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Traiciones, maldades y torpezas en España

El antecedente del "Fevemocho"

Para encontrar ejemplos de incompetencia ferrovial como la demostrada recientemente con los trenes de Cantabria y Asturias en España basta con remontarse a periodos como el siglo XIX

El Ferrocarril de Langreo (en la imagen) fue el cuarto que se construyó en España y el primero de carácter industrial
El Ferrocarril de Langreo (en la imagen) fue el cuarto que se construyó en España y el primero de carácter industrial Archivo

Ya se llama el «Fevemocho». Así es España. Nos reímos de la chapuza ministerial con los trenes de Cantabria y Asturias, y seguimos pagando impuestos. Ya, pero después de la carcajada viene el temblor. ¿Cómo es posible que no se dieran cuenta de que no entraban por los túneles? Gastaron nuestro dinero y ocultaron la pifia durante dos años, con el consiguiente perjuicio para los habitantes del lugar. Los 31 vagones equipados con todos los lujos han costado 258 millones de euros. Otro despilfarro y no pasa nada porque como diría la ministra: «Eso no es nada, chiqui».

Ferrocarriles, incompetencia y corrupción han ido de la mano en España quizá demasiadas veces. En este país nos da por la modernización, ser «como en Europa», y no paramos hasta caernos al mar. Eso pasó en el siglo XIX con la construcción descontrolada de vías ferroviarias por todo el país. El problema es que llegó un momento en que había más vagones que pasajeros. Y es que cuanto más dinero público hay en circulación, más aflora la incompetencia y la corrupción. Una combinación a la que se unió el que el kilómetro de vía en España era de cinco a diez veces más caro que en Francia o Reino Unido por la orografía del país. Esto, a su vez, explicaba el ancho de vía más grande. Superlocomotoras para grandes cuestas. Por suerte, no se escuchó entonces a quienes decían que los trenes a su paso enloquecían al ganado. Aquellos 30 kilómetros a la hora eran el triple de la velocidad que se conseguía a caballo, y eso ya era mucho para la época.

El asunto es que en 1855, el gobierno progresista aprobó una ley de ferrocarriles para encajar la iniciativa pública con la inversión privada. El negocio parecía asegurado. ¿Quién no iba a querer el uso de un transporte que reducía a un día de viaje el trayecto de Madrid a Santander? Antes el traslado se hacía en diligencias, que era más incómodo y lento, además de contar con la previsible sorpresa de los bandoleros. Además, una red nacional de ferrocarriles serviría, como en Cuba desde 1837, para mejorar la producción y el comercio, y crear un mercado español.

De hecho, Valdepeñas, gracias a su estación terminada en 1862, consiguió suministrar vino a los españoles a mucha velocidad aliviando así muchas penas. El ferrocarril, en fin, era una manera de forrarse. Licencias, créditos y construcción de vías y trenes. Contratos con fabricantes y compañías de viajes. Manejos en los pueblos para conseguir una estación o que la vía pasara por sus tierras. Era un buen negocio. Lo hicieron el marqués de Salamanca y otros oportunistas, que acabaron manchados de corrupción hasta el corvejón.

Origen del error

¿Qué falló? La planificación gubernamental, como hoy. El resultado fue la crisis económica de 1866, agravada por la caída internacional. El asunto es que los ferrocarriles de España se llevaron más de 1.553 millones de pesetas sumando las subvenciones, las obligaciones bancarias y las inversiones. Una auténtica burbuja ferroviaria. Se puso de moda colocar el dinero en una de las veintidós sociedades promotoras de vías de tren. La bolsa subió. El valor de las empresas relacionadas con el boom del ferrocarril empezó a cotizar por encima de la realidad. No obstante, desde el año 1865 algo empezó a oler mal.

A pesar de que los beneficios de las sociedades descendían, el ritmo de construcción de kilómetros de tren no disminuyó. No se adecuó el mercado a la vida real, consistente en conectar las grandes ciudades, como Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla y Valencia. Bien, pero el resto del país no usaba el tren. La gente lo veía pasar con asombro, y nada más. Los billetes eran muy caros y la producción agrícola e industrial no requería una red tan adelantada. El gobierno progresista no hizo bien la ley de 1855 ni las siguientes. Los ejecutivos no reaccionaron. En menos de diez años, los vagones iban vacíos. Eran esos largos trenes fantasma que se dirigían hacia el norte. De pronto se produjo la contracción y luego, claro, el miedo. Los bancos tomaron conciencia y temieron el hundimiento, por lo que cortaron el grifo de los créditos. Empezaron a quebrar prestamistas y sociedades de crédito, las empresas cerraron, los salarios no se podían pagar, y la bolsa dejó de operar. Así entró España en 1866, con una de las crisis económicas más duras del siglo XIX, y todo por una enorme torpeza, por la avaricia y el politiqueo en la planificación de los trenes.