Crítica de “Mantícora”: la imagen es un deseo monstruoso ★★★★☆
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Dirección y guion: Carlos Vermut. Intérpretes: Nacho Sánchez, Zoe Stein, Vicenta N’Dongo, Catalina Sopelana. España, 2022, 115 min. Género: Drama.
No es lo mismo identificarse con el dolor que con el deseo. Es lo primero que tuvo en cuenta Carlos Vermut para narrar la historia de este monstruo trágico, que un día, cuando salva a un niño de un incendio, se siente atraído por él. Desde ese preciso momento, el de una buena acción que desemboca en una invocación al Mal, Julián (al que Nacho Sánchez otorga una mezcla de fragilidad y turbiedad de la que nunca podemos apartar los ojos) se enfrenta al deseo en función de sus proyecciones virtuales. Solo relegando al deseo al reino de lo imaginario, de lo fantasmático, podemos salvarnos de su lado más oscuro. Es una de las ideas más brillantes de “Mantícora”, el modo en que el fuera de campo (las imágenes, que nunca vemos, de las gafas de realidad virtual de Julián, diseñador de criaturas del averno del entorno videolúdico) o la reencarnación (¿no es acaso Diana (Zoe Stein) una manifestación femenina de ese niño-fetiche?) conectan con el deseo del espectador, que siempre se proyecta en una pantalla; es decir, que siempre es, en realidad, una fantasía, una imagen mental que singulariza una experiencia. Es entonces cuando “Mantícora” pone contra las cuerdas los mecanismos de identificación del público con lo visible y, sobre todo, con lo invisible. ¿Cómo es posible juzgar un deseo que no se convierte en acto? ¿Acaso nos juzgamos con el mismo rasero con el que juzgamos a los personajes de ficción? Mientras tanto, la película, de un despojamiento formal extraordinario, austera como un monasterio, trabaja la empatía con la historia de amor entre dos soledades patológicas, que se complementan en sus puntos débiles (el sufrimiento convertido en ansiedad perpetua, la obsesión por cuidar al otro), como olvidándose, en su tramo central, de ese tabú que ahora flota en el aire, un mal sueño que tal vez no vuelve. Pero vuelve, y a su regreso, en la última media hora de “Mantícora”, la película, que casi había logrado transformarse en el relato de un romance melancólico por las calles de Madrid, abraza el terror del monstruo acorralado dispuesto a quemar las naves. Un paso más allá de la excelente “Magical Girl”, “Mantícora” no tiene miedo de asomarse al vacío y enfrentarse a lo innombrable. Y a lo irrepresentable, ese secreto insondable que llamamos cine.
Lo mejor: El riesgo, el rigor y la sobriedad con que Vermut habla del lado más oscuro del deseo.
Lo peor: Muy poderoso en el plano conceptual, el epílogo plantea algunas dudas sobre la lógica de la trama.