César Vidal
León I, el papa que frenó a los bárbaros
A mediados del siglo V, los bárbaros acabaron provocando la demolición del imperio romano de Occidente, cuya erosión habían iniciado un siglo antes. Frente a su irrupción en Roma, se alzó la figura del Papa León.
Contamos con muy pocos datos sobre los primeros años de la vida de León. Algunas fuentes apuntan a que había nacido en Roma, mientras que otras llevan a pensar más bien en un origen toscano. Lo cierto es que se encontraba en las Galias cuando le llegó la noticia de que había sido elegido obispo de la Ciudad Eterna. En agosto o septiembre de 440, ocupaba ya la sede episcopal enfrentándose con un más que difícil panorama. La situación de la Iglesia de Roma obligaba a León lo mismo a combatir herejías como el maniqueísmo y el pelagianismo que a intentar mantener el orden dentro de las filas eclesiales. Sin embargo, todos esos problemas, con ser graves, parecían casi exentos de relevancia comparados con la avalancha de las diversas tribus bárbaras que se lanzaban sobre un imperio moribundo. En el 452, Atila, el rey de los hunos al que muchos llamaban «el azote de Dios» considerándolo el instrumento de castigo del Señor sobre una sociedad corrompida, irrumpió en Italia. Lejos de ser un monarca bárbaro más o menos romanizado, como había sucedido con las distintas tribus germánicas que desde el siglo IV habían ido ocupando el territorio del imperio, Atila aborrecía la cultura romana. También carecía de escrúpulos. De hecho, para disfrutar en solitario de las prerrogativas regias, no había dudado en asesinar a su hermano Bleda. Previsiblemente, Roma quedaría reducida a pavesas con su llegada, ya que el imperio no podía oponer a Atila una fuerza eficiente. León I decidió salir a su encuentro en Mantua a la cabeza de una procesión erizada de cruces que entonaba cánticos en latín. Nunca se ha sabido cuál fue el contenido exacto de la entrevista celebrada entre León I y el rey de los hunos, pero lo cierto es que éste optó por retirarse en lugar de continuar su reguero de destrucción hasta la capital. Menos conocida, pero seguramente no menos relevante, fue la manera en que León I se enfrentó con otra invasión en el 455. Esta vez, fue el ejército vándalo el que amenazó Roma. León I no pudo impedir que los bárbaros entraran en la ciudad, pero sí consiguió –y fue un logro extraordinario– que no la arrasaran. El 10 de noviembre de 461, León I expiró. Recibiría en el futuro el apelativo del «Grand» o «Magno», un sobrenombre que compartiría sólo con Gregorio I. Quedaba una década y media para que el imperio romano de Occidente se desplomara a manos de otro pueblo bárbaro conocido como los hérulos, pero, para cuando sucedió tan significativo acontecimiento, en la mente de muchos había quedado establecida la idea de que la sucesora de la Roma pagana era otra Roma distinta encarnada en dirigentes como León I.
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