Almodóvar y su deseo satisfecho: "Mi vocación ha sido y sigue siendo más fuerte que yo y todo lo que me rodea"
Coincidiendo con la proyección exclusiva en el festival antes de su estreno en salas de su última película "La habitación de al lado", ganadora del León de Oro en Venecia, el director recoge en San Sebastián el Premio Donostia
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"Desde muy pequeño descubrí que el cine, las películas, mostraban una realidad que a mí me parecía más real que la que vivía en el pueblo y en la que yo desde luego prefería estar. No sabía cómo tener acceso a ella, era un niño. Pasaron algunos años porque yo no tenía paciencia, pero supe esperar. Me vine a Madrid en 1970, solo, sin un duro, no conocía a nadie, pero con un propósito más fuerte que mi propia voluntad: estuve doce años trabajando en Telefónica hasta que en 1981 pedí mi último permiso sin sueldo para rodar ‘‘Laberinto de pasiones’’ y ya no volví. Con esto no quiero enfatizar la épica de una larga espera, habría esperado los años que hicieran falta. Lo que me propongo es hablar de la historia de una pasión", comenzaba su discurso de agradecimiento –dotado de una inevitable pátina de narración cronológica crepuscular– un visiblemente emocionado Pedro Almodóvar encima de un escenario del Kursaal abrigado por el calor de los presentes, incluido el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, en el que el cineasta manchego ha sido galardonado en esta séptima jornada de la 72ª edición del Festival de San Sebastián con el Premio Donostia como reconocimiento a una carrera construida por las aristas de veintitrés películas nacidas con la voluntad visceral de encontrar los secretos del deseo.
"A mi edad un premio como el Donostia puede indicar el final de un camino y una recompensa por haberlo recorrido, pero yo no lo vivo así. Para mí el cine es una bendición o una maldición. No intuyo otro tipo de vida que la de escribir y dirigir sin pausa", declaró profesando una incapacidad ya mencionada en anteriores ocasiones para desvincularse afectiva y vitalmente de su profesión este director que viene de recibir el León de Oro en Venecia por "La habitación de al lado" y ahora aterriza en un certamen que hace 44 años le vio debutar en la sección de Nuevos Realizadores por "Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón".
El último trabajo de Almodóvar, primero rodado en inglés y proyectado de manera exclusiva en el marco del Zinemaldia antes de que llegue a las salas españolas, constituye la estructura de una ambiciosa adaptación vertebrada por la historia de reencuentro y acompañamiento de dos amigas (interpretadas por Julianne Moore, que no pudo estar presente, y Tilda Swinton, que además de acompañar al realizador en su recogida fue la encargada de otorgarle el premio), estando una de ellas (Swinton) condenada de manera inevitable a la muerte como consecuencia de un cáncer terminal y queriendo acabar con su vida de la manera más digna posible.
"Esta es una película que habla, sobre todo, de la empatía, que es una palabra que se está oyendo mucho estos días durante el festival y, de hecho, me alegro enormemente", definió el propio director aludiendo al carácter de recuperación del valor de las buenas personas y la importancia y la necesidad de acompañarse en el tramo final de la vida que sin duda desprende la película y que está ligeramente alejado –al menos, en términos puramente descriptivos– del envoltorio de cinta política que también se ha querido transmitir.
Acompañado por elenco de estrellas españolas que también aparecen en la película como Juan Diego Botto, Victoria Luengo o Raúl Arévalo, Almodóvar recobró la senda de la reivindicación afirmando que "mi película es mi respuesta a tantos mensajes de odio como vemos y oímos casi diariamente. Nunca como hasta ahora el odio ha podido organizarse, de modo anónimo, impunemente. Mi película representa lo opuesto –la empatía, acompañar y ayudar–, y ojalá les emocione tanto como a los que la hemos hecho".
"Nunca como hasta ahora el odio ha podido organizarse, de modo anónimo, impunemente"Pedro Almodóvar
De esta forma, el cineasta apuntalaba su manifestación de compromiso ideológico que sigue estando tan presente en cada intervención pública y en ocasiones utilizado innecesariamente como argumento descriptivo de sus películas. "Mi vocación ha sido y sigue siendo más fuerte que yo y todo lo que me rodea. Este oficio es el mejor del mundo y merecía la pena que yo me entregara a él sin limitaciones. Más que nunca, el cine es mi vida, y mi vida no tendría sentido sin el cine".
Y con una petición universal impregnada del mismo carácter humanista que envuelve su singularísimo lenguaje cinematográfico, Pedro sostenía a modo de despedida: "Hagamos lo posible porque las grandes tragedias, el dolor cotidiano, la incomprensión, la mentira, la falta de empatía, la injusticia social, el odio, todo lo negativo imaginable, pertenezca a la ficción y que la vida real trascurra de un modo justo, en paz, y muy entretenida por las ficciones que solo existirán en nuestras pantallas. Sé que pido demasiado, pero siempre ha sido así, desde que llegué a Madrid en 1970, pretendiendo dedicarme a dirigir películas. Muchas gracias por este premio, y gracias por escucharme".