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Atila invadió Italia por culpa de una sequía en la actual Hungría

La revista «Journal of Roman Archaeology» ha estudiado el tiempo en los siglos IV y V, y ha concluido que la causa que empujó a los hunos a ir contra Roma fue un drástico periodos sin lluvias en Hungría, donde este pueblo permanecía asentado
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La Razón
  • Sofía Campos

    Sofía Campos

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Atila, un muchacho con mala fama. Si hubiera nacido en los cincuenta, a lo mejor lo llamaríamos James Dean. Alguien que se rebelaba contra la sociedad, en este caso el imperio romano, y que se paseaba con la jactancia que solo cabe en el pecho de un adolescente. Al tipo le gustaban los excesos, pero de esos hay tantos... aunque en su caso a lo mejor se le fue un poco la mano. De hecho, murió el día de su noche de bodas (esta expresión tan Joaquín Sabina), junto a su recién comprometida mujer, al desangrarse por una hemorragia nasal igual que un miura. Todo indica que se pasó con la bebida una barbaridad (perdón por el chiste malo). Cuando llegó a su última hora ya era más famoso que el propio Júpiter, pero por razones bien distintas. El muchacho se puso a la cabeza de los hunos, una pandilla de chicos que se ganaron los peores títulos por su manera de arramplar con todo lo que podían y no dar cuartel en el campo de batalla a una sola ánima. Su manera de avasallar era tan cruel, que se llegó a decir que «donde pisaba el caballo de Atila no volvía a crecer la hierba».
Sea o no verdad, la frase es espléndida. Una demostración de que una apropiada sintaxis y una idea bien engarzada es capaz de brindar la posteridad a cualquier menda. De hecho, solo es superada por otra frase, esta vez de Arnaldo Amalric, pronunciada en el cerco de Béziers en 1209: «¡Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos!». Eso es tener fe y no lo demás... Atila, por supuesto, no era cualquiera. Y aunque la mayoría lo recuerda con los pómulos salientes de Jack Palance (el actor de la magnífica peli «Los profesionales»), lo cierto es que debía tener rasgos un poco asiáticos o orientalizados y que eso de la piedad le tenía que sonar a chino (en su caso, a lo mejor, a latín).
Un encuentro imprevisto
Este venía de unas coordenadas bélicas, guerreras y culturales que chocaban con Roma, un lugar donde el divertimento era sestear en las termas. Atila, el huno, se las apañó para desvencijar un imperio que estaba metido ya en majestuosos estertores. Uno de los grandes enigmas es por qué decidió invadir Italia. Algo solo superado por un misterio todavía mayor: ya que se había metido hasta el cuezo, por qué no tomó Roma. Enigma cuya respuesta se encuentra en otro enorme misterio: ¿Qué le dijo León I, conocido como el Magno, para detenerlo y que no tomara la ciudad en el año 452?. Atila, como se puede comprobar, es fascinante.
Bueno, ahora, la primera de las incógnitas, da la impresión que se ha despejado. La revista «Journal of Roman Archaeology» lo ha resuelto. Y, como siempre suele suceder, la verdad es tremendamente desilusionante. Uno prefería la versión de un Atila tremendo, insaciable buscador de sangre y avaricioso buscador de oro. Para los que le sufrieron sería una tortura, pero a nosotros, algo así da para mucha novela. En cambio, según los historiadores, lo que indujo a este rey bárbaro a llegar hasta el Tíber fue un periodo de varias sequías continuas (se lo había advertido, la verdad es muy prosaica). Expertos de la Universidad de Cambridge han estudiado el clima en los siglos IV y V, han examinado los anillos de los árboles y todo indica que el lugar donde se asentaba Atila con su pueblo, en la actual Hungría, padeció varios veranos con escasez hídrica, como gusta decir ahora. De hecho, han llegado a acotar y a señalar que hubo un momento especialmente seco entre el 420 d.C. y el 450 d. C. Esto habría producido una reducción de los pastos, un declive de los cultivos y que las llanuras de esas tierras presentaran el triste aspecto de la tierra agrietada. Atila decidió trasladarse entonces hacia Occidente y bajar luego hacia Italia, que es donde su leyenda se agigantaría. Todo le hubiera salido bien, pero no contó con que un viejales, León I, le saliera el paso. Le pidió «piedad», esa palabra que no entendía y que cuando entendió, le desbarató todos los planes. Maldito latín...