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Cuando la borrachera es algo más que una fiesta

Edward Slingerland explica por qué beben todas las sociedades desde la antigüedad hasta hoy y por qué el alcohol es congénito al hombre
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La Razón

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El relato historiográfico tradicional que fecha el nacimiento de la agricultura en torno al 8.000 a.C. sitúa un par de milenios más tarde la elaboración de las primeras bebidas alcohólicas. Pero la investigación arroja nuevas pistas: un ancestro del sapiens, común a otros primates, desarrolló hace 10 millones de años la mutación en una enzima que permitió metabolizar el etanol. Parece que la embriaguez pudo representar una ventaja adaptativa para los primeros homínidos. En prehistoria hay pruebas arqueológicas de producción de alcohol en China y Georgia entre el décimo y el octavo milenio a.C. Y en el mundo antiguo, filosofías de Oriente y Occidente, y el pensamiento expresado en la poesía clásica –china, griega o árabe–, elogian sin cesar el vino como metáfora de conocimiento, progreso, y bienestar. ¿Por qué nos emborrachamos? Con estas premisas y preguntándose el papel civilizatorio del alcohol, Edward Slingerland, filósofo especialista en pensamiento chino, escribe una monumental obra sobre la importancia de la embriaguez de ayer a hoy. Y lo hace remontándose a notables antigüedades, históricas y prehistóricas, combinadas con datos científicos de la evolución cognitiva del ser humano y de la investigación actual, psicológica y sociológica. El resultado es sencillamente apasionante.
La búsqueda del éxtasis etílico, combinado con el sexual o el social, desempeña un importante papel en la evolución. Casi se podría decir, parafraseando a Slingerland, que somos «simios en busca de embriaguez». Desde hace milenios se enlaza, no sólo el origen de la civilización, sino su propio desarrollo a la bebida, la embriaguez y la búsqueda del placer de manera no solo hedonista –más allá de los instintos básicos de la reproducción–, sino más bien epicúrea. Mucho tiene que ver con el desarrollo de nuestras sociedades complejas, el nacimiento de las religiones, el pensamiento abstracto, el arte y la ciencia. Huelga mencionar la importancia del soma sagrado en los Vedas, del vino de Dioniso o de Cristo y, de las metáforas de la divina embriaguez en Platón, Ibn Arabi o Santa Teresa. «In vino veritas». Pero, ¿por qué nos gusta la embriaguez?: el relato pasa de las pruebas químicas de uvas de vino en los albores de la humanidad, mucho antes de la revolución neolítica, a unas interesantes vistas sobre los beneficios evolutivos y las posibles razones genéticas para la búsqueda de la borrachera. Desde la prehistoria al medievo, se examinan sociedades «alcoholizadas», como los germanos y los vikingos, cuyo «aesir» supremo era Odín, no en vano dios de la embriaguez. En un segundo paso se exploran las consecuencias culturales de la embriaguez en la creatividad: la poesía etílica desde Anacreonte a Omar Jayyam y las artes plásticas desde las rupestres a las vanguardias, se relacionan con la ingesta de elementos psicoactivos.
En el trasfondo, causas psicológicas profundas hablan de la mejora en niveles de comunicación y cooperación del sapiens con estos medios. Para el artista, hablando nietzscheanamente, la idea de superar el yo y fundirse en la comunidad vitalista o recuperar la «mentalidad infantil» es fundamental: es alzar el velo de la «maya» hinduista para, como quiere el autor, «dejar la puerta abierta a Dioniso». Si seguimos los fascinantes pasos de Dioniso, de los griegos a Nietzsche y los psicoanalistas, se explica el éxtasis como un aspecto clave de la civilización. Las musas de la creatividad, religiosidad o sociabilidad a menudo son extáticas o chamánicas y piden consumos intoxicantes. Slingerland lo muestra en la poesía china antigua: el vino es una metáfora para la buena política. Como se ve en textos chinos del siglo IV a.C., cualquier acuerdo político implicaba bebida.

«Vino español»

Y es que la embriaguez es un medio social colaborativo desde la ciudad pre-neolítica de Göbekli Tepe a las modernas cenas de empresa navideñas. Al final, se exponen los puntos de vista modernos de sociólogos o psicólogos: la embriaguez es clave para la sociabilidad cooperativa. En la época de las redes sociales, «skype» no ha acabado con los viajes de negocios y tras la pandemia volvemos a los congresos presenciales con un «vino español». Los psicólogos estudian por qué nos fiamos más de personas en ambientes relajados y entre copas, no solo para el establecimiento de contacto social, sexual o lúdico, sino para establecer confianza en el mundo empresarial.
Para concluir, hay que hablar del «lado oscuro de Dioniso», el problema del alcoholismo: suele ser sinónimo de aislamiento social. Se contraponen dos modelos: el de la tradición de la bebida en comunidad, desde el simposio griego al moderado consumo alcohólico en las fiestas familiares de los países actuales del Sur de Europa, y el de las sociedades del Norte y el Este donde «se bebe solo». Con estudios y estadísticas se muestra la situación actual del alcoholismo y se propone seguir «viviendo con Dioniso» a la moderada manera tradicional, como hacen, siguiendo esta senda social y cultural, las sociedades de la Europa meridional que Slingerland pone de ejemplo. Es curioso estudiar el fracaso de los intentos de prohibición, desde el Islam al comunismo, la «ley seca», los mormones y otros movimientos abstemios. No hay aquí apología del alcohol, sino constatación de que la civilización se asienta desde antiguo sobre amistad, amor y vino, como le ocurre al salvaje Enkidu en el poema de Gilgamesh. Vino y civilización, una ecuación perfecta al menos desde el antiguo Oriente. Y, si no, recuerden las palabras con que inicia la andadura de Cristo en los Evangelios: «No tienen vino».