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Putin destruye las “babas de piedra” ucranianas

Esta joya del patrimonio ucraniano que muestra un sorprendente parecido con la Isla de Pascua, ha sufrido la violencia de las tropas de Putin durante la ocupación de la ciudad de Izyum
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El pasado 18 de septiembre, la historiadora de arte y periodista Oksana Semenik, publicaba en la cuenta de Twitter Ukranian Art History un post en el que se informaba de la destrucción de las esculturas conocidas como las “babas de piedra”. Estas obras sagradas, que representan mujeres, se encuentran en el Monte Kremenets, cerca de la ciudad de Izyum, recientemente liberada por el ejército ucraniano. Tales esculturas en piedra -que muestran un sorprendente parecido con las de la Isla de Pascua- están datadas entre los siglos IX y XIII y fueron realizadas por la tribu nómada de los cumanos, que en lengua eslava son conocidos como los polovtsianos. La razón de que se las conozca como las “babas de piedra” es debido a que, en ucraniano, “baba” significa “abuela; lo cual implicaría una forma familiar de referirse a la representación de los ancestros. De hecho, tales estatuas formaban parte de santuarios en los que se realizaban cultos memoriales a los antepasados que no necesariamente tenían un sentido fúnebre.
Esta joya del patrimonio ucraniano ha sufrido la violencia de las tropas de Putin durante la ocupación de la ciudad de Izyum. Cuando Oksana Semenik publicó el referido tuit, denunciando la destrucción de estas excepcionales y raras piezas, algunos de los comentarios establecieron una más que evidente conexión con episodios relativamente recientes. Un usuario escribió que esta catástrofe patrimonial le recordaba a la destrucción, por parte de los Talibán, de las esculturas de Buda en Afganistán. Otro comentario al tuit de Semenik vinculaba el comportamiento de las tropas rusas con el efecto devastador del ISIS sobre el conjunto de Palmira (Siria). Todas estas formas de “terrorismo patrimonial” constituyen síntomas inequívocos de un totalitarismo cultural que pretende borrar el pasado de los territorios ocupados, con el fin de desenraizarlos de su historia y dejarlos en una nube de amnesia fácilmente manipulable.
La destrucción de las “babas de piedra” a cargo del ejército de Putin resulta tanto más escandalosa cuanto que el propio argumento utilizado por el dirigente ruso para invadir Ucrania es que este país posee una cultura idéntica a la de Rusia y, por tanto, no puede existir como una nación autónoma. Si Putin piensa así y, pese a ello, no duda en destruir episodios clave de un pasado que considera común, es que decididamente nos encontramos ante alguien para el que el patrimonio no importa nada y puede ser sacrificado sin remordimientos en la forma de unos necesarios “daños colaterales”.
Como es propio del imperialismo, Putin no solo destruye -también expolia-. Tras la pantomima de ceremonia de anexión de los territorios de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, una de las principales consecuencias es la confiscación, por parte de Rusia, de las miles de obras de arte conservadas en los diferentes museos ubicados en aquellas zonas. No es difícil de imaginar que, durante el tiempo en que tales instituciones se encuentren bajo dominio de Putin, su patrimonio será trasladado a territorio ruso, por lo que su recuperación será compleja -por no decir que imposible-. Por más que Putin y su ejército sean acusados por los organismos correspondientes de crímenes contra la humanidad, es muy improbable que alguna vez se sometan al juicio de la justicia internacional. Pasará mucho tiempo antes de que Ucrania pueda recuperar lo que tan ilegítimamente le ha sido arrebatado. Entre lo destruido y lo expoliado, el desastre patrimonial que está viviendo Ucrania resulta estremecedor, y constituye un ejemplo más de que la cultura suele ser una de las víctimas más fáciles de la voracidad totalitaria y de la ausencia de democracia.