historia de Rusia» (Debate), que ha presentado en la Fundación Juan March, donde ha impartido también una conferencia. Una obra que indaga en el origen de los mitos que hoy maneja Putin y las raíces de su autoritarismo y que no solo se queda en el pasado. También apunta hacia el futuro.

Los mitos fundacionales tienen una enorme fuerza en Rusia.

Todos los países tienen mitos fundacionales y a esa idea del pasado se le concede un gran valor, pero lo que ocurre es que con Rusia la función de la historia es más potente que en el resto por la ausencia de otros discursos políticos. Los mensajes de igualdad o fraternidad que tienen un lenguaje muy sofisticado en el debate político en otras partes, en Rusia no están ausentes, pero tampoco poseen un discurso muy fuerte y no se ha ahondado en ellos. Por este motivo los mandatarios, ideólogos y revolucionarios miran hacia la historia para buscar ideas. En los diálogos que se desarrollan en la política, como cuál es la dirección que debe tomar Rusia, el gran problema, junto a la occidentalización o su carácter asiático, es que todos miran hacia atrás para determinar si han tomado la decisión correcta. Se usa y se abusa de la historia en estos temas. Aquí, por ejemplo, lo hizo Franco; Hitler, en Alemania. Los dictadores y nacionalistas siempre recurren a la historia para concentrar sus ideales patrióticos. Rusia encaja en ese patrón. En ese sentido no es especial. Pero sí lo es para entender esta guerra y para tratar con Rusia en el futuro.

¿En qué sentido?

En Rusia, la idea de Putin de que han sido atacados desde occidente y que necesitan defenderse para preservar el país forma parte de la propia esencia de la historia del país desde Alexander Nevski y Stalin. Siempre se ha vendido, por estos motivos, que en Rusia se necesita un líder fuerte. Esto es lo que les han contado a los rusos desde que tienen historia. Lo de Alexander Nevski no es nuevo. En el fondo nadie sabe quién fue él. Tenemos hagiografías, crónicas medievales, pero conocemos poco sobre él y eso deja espacio para la manipulación. La película que hizo sobre él Eisenstein fue vista durante la Segunda Guerra Mundial por millones de personas. Este personaje es necesario para los nacionalistas. Va con las nuevas versiones y, a falta de historiadores que cuestionen ese mito, porque no pueden, porque el Estado lo impide, se le reclama. Alrededor de estas narrativas no existe debate. Están selladas y politizadas y los historiadores no pueden prevenir.

¿Influye aún la Revolución Rusa y la ingeniería social soviética en la Rusia actual?

Cuando hablas de Revolución Rusa hay que ser especifico, sobre todo, por la forma en que los soviéticos dieron forma a su cultura política y para comprender cómo toda esa experiencia la moldeó. En este punto, hay que hablar del estalinismo, que es fundamental para entender la Rusia actual. Me atrevería incluso a afirmar que para explicar dónde están los rusos ahora hay que reflexionar sobre el fracaso de Rusia para lidiar con el estalinismo. Parte de los elementos estructurales del Estado, la presencia de la policía, los mecanismos coercitivos del poder que han ejercido y que han institucionalizado, provienen de ese periodo.

¿Hoy se palpa eso?

Es un elemento que está presente y que es tremendo. Lo ves en las movilizaciones, cuando se llevan a los chicos de la calle, cuando les paran los policías. Eso es estalinismo. Pero, aparte de estos mecanismos asumidos en las instituciones, el elemento crucial que queda del periodo estalinista es el miedo genético. Ola tras ola de represión del Estado han inculcado la pasividad en la población. Cuando el Kremlin pasa del verde al amarillo, la gente retrocede, desaparece la oposición, porque la gente todavía conserva una memoria colectiva de lo que sucedió con Stalin. Las personas que lo vivieron han transmitido ese mismo miedo a sus hijos para protegerlos. Lo curioso es que, en las encuestas de los primeros años del siglo XXI, la mayoría de los rusos consideraba necesaria esa represión a pesar de las cifras astronómicas de ciudadanos que murieron. A pesar de eso todavía aceptan que era un mal necesario. Este es uno de los legados de Stalin. Por eso, cuando existe resistencia, el precio de salir a una calle con un cartel tiene un peso enorme. Lo más común es el silencio.

¿Y esto cómo pesa en Putin?

Stalin se basaba en la idea de que primero hay que cimentar el socialismo y luego conquistar un país para exportarlo. Eso es básicamente imperialista. De hecho, él habla de Rusia, no de la URSS. En este sentido, Putin se acerca más a Stalin que a Lenin. El imperialismo de Stalin viene del zar. Esa conciencia imperial está viva en esta guerra. Rusia está castigando al hermano pequeño. Quiere enseñarle la lección de lo que ocurre cuando caes en manos de los malos occidentales.

¿Existe el alma rusa?

En «El baile de Natasha» me pregunta sobre ese aspecto y la sensibilidad compartida entre los rusos. Esa pregunta me servía para explorar lo cultural, no lo político, la forma de esta idea y este carácter expresado en el mundo de las artes. Pero no es más que un estereotipo. Si les hablas de eso, te van a decir que son un pueblo generoso, expansivo, como los españoles. Desde 1991 se ha buscado esa identidad rusa porque ellos se daban cuenta de lo que había. La federación rusa era un territorio multinacional. Con Putin se ha abandonado ese proyecto. Lo que predomina es la visión de una historia controlada por el Estado. Es el concepto de que tenemos que defendernos de los occidentales porque van a venir a subyugarnos. Esto viene impuesto de arriba. Lo que necesitamos entender es que esto se va apilando sobre generaciones de rusos a los que se les ha enseñado esta clase de ideas. El infame ensayo que escribió Putin es una declaración histórica de guerra. En realidad, todo lo que cuenta es un cliché de las historias del siglo XIX. Es una visión imperial de Rusia y se alimenta de tradiciones más antiguas. Estas ideas, para una población a la que se le ha impuesto la historia y que hasta tal vez se puede identificar con la retórica de Putin, todavía pueden tener sentido. Por eso, si preguntas en un pueblecito ruso si esta guerra es necesaria, muchos te responderán que los ucranianos también son rusos. Es el lado de la experiencia soviética, porque Ucrania y Rusia, en la URSS, eran casi gemelos en su imaginario. Si a eso sumas las conexiones familiares que tienen con los ucranianos, se entiende que ellos sostengan que Ucrania es suya.

Putin, procediendo de la KGB, ¿cómo se ha metido en Ucrania?

Parece un error tremendo. Me imagino que los militares se lo habrán advertido. Estamos hablando de un territorio para el que se necesitan 150.000 soldados. Putin ha pasado mucho tiempo encerrado por Covid y quizá leyó, muy mal leídos, un montón de libros de historia y le ha salido la idea de corregir la historia… Lo que diferencia a Putin de Stalin es que Putin es un autócrata. Stalin tenía un politburó y lo escuchaba, aunque después fuera él quien tomara la decisión final y esa fuera irrevocable. Pero su método era escuchar lo que decían esas personas. Pero si lo comparas con Putin, por ejemplo, en ese congreso se seguridad, donde algunos expresaban dudas y uno salió humillado, te das cuenta de que la guerra ya estaba decidida antes de la reunión y que los demás solo tenían que comprometerse para que la apoyaran. Putin no tiene un politburó y es posible que en el futuro los historiadores concluyan que la guerra fue el error de un solo hombre.

¿Su autocracia proviene del zarismo?

Putin es monárquico, autócrata, tiene elementos soviéticos y se apoya en la iglesia. Va cogiendo de donde puede. Lo que hemos presenciado es una preparación ideológica de una nación para la guerra. Existe un gran paralelismo entre él y Nicolás I, que, cuando ascendió al trono, Europa venía de una revolución. Una de las cosas que más aterran a Putin son las revoluciones actuales. Por eso ha creado un Estado policial. Controla quién entra en el país y en cada pueblo. Esto lo ha hecho Putin. El suyo es un Estado policial muy potente porque hoy la tecnología es más potente que antes. Nicolás I tenía una visión imperialista y eslavófila: Rusia era un «metapaís», no un imperio; Putin lo describe como un imperio «civilazionista», donde el núcleo es Rusia. Nicolás I se enfrentó a todo Occidente para defender a Rusia y perdió. Y hoy todo apunta a eso.

¿Qué papel juega esta guerra?

Ahora estamos en un punto de inflexión en ese debate de la Rusia eslava o la Rusia occidental. Esta guerra es una declaración para cortar todos los nexos con Occidente. Los propagandistas de Putin se lo han dejado claro a los rusos. Olvidaros de veranear en la Toscana, olvidaros del consumismo y si te quieres ir de vacaciones, te vas a Crimea. Esta guerra va a llevar al aislamiento de Rusia respecto a Occidente, pero están dispuestos a afrontar esa consecuencia. Están preparados para una existencia en Eurasia, volverse hacia Pakistán, China... Es un cálculo que coloca a Rusia como proveedor de combustible para China. Si Rusia va a asumir esa idea, Putin tiene que volver a ese lenguaje antiamericano, antioccidental, al colonialismo, al imperialismo. Hay muchos países que consideran a Rusia un adversario adecuado para Occidente.

¿Cuál es la salida en Ucrania?

La salida va a depender de Putin. Si desaparece o muere, surgirá otro líder que mantendrá políticas similares. Se necesitaría una revolución para llevar la democracia a Rusia. Y podría haber una revolución. No es que no tenga esperanzas en eso. De hecho, hasta me asustaría esa perspectiva porque sería una revolución que nacería de un colapso militar en el frente, de una revolución de los militares de a pie, y si llegara a suceder eso sería peor que en la Revolución Rusa, porque hay armamento nuclear.

¿Entonces?

Yo no encendería velas para sustituir a Putin hasta que no sepamos quién puede venir después. El problema de Rusia, y la que razón por la que es una autocracia, es porque la instituciones son débiles. ¿Dónde están los partidos y los parlamentos? El tejido democrático no existe de manera independiente o está debilitado. Puede haber democracia si desaparece Putin. pero es posible que, en unas elecciones, los rusos votaran a otro Putin o al mismo Putin, como los americanos a Trump. La democracia no garantiza que no tengamos un dictador o un demagogo. Haría falta entender que los rusos todavía son víctimas, porque también se está destruyendo su futuro. No tenemos que destruir la cultura rusa. Hagamos lo posible por ayudar a esos rusos. Ucrania, Georgia y otros tienen tradiciones de Estado nación, aunque el caso de Ucrania es más problemático. Pero los rusos no pueden decir: «No somos rusos» aunque sean víctimas del sistema soviético. Han heredado eso y Occidente ha sido muy ignorante al interpretar a Rusia bajo los paradigmas de la Guerra Fría.

¿Hemos cometido un error? ¿La OTAN? ¿Europa?

La decisión de invadir un país soberano y declarar la guerra no tiene nada que ver con la OTAN, pero en la prehistoria de esta guerra sí está la OTAN. En lugar de atraer a Rusia, de incluirla en un acuerdo y ver a Rusia como una víctima de la URSS, igual que hicimos con Polonia y los demás países, se la dejó fuera. La OTAN es una alianza legítima, pero también es una alianza contra Rusia. La misma Rusia pidió incorporarse a la OTAN, pero se le dijo que nunca y este ha sido el error. Eso sí que fue el gran error. Y no hace falta explicar las consecuencias. Ha acelerado a Putin como malo. En Rusia hay un espectro de la población que sostiene la opinión de que se trataba mal a Rusia. Con la anexión de Crimea, hasta el mismo Gorbachov dijo, pues muy bien. Los rusos tenían razón hasta que entraron en guerra. Antes de eso, tenían la razón de su parte... pero, claro, si nadie escucha, tampoco la respuesta es disparar.